IMPORTANTE
Quiero empezar agradeciéndoles por leer mi historia.
Debido a mi carga laboral intensa en época de auditoría, estoy experimentando estrés y problemas de salud.
Por lo tanto, el capítulo actual no ha sido editado exhaustivamente. Les pido disculpas por cualquier error ortográfico, gramatical o de contenido que puedan encontrar.
Agradezco de antemano su ayuda en señalar cualquier error o inconsistencia. Esto me será de gran ayuda para mejorar la calidad del capítulo en una futura edición.
Gracias por su comprensión y apoyo. Disfruten la lectura y de nuevo perdón.
Mei se encontró frente a una mansión imponente, cuya fachada parecía una fortaleza. El exterior estaba rodeado de camionetas blindadas, con vidrios polarizados que reflejaban la luz del sol como espejos. Un grupo de hombres vestidos de negro, armados hasta los dientes, patrullaban el perímetro, su presencia exudando una aura de seguridad y peligro.
-Bájate -gruñó el hombre desde el asiento trasero, su voz baja y amenazante-. Camina lento, sin hacer movimientos bruscos. No te atrevas a intentar nada estúpido, o te aseguro que no saldrás viva de aquí.
-No lo harán -afirmó Mei con una confianza que sorprendió al hombre-. Estoy segura de que a tu jefa le interesa mucho lo que tengo para decirle. Demasiado como para que ustedes se arriesguen a perder la oportunidad de que ella lo escuche.
El hombre estalló en una risa burlesca, su sonido áspero y despectivo, como si Mei hubiera dicho algo ridículo. Pero Mei no se dejó intimidar. Sabía que debía mantener la calma, por Mariana, su ahijada querida. La imagen de la niña inocente la fortalecía, y se negaba a dejar que ese hombre la hiciera sentir miedo.
-Bájate -repitió el hombre, su voz implacable, mientras mantenía la arma apuntando directamente a Mei.
-Me bajaré, pero la niña se queda en el auto -dijo Mei, su voz firme y decidida, mientras miraba fijamente al hombre por el espejo del retrovisor, desafiándolo a contradecirla.
-Se bajarán del auto las dos -repitió él, su voz impasible y sin emoción, como si estuviera dictando una sentencia irreversible. Su mirada se clavó en Mei, desafiándola a cuestionar.
En ese momento, otro de los hombres abrió la puerta del auto en el asiento del conductor, y con su mirada intensa buscaba indicarle a Mei que la quería fuera del auto de inmediato. Pero Mei parecía disfrutar de la tensión que estaba creando, y se movía con una lentitud deliberada, como si estuviera saboreando cada momento.
Con una sonrisa casi imperceptible, Mei comenzó a atarse el cabello en una cola alta, sus dedos moviéndose con una precisión que parecía exasperar al hombre que la esperaba. Luego, se acomodó la blusa, ajustando el cuello y la manga con una atención que parecía excesiva.
El hombre que la esperaba fuera del auto frunció el ceño, su impaciencia creciente. Pero Mei no se detuvo. Sacó de su bolso un espejo de mano y un lápiz de labios, y comenzó a retocarse la boca con una calma que parecía insultante.
-Vamos -gruñó el hombre, su voz baja y amenazante-. No tenemos todo el día.
Mei se miró en el espejo, su expresión serena y tranquila. -Un momento -dijo, su voz dulce y deliberadamente lenta-. No quiero presentarme ante su jefa con un aspecto desordenado.
-Podrán maquillarte en el ataúd -dijo el hombre con una sonrisa cruel y sarcástica-, lo hacen todas las funerarias.
-Mierda -murmuró Mei, su voz baja y tensa-, eso fue bueno.