Capítulo 2: El Pacto

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Los días que siguieron fueron un torbellino de emociones para León. Aunque Alejandro había prometido apoyarlo en su deseo de no llevar la corona, León sabía que las cosas no serían tan simples. La corte era un lugar donde las promesas a menudo se rompían, y las lealtades podían cambiar tan rápido como la dirección del viento. León debía ser cauteloso y estratégico, algo que iba en contra de su naturaleza pacífica y reflexiva.

En un intento por calmar su mente, León se sumergió aún más en su trabajo en la pequeña enfermería que había convertido en su refugio. No era simplemente un pasatiempo; era una pasión ardiente que había crecido en él desde la infancia. Mientras su hermano aprendía a blandir espadas y a negociar tratados, León había pasado incontables horas en la biblioteca, devorando cada libro de medicina que encontraba. Incluso había convencido a uno de los médicos del reino para que le enseñara los fundamentos de la anatomía y el uso de hierbas medicinales, un secreto que había mantenido celosamente guardado.

Con el tiempo, León había comenzado a experimentar con tratamientos más avanzados. En lugar de contentarse con las simples cataplasmas y tisanas que había aprendido a preparar en sus primeros años, se aventuró en la alquimia y en la creación de complejos elixires. Cada nueva fórmula que descubre o perfeccionaba lo llenaba de una satisfacción profunda, una que ninguna victoria en el campo de batalla podría igualar.

Uno de los desafíos más grandes que enfrentó fue la resistencia de los médicos reales. Aunque pocos conocían la profundidad de su conocimiento, aquellos que lo sabían lo miraban con desdén. Para ellos, un príncipe no tenía lugar en el mundo de la curación, un arte que consideraban reservado para aquellos que se dedicaban a ello de por vida. Los médicos lo veían como una amenaza a su autoridad, y la idea de un miembro de la realeza practicando la medicina les resultaba absurda e incluso peligrosa.

Una noche, mientras revisaba las notas que había tomado sobre un nuevo tratamiento para las infecciones respiratorias, León recibió una visita inesperada. La Reina Isabel, su madre, entró en la pequeña sala con una expresión de preocupación en su rostro. León se puso de pie inmediatamente, sorprendido de verla allí. Isabel rara vez se aventuraba fuera de los aposentos reales tan tarde en la noche.

—Madre, ¿qué haces aquí? —preguntó León, tratando de ocultar su nerviosismo mientras sus manos jugaban con un frasco de vidrio.

La reina lo observó con ojos cansados antes de hablar.

—León, he escuchado rumores sobre lo que has estado haciendo —dijo, su voz suave pero firme—. Sé que has estado curando a la gente del palacio, y sé que esto es algo que has estado haciendo en secreto.

León sintió un nudo en el estómago. Sabía que negar las acusaciones sería inútil; su madre siempre había tenido un sexto sentido para descubrir la verdad. Decidió enfrentar la situación con la misma honestidad con la que había vivido hasta entonces.

—Es verdad, madre —admitió—. He estado usando mis conocimientos de medicina para ayudar a quienes lo necesitan. Sé que esto no es lo que se espera de mí, pero es lo que siento que debo hacer.

La reina asintió lentamente, su mirada fija en los frascos de hierbas y las herramientas médicas que llenaban la sala.

—Tu padre y yo siempre hemos querido lo mejor para ti y para tus hermanos —dijo después de un largo silencio—. Sabíamos que cada uno de ustedes tenía su propio camino, sus propias pasiones. Pero también sabíamos que, como parte de la familia real, teníamos un deber que cumplir. No es fácil, León. A menudo, significa sacrificar nuestros propios deseos por el bien del reino.

León asintió, entendiendo las palabras de su madre, pero sabiendo en su corazón que no podía renunciar a su sueño.

—Lo entiendo, madre —dijo—. Pero creo que puedo hacer más bien como médico que como rey. Quiero ayudar a la gente de manera directa, sanar sus cuerpos y almas. Creo que ese es mi verdadero llamado.

Destinos entrelazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora