MASAJES JABONOSOS

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Abro la regadera metiendo mi cuerpo debajo, cierro los ojos disfrutando del agua fría.

Esto es muy desestresante.

Mi soledad no dura mucho, unas manos me rodean y agarran mis pechos.

— ¿Quién te invitó?

— ¿Quieres que me vaya?

Deja un beso húmedo sobre mi hombro, alcanzo el jabón a un lado de nosotros y me volteo, enjabono su torso.

De sus pestañas caen pequeñas gotas de agua.

Termino con su pecho y continuo con su espalda, me pego a él arrastrando el jabón en su piel y entrelazando nuestros labios bajo a sus nalgas, él me quita el jabón y lo pasa por mi espalda y hombros, baja a mis senos, los manosea en círculos, mis pezones se deslizan entre sus dedos espumosos, me giro, rodea mi abdomen, lo enjabona un poco antes de ir al sur y meter sus dedos jabonosos en mi raja para acariciar el clítoris, pego mi cabeza a su pecho soltando un jadeo, sigue con los movimientos de su mano por unos minutos, me sostengo con mis palmas sobre la pared.

Me inclino hacia adelante, deja mi clítoris para deslizar sus manos sobre las curvas de mi cintura, llega a mis nalgas, frota su dedo en medio de ellas.

—Qué bonito culo el que tienes.

—Ya lo sé.

—Eres una odiosa.

Mete de a poco un dedo en mi oscuro orificio, aprieto mis ojos sintiendo mi carne separarse, lo saca y lo mete repitiendo el proceso un par de veces.

Al sacarlo por completo, elevo mi tronco, volviendo a girar mi cuerpo y quitándole la formula química entre sus manos, me acuclillo atrapando su pene, masajeo sus testículos, su prepucio subiéndolo y bajándolo, va creciendo entre mis dedos.

Me levanto situándome tras su espalda.

—Vamos mi amor, inclínate.

—No —ríe nervioso.

—Anda, inclínate.

—Sé lo que piensas hacer —me mira por sobre su hombro.

—Inclínate y veremos si lo que piensas es lo mismo que quiero hacer.

Se reclina en las baldosas con sus manos. Hago el mismo procedimiento que hizo él, pero más sutilmente. Masajeo la entrada de su orificio al mismo tiempo que lo masturbo con la otra mano.

— ¿Cómo se siente, mi amor?

—Se siente... bien.

Inserto con suavidad mi dedo.

— ¿Y ahora?

—De hecho... mejor que la primera vez.

— ¿No te duele?

Lo meto hasta el nudillo.

—No.

— ¿Ves? Así debes hacerlo.

— ¿Me estás queriendo decir que yo no lo hago bien?

Desplazo el dedo en círculos, en esa pequeña bolita de carne. Sus manos se forman en puños.

Escucho un quejido bajo... y no es mío.

— ¿Te duele?

—No.

— ¿Te gusta?

Tarda unos segundos en responder.

—Si te digo que si... ¿Te burlaras?

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