Capítulo 3: El Peso de la Corona

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Los días que siguieron a la conversación entre León y el Rey Osvaldo fueron inquietantes. Aunque el rey había aceptado la propuesta de su hijo con aparente comprensión, no había dado una respuesta definitiva. León podía sentir la tensión en el aire, el murmullo constante de los consejeros y nobles en los pasillos del palacio. Algo estaba por suceder, algo que iba más allá de sus deseos personales.

Una mañana, mientras León preparaba una infusión para el rey en su improvisada enfermería, fue convocado de urgencia al salón del consejo. Al entrar, notó la atmósfera cargada de solemnidad. El Rey Osvaldo estaba sentado en su trono, su rostro parecía más cansado que nunca. A su lado, los principales consejeros del reino estaban alineados, con expresiones que iban desde la preocupación hasta la severidad.

—León, hijo mío —comenzó el rey, su voz apenas un susurro—, hay asuntos de gran importancia que debemos discutir.

León se acercó, sintiendo un nudo en el estómago. El consejero principal, Lord Renard, un hombre de rostro enjuto y mirada penetrante, dio un paso adelante.

—Príncipe León, estamos en tiempos peligrosos. El reino vecino de Austerra ha comenzado a movilizar sus tropas. Han realizado incursiones en nuestras fronteras, y la guerra parece inevitable —dijo Renard con un tono grave—. Para enfrentarlos, necesitamos alianzas estratégicas, y una de las más cruciales es con el Marqués de Varennes.

León frunció el ceño, sin entender completamente el rumbo de la conversación.

—¿Qué tiene que ver esto conmigo? —preguntó, aunque en su interior temía ya conocer la respuesta.

El rey suspiró profundamente antes de hablar.

—El Marqués de Varennes tiene a su disposición uno de los ejércitos más poderosos de la región. Sus caballeros son legendarios, y su apoyo sería decisivo en caso de conflicto. Sin embargo, no se moverá sin asegurar la continuidad de su linaje y la estabilidad de su territorio. Ha pedido tu mano en matrimonio para su hija, la Dama Isolda.

Las palabras cayeron como una losa sobre León. Sintió que el aire se escapaba de sus pulmones, dejando un vacío doloroso en su pecho. Casarse con la hija del marqués... ¿Qué significaba eso para sus sueños de ser médico, de servir al pueblo de la manera que él deseaba?

—No... esto no puede ser... —murmuró León, más para sí mismo que para los presentes.

Lord Renard dio otro paso hacia adelante, su tono más severo.

—Esto debe ser, Príncipe León. El reino necesita esta alianza para sobrevivir. No es solo una cuestión de matrimonio, sino de la seguridad de todos. Si no aseguramos el apoyo del marqués, nuestros enemigos nos superarán en número y fuerza. Debes pensar en el bien mayor.

León levantó la vista, sus ojos oscilando entre su padre y los consejeros. Sabía que las palabras de Renard tenían peso. El reino estaba en peligro, y su deber como príncipe era proteger a su pueblo. Pero el costo... el costo era renunciar a todo lo que había soñado.

El rey Osvaldo, notando la lucha interna de su hijo, habló con una voz temblorosa pero firme.

—León, sé que esto es difícil. No es la vida que habías imaginado para ti, pero la realidad de la corona es esta: a veces debemos sacrificar nuestros deseos por el bien de los demás. Yo hice lo mismo cuando ascendí al trono. Ahora te pido que hagas este sacrificio por el reino.

León cerró los ojos por un momento, intentando calmar la tormenta de emociones que lo embargaba. La imagen de su pequeña enfermería, de los libros de medicina, y de los rostros agradecidos de aquellos a quienes había ayudado, todo eso se desvanecía ante la cruda realidad que le imponían.

Destinos entrelazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora