El amanecer se asomaba tímidamente por el horizonte cuando Isolda terminó de cerrar el último baúl que la acompañaría en su viaje. La habitación que había sido su refugio durante tantos años ahora se sentía vacía, despojada de su esencia. Todo lo que le pertenecía, desde sus ropas hasta sus pinturas, estaba ya empaquetado y listo para partir.
A pesar del frío de la mañana, una ligera brisa se colaba por la ventana abierta, haciendo que Isolda se envolviera más en su capa de terciopelo azul. Estaba sola, o al menos eso había creído hasta que escuchó un suave golpe en la puerta.
"Adelante", dijo, su voz apenas un susurro.
La puerta se abrió lentamente y, al otro lado, apareció Margot, su nana, la mujer que la había criado desde que era una niña. Margot había sido mucho más que una simple servidora; había sido una madre para Isolda, una presencia constante en su vida, brindándole amor, apoyo y consejos cuando más los necesitaba. Ahora, sin embargo, sus ojos estaban llenos de una tristeza que ella intentaba ocultar tras una sonrisa.
"Mi niña", dijo Margot, acercándose a Isolda y tomando sus manos entre las suyas, "ha llegado el día".
Isolda asintió, pero no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. Se apartó de Margot y miró por la ventana, tratando de contener la emoción que sentía.
"Nana, ¿por qué no puedes venir conmigo?", preguntó Isolda, su voz temblorosa. "¿Por qué no puedes estar a mi lado en este momento tan importante?"
Margot suspiró y tomó una de las manos de Isolda, apretándola con cariño. "Porque no soy libre, mi niña. Soy propiedad del marqués, como lo he sido desde que era joven. Mi lugar está aquí, en este castillo, sirviendo a tu familia".
Isolda cerró los ojos, sintiendo cómo una oleada de frustración y tristeza se apoderaba de ella. "No es justo", susurró. "No quiero ir sola... no quiero enfrentar todo esto sin ti".
Margot levantó la mano y acarició suavemente la mejilla de Isolda. "No estarás sola, mi niña. Llevarás conmigo en tu corazón todo lo que te he enseñado, todo el amor que te he dado. Eres más fuerte de lo que crees, Isolda. Y aunque no pueda estar físicamente a tu lado, siempre estaré contigo en espíritu".
Isolda dejó escapar un sollozo y se abrazó a Margot con fuerza. La idea de dejarla atrás era casi insoportable, pero sabía que no había nada que pudiera hacer para cambiarlo.
"No sé si estoy lista para esto", confesó Isolda en voz baja.
Margot la apartó suavemente y la miró a los ojos, con una ternura que solo una madre podía ofrecer. "Lo estás, mi niña. Todo lo que has vivido hasta ahora te ha preparado para este momento. Serás una gran reina, pero también debes ser fiel a ti misma. Nunca olvides quién eres, Isolda".
Isolda asintió, secándose las lágrimas con la manga de su vestido. Quería creer las palabras de Margot, quería encontrar la fuerza que ella veía en su interior.
"¿Recuerdas cuando eras pequeña y tenías miedo de la oscuridad?", preguntó Margot, su voz llena de nostalgia. "Cada noche te contaba una historia para alejar tus miedos. Siempre te decía que la oscuridad no es más que la ausencia de luz, y que tú, con tu corazón valiente, podías ser esa luz".
Isolda sonrió, recordando esas noches en las que se acurrucaba bajo las mantas, escuchando las historias de Margot. "Siempre me hacías sentir segura, como si nada malo pudiera sucederme mientras estuvieras cerca".
"Y ahora, aunque no esté físicamente contigo, quiero que recuerdes esas palabras", continuó Margot. "No importa cuán oscuro parezca el camino por delante, siempre tendrás la luz dentro de ti para guiarte".
El sonido de los cascos de los caballos y el movimiento en los pasillos del castillo indicaban que la hora de partir estaba cerca. Isolda se dio la vuelta una última vez y tomó la mano de Margot, sintiendo el calor y el confort que siempre le había brindado.
"Te extrañaré", dijo Isolda, con la voz rota.
"Y yo a ti, mi niña", respondió Margot, con una sonrisa triste. "Pero estaré aquí, esperando noticias de ti, esperando escuchar sobre todas las cosas maravillosas que harás".
