9. BANQUETE VISUAL

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Últimamente, he tenido muchos días difíciles, y las cosas parecen no mejorar. En días como hoy, siento que todos mis problemas se acumulan y pesan más de lo habitual en mi mente: mi deuda estudiantil, un matrimonio fallido, un trabajo extremadamente pesado y exigente, y saber que mis compañeros hombres ganan más que yo solo por ser hombres, mientras esquivo las insinuaciones del pedante de Dylan. Creía que ese era mi límite, pero desde hace unos días debo sumar un problema más, que me obliga a redefinirlo: estoy frustrada sexualmente.

Sebastián sale del área de urgencias, y ni siquiera tengo tiempo para darme un banquete visual con él. Es injusto. No puedo ni mirarlo, y el hombre me encanta desde que lo vi por primera vez y noté esos hombros anchos y esa mirada que parece gritar: "No juegues conmigo porque te arrepentirás". Sin embargo, él parece no notarme. No es que sea una mujer clásica ni nada por el estilo; soy perfectamente capaz de dar el primer paso, pero lo mínimo que necesito es que el hombre me muestre alguna señal de que no le soy indiferente. Solo eso.

Me gustan los hombres posesivos y de temperamento fuerte, no lo puedo evitar. Realmente, me atraen los hombres así; no quiero a mi lado un hombre dulce al que pueda manipular, ni uno que me llene de chocolates y flores. ¿Qué sería lo interesante en eso? Suena tan adolescente para mí. Tal vez ese es mi problema: los busco demasiado interesantes.

Quiero uno que sepa lo que quiere y lo que no, uno que marque territorio pero que solo sea rudo conmigo en la cama. Si va a desquitarse conmigo de alguna forma, que sea mostrándome su parte salvaje en el sexo, de tal manera que solo quiera gritar su nombre y así pueda perdonarle lo que sea. Sacudo la cabeza, tratando de espantar esos últimos pensamientos que están generando en mi cuerpo sensaciones inadecuadas en este momento. Realmente, algo debe estar mal en mí. Un hombre rudo lo es con todo el mundo, hasta con su mujer, y ya me quedó clara esa parte. Por eso todo siempre se va a pique.

Para mí, la situación empeora tras el despliegue de valentía y fuerza que acaba de mostrar Sebastián en urgencias. Todas las mujeres del lugar lo miramos, mojando los interiores por él en ese momento. No pude evitar pensar en lo mucho que me desestresarían solo un par de horas con él.

Finalmente, la oleada de trabajo pesado comienza a disminuir, y puedo escaparme momentáneamente para averiguar el estado de Alexander. Lo encuentro clasificado como el paciente NN32, lo cual nunca es bueno. A diferencia de mi hermana, no suelo pensar bien de la gente al principio, y creo que en este caso acerté: Alexander y su familia no son buenas personas, algo malo tienen.

Ocultar la identidad es un servicio especial que solo se realiza en dos casos: o cuando la persona es una celebridad, o cuando es tan peligrosa que representa un riesgo para el hospital si no lo hacemos. Obviamente, me inclino por pensar que Alexander y su familia pertenecen a la segunda categoría, y se lo advertí a Isabella cuando la ayudaba a elegir apartamento: No es normal ese derroche de dinero; de eso tan bueno no dan tanto.

Alexander ya salió de cirugía, y realmente no estaba tan grave como creí. En su mayoría, son costillas rotas o fisuradas por los impactos, pero el chaleco antibalas que llevaba hizo un buen trabajo, y solo una bala logró atravesarlo, aunque no causó una herida profunda. El verdadero problema, como en muchos de estos casos, es el golpe en la cabeza. Mi hermana está hecha un manojo de nervios; su preocupación es tanta que no soy capaz de tocarle el tema y volver a comentarle mis inquietudes.

El tiempo que puedo acompañarla es breve, pero le explico con calma el estado de Alexander para intentar tranquilizarla y que entienda que no es tan terrible como parece. Afortunadamente, Chloe está con ella, así que puedo estar tranquila, ya que se encargará de que coma algo y no se deshidrate solo por el llanto. Mi teléfono suena y debo volver corriendo a mi puesto; tengo un paciente.

El resto de la jornada fue más benévola conmigo, e incluso tuve tiempo para un sándwich. Estaba