1. La Deuda.

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María caminaba de un lado a otro por la pequeña sala de su casa, inquieta y furiosa. Las palabras afluyeron a medida que su ira aumentaba.

—Has llegado a un punto muy bajo, Miguel —exclamó, señalándolo con desdén—. ¡Esto es lo peor que has hecho en toda tu maldita vida!

Miguel la seguía con pasos pesados, tratando de razonar con ella, pero María se negaba a ceder. Su corazón se había enclavado en un muro de desesperanza y determinación.

—Se acabó, Miguel —dijo, apretando los labios con fuerza antes de dar media vuelta hacia su habitación—. Esta relación se ha terminado —continuó, mientras acomodaba con furia las cosas en una maleta—. Me iré de aquí y llevaré a Selena conmigo, lejos de tu enfermiza adicción.

El reconocimiento de la inminente pérdida lo invadió. Miguel comprendió que convencerla era una tarea imposible. Años de apuestas lo habían llevado a un abismo del cual solo veía una salida: una enorme deuda con los temibles propietarios del casino Kaiser’s Spiel, un lugar siniestro con un acceso complicado y una salida que, en su mente distorsionada, podía ser tan desesperada como la muerte.

La desesperación le golpeó con fuerza. Sabía que si no pagaba a aquellos hombres, su vida y la de su familia estarían en grave peligro. Así que su mente, atrapada en el torbellino de su adicción, lo llevó a una decisión aterradora.

El destello del metal en la cocina atrajo su mirada. Un cuchillo, brillante y afilado, se convirtió en su única solución. Con el corazón acelerado, se acercó a María, que en ese momento salía de la habitación con la maleta. Ella se detuvo en seco al ver su intención.

—Miguel, ¿qué estás haciendo? —preguntó María, su voz temblando de angustia mientras retrocedía, sintiendo cómo el terror se apoderaba de su pecho—. Baja eso, ¿qué pretendes?

Él la miró intensamente, sus ojos llenos de una desesperación que ella nunca había visto antes.

—No lo estás entendiendo, María. Si no hago esto, moriré, y tú no quieres que eso suceda —respondió, acercándose a ella con pasos titubeantes.

—¿Y cómo puedes siquiera pensar que voy a permitir que vendas a nuestra hija? —replicó ella, sus palabras firmes, aunque su corazón latía con fuerza.

El pensamiento de dejar a su pequeña en manos de los dueños de aquel casino, con sus sombras y secretos, era inaceptable. Esa convicción de proteger a su hija se convirtió en su sentencia, sellada por el hombre que había jurado amarla eternamente.

Después de perpetrar el acto atroz, Miguel no mostró signos de remordimiento; su única preocupación era deshacerse del cuerpo de su esposa. En medio de la desesperación, la arrastró al patio de la casa, sintiendo el peso de sus decisiones aplastarlo. Regresó a la sala, su mente nublada por el pánico, decidido a limpiar la sangre que manchaba el suelo y ensució sus manos.

Pero, justo en el momento más crítico, una voz resonó detrás de él, y Miguel supo con certeza quién era. El terror se apoderó de su ser mientras se giraba lentamente, el ecosistema de su vida desmoronándose en un instante. Sus ojos se encontraron con la figura de una mujer alta y elegante que acababa de cruzar la puerta.

Ella vestía un traje negro que abrazaba su esbelta figura, acentuando sus curvas de manera llamativa. Su largo cabello oscuro caía en cascada por su espalda, enmarcando un rostro donde la belleza se mezclaba con una inesperada frialdad. Los ojos verdes de la mujer, profundos y calculadores, parecían atravesar a Miguel como si su alma fuera un libro abierto, mientras que la joyería costosa que adornaba su cuello y muñecas destellaba con cada paso que daba.

Miguel cruzó los brazos, una postura defensiva que le servía de escudo ante la tensión que llenaba la sala.

—Astrid, sabes que no tengo el dinero —dijo, esforzándose por mantener la serenidad en su voz.

DAS CASINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora