Tatiana regresó a la habitación empapada, con el agua chorreando desde su cabello hasta las puntas de su vestido, formando pequeños charcos en el suelo de madera. Cada paso que daba hacia su dormitorio era pesado, no sólo por la humedad que la envolvía, sino por el peso de las emociones que llevaba consigo.
Cuando abrió la puerta, lo primero que vio fue la luz tenue de una vela sobre la mesita de noche. Valeria estaba despierta, sentada en la cama con los brazos cruzados, observándola con una mezcla de preocupación y enfado.
—¿Dónde has estado? —preguntó, aunque el tono de su voz dejaba claro que no era una simple curiosidad lo que la motivaba.
Tatiana no respondió de inmediato. Se limitó a cerrar la puerta tras de sí y a apretar los labios, intentando contener las lágrimas que ya amenazaban con brotar.
—No estabas con Mark, ¿a que no? —insistió, con un deje de recriminación en la voz— No me trates de tonta, sé que no es a él a quien has ido a ver.
Se quedó paralizada en medio de la habitación, sin saber qué decir. Se sentía atrapada, como si cada palabra que pudiera pronunciar la delatara aún más. Y el silencio que siguió pareció enfurecerle más.
—¡No puedes seguir así! —exclamó, poniéndose de pie de un salto— Esto... esta vida... ¡es tu vida ahora! No puedes seguir pensando que puedes escapar, que puedes volver a casa y dejar todo esto atrás como si nunca hubiera ocurrido.
Tatiana sintió que el aire se volvía pesado en la habitación. Las palabras de Valeria la golpearon con fuerza, cada una de ellas clavándose en su pecho como un dardo envenenado.
—No entiendo por qué te aferras a esa fantasía de volver —continuó Valeria, con un tono cargado de frustración— No puedes estar en dos sitios a la vez, no puedes tener a Mark y a... —se detuvo, cerrando los ojos con fuerza, como si mencionar a Hugo le molestara demasiado — Tienes que decidirte. Y tienes que hacerlo ya.
Tatiana sintió cómo una lágrima se deslizaba por su mejilla, mezclándose con las gotas de lluvia que aún resbalaban por su rostro. La confusión, la culpa y la impotencia se mezclaban en su interior, creando un torbellino de emociones que no sabía cómo manejar. Quería gritar, quería decirle que no lo entendía, que no podía comprender lo que estaba pasando por su mente y su corazón, pero las palabras se le atragantaban en la garganta.
—Val, yo... —intentó decir, pero su voz se quebró antes de poder continuar.
La habitación quedó en silencio, roto sólo por el sonido suave de la lluvia que seguía cayendo afuera. Valeria respiró hondo, cerrando los ojos por un momento antes de continuar, esta vez con una voz más baja, casi un susurro.
—Te quiero, Tatiana. Pero esto... todo esto... no es un juego de niños. Nos jugamos la vida aquí. Y ya es hora de que lo entiendas.
Sin esperar una respuesta, se dio la vuelta y se deslizó bajo las sábanas, dándole la espalda. La discusión había terminado, pero las palabras de Valeria seguían resonando en un eco interminable.
Tatiana permaneció inmóvil, con la respiración entrecortada y sus ojos llenos de lágrimas. Finalmente, con un suspiro tembloroso, se dejó caer en la cama, sintiendo cómo el cansancio y la tristeza la envolvían. Las lágrimas comenzaron a caer silenciosamente, empapando la almohada mientras se acurrucaba bajo las mantas, intentando en vano encontrar consuelo en la oscuridad de la noche.
Lloró en silencio, dejando que todo el dolor y la confusión se desbordaran. Y en medio de esa tormenta de emociones, el cansancio finalmente la venció, llevándola a un sueño inquieto, lleno de pesadillas, donde no encontraba la paz que tanto anhelaba.

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Entre encajes y misterios
Historical FictionValeria y Tatiana, dos amigas inseparables, deciden escapar del bullicio del moderno Londres sumergiéndose en una extravagante fiesta inmersiva al estilo del siglo XIX. Con sus trajes de época meticulosamente preparados, viajan al sur hacia una maj...