El castillo de verano se alzaba majestuoso en medio de un paisaje de ensueño. Los jardines florecían con colores vibrantes, y el suave murmullo del viento acariciaba las copas de los árboles, creando un ambiente sereno y casi irreal. Sin embargo, para Isolda, la belleza del lugar solo acentuaba el vacío que sentía en su interior.
Desde su llegada, Isolda había tratado de encontrar consuelo en la naturaleza que la rodeaba. Caminaba sola por los senderos de los jardines, observando cada flor, cada fuente, buscando algo que la distrajera de la inquietud que la consumía. Sus pensamientos, sin embargo, siempre volvían a León. A pesar de que su matrimonio había sido un acto político, Isolda había albergado la esperanza de que, con el tiempo, su relación con León florecería en algo más profundo. Pero esa esperanza se desvanecía con cada día que pasaba.
León, desde el momento en que llegaron al castillo, había mantenido una postura distante, casi gélida. Tras el agotador viaje en carruaje, se había encerrado en un despacho improvisado, rodeado de libros de medicina y pergaminos. Su presencia era una sombra fría en la rutina diaria de Isolda, quien solo lo veía en los breves momentos en que tomaba un descanso para las comidas. Incluso entonces, sus palabras eran escasas y carentes de calidez. Sus respuestas a las preguntas de Isolda eran cortas, casi mecánicas, y sus ojos, cuando se encontraban con los de ella, no reflejaban más que una educación distante.
Una tarde, mientras paseaba por el salón principal, Isolda se detuvo frente a un gran ventanal que daba al jardín. Desde allí, podía ver a León sentado en un banco de piedra, con un libro en las manos. Su postura era relajada, pero su expresión permanecía impenetrable. Isolda lo observó durante varios minutos, su corazón latiendo con fuerza. Era un hombre apuesto, noble en su porte, pero la frialdad con la que se comportaba la hacía sentir como si estuviera a kilómetros de distancia, aunque estuvieran a solo unos metros el uno del otro.
Decidida a romper esa barrera invisible, Isolda se dirigió hacia el jardín. Bajó las escaleras con pasos firmes, sus zapatos resonando en los pasillos vacíos del castillo. Al salir al jardín, el aire fresco la envolvió, dándole un breve respiro de sus pensamientos oscuros. Se acercó a León, quien al verla llegar, levantó la vista del libro, pero su rostro no mostró emoción alguna.
—León, ¿puedo acompañarte? —preguntó, tratando de ocultar la inseguridad en su voz.
León asintió levemente, pero no hizo ningún gesto para recibirla con calidez.
—Por supuesto, Isolda —respondió, con un tono que, aunque cortés, carecía de la más mínima ternura.
Isolda se sentó junto a él, y por un momento, el silencio entre ellos fue pesado, casi insoportable. Después de un par de minutos, León volvió a abrir su libro, sin preocuparse por continuar la conversación. Para él, la presencia de Isolda parecía una mera formalidad, una interrupción que no alteraba su verdadera pasión.
Intentó iniciar una conversación, desesperada por romper la frialdad entre ellos.
—Este lugar es realmente hermoso, ¿no crees? —comentó, mirando los jardines que se extendían ante ellos.
—Sí, es impresionante —respondió León sin apartar la vista de su libro, su tono era tan frío como una ráfaga de viento en invierno.
Isolda sintió una punzada de dolor en su pecho. Quería gritar, quería exigirle que la mirara, que viera a la mujer que estaba a su lado, no solo a la esposa política que le habían asignado. Pero en lugar de eso, optó por el silencio, su corazón cargado de una tristeza que no podía expresar.
Después de un rato, se levantó, incapaz de soportar más la fría indiferencia de León.
—Voy a dar un paseo por el bosque cercano. Necesito despejar mi mente —dijo, esperando que él le pidiera que se quedara, que le mostrara al menos un destello de preocupación o interés.
Pero León solo asintió una vez más.
—Haz lo que necesites, Isolda —dijo con una indiferencia que heló el alma de Isolda más que cualquier invierno.
Isolda caminó sola hacia el bosque, sus pasos lentos y pesados. Las dudas sobre la misteriosa mujer que había visto en el bosque volvieron a su mente, y su corazón se llenó de celos e inseguridad. ¿Quién era ella? ¿Por qué estaba con León? Y, sobre todo, ¿qué lugar ocupaba Isolda en la vida de su esposo?
Los árboles la rodearon, y el sonido de la naturaleza la envolvió, pero no logró calmar sus pensamientos. Finalmente, se detuvo en un claro, donde el sol se filtraba entre las hojas, creando un juego de luces y sombras en el suelo. Se dejó caer sobre la hierba, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con brotar.
—¿Por qué no puedes verme, León? —su voz se quebró bajo el peso del dolor. —Este es el precio del poder... —susurró al viento, aceptando la frialdad de su realidad.
El viento sopló suavemente a través del claro, pero no hubo respuesta. Isolda permaneció allí, sola en su soledad, mientras el día se desvanecía en el horizonte.
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Destinos entrelazados
RomanceEn un reino donde las tradiciones y el deber son ley, Isolda y León se encuentran atrapados en un destino que no eligieron. Isolda, criada bajo la estricta mirada de su madre para ser la reina perfecta, enfrenta la soledad y la frialdad de un nuevo...