Isolda asintió nuevamente, y después de un último y profundo abrazo, se apartó, sabiendo que tenía que irse. Con un último vistazo a su habitación, a la cama donde había dormido tantas noches, al rincón donde solía pintar, se armó de valor y salió por la puerta, con Margot despidiéndose en silencio.
El viaje hacia el reino vecino fue largo y lleno de tensiones. Los paisajes que pasaban frente a ella, las montañas, los ríos y los bosques, apenas lograban distraerla de la preocupación que sentía. Cada kilómetro que avanzaban la acercaba más a su destino, a la vida que la esperaba junto al príncipe León.
Cuando finalmente llegaron al palacio, el aire estaba lleno de expectativa. Las puertas se abrieron ante ella, revelando un mundo nuevo, vasto y majestuoso. Isolda fue recibida con cortesías y reverencias, pero lo único en lo que podía pensar era en el encuentro inminente con el príncipe.
Después de lo que pareció una eternidad de ceremonias y presentaciones, llegó el momento. Fue llevada a un salón privado, donde la esperaba León. Él estaba de pie junto a una gran ventana, con las manos cruzadas detrás de la espalda, mirando hacia el exterior. Su porte era imponente, pero había una distancia en su postura, una frialdad que Isolda sintió en el aire.
"Su Alteza", dijo ella, inclinándose en una reverencia, su voz firme pero su corazón latiendo con fuerza en su pecho.
León se dio la vuelta y la miró con una expresión neutral, sus ojos escudriñando los de ella. Era un hombre de pocas palabras, lo cual quedó claro desde el principio. Se limitó a inclinar la cabeza en un gesto cortés.
"Lady Isolda", respondió, su voz suave pero distante. "Es un placer finalmente conocerla".
Isolda levantó la cabeza, buscando algún rastro de emoción en su rostro, pero no encontró ninguno. La tensión en la habitación era palpable, y aunque León no fue descortés, tampoco hizo esfuerzo alguno por acercarse a ella.
Se miraron en silencio durante un momento, que pareció alargarse indefinidamente. Isolda se esforzó por mantener su compostura, por no dejar que la desilusión se mostrara en su rostro. Había esperado, tal vez ingenuamente, que su primer encuentro con el príncipe pudiera ser un poco más cálido, un poco más... humano.
"Espero que su viaje haya sido cómodo", añadió León, rompiendo el silencio con una formalidad que parecía una barrera infranqueable.
"Lo fue, gracias a su hospitalidad", respondió Isolda, esbozando una sonrisa que no fue correspondida.
Otro silencio cayó entre ellos, más incómodo que el anterior. Finalmente, León se apartó de la ventana y se acercó unos pasos, pero la distancia emocional entre ambos seguía siendo abismal.
"Nuestros deberes son claros, Lady Isolda", dijo él, con un tono que parecía ensayado. "Espero que podamos cumplirlos con honor y dedicación".
Isolda asintió, sin saber qué más decir. No había calidez, ni interés genuino en sus palabras, solo un sentido del deber que parecía ser la única motivación del príncipe.
"Haré lo posible por estar a la altura, Su Alteza", respondió ella, sintiendo cómo las palabras se volvían pesadas en su boca.
Con un leve asentimiento, León dio por terminada la conversación. "Hay mucho que organizar. Será mejor que se descanse. Los días venideros serán ocupados."
Isolda hizo una última reverencia y salió del salón, su corazón más pesado de lo que había estado antes. Mientras caminaba por los pasillos del palacio, sus pensamientos regresaban a Margot, deseando poder hablar con ella, compartirle su decepción y buscar consuelo en sus palabras.
El encuentro con el príncipe no había sido lo que había imaginado. Isolda sabía que había mucho por delante, y que necesitaría más fuerza y determinación de lo que jamás había pensado. Pero mientras caminaba sola por el palacio desconocido, decidió que no se dejaría vencer por la frialdad de León. Encontraría su lugar en ese nuevo mundo, incluso si tenía que hacerlo sola.
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Destinos entrelazados
RomanceEn un reino donde las tradiciones y el deber son ley, Isolda y León se encuentran atrapados en un destino que no eligieron. Isolda, criada bajo la estricta mirada de su madre para ser la reina perfecta, enfrenta la soledad y la frialdad de un nuevo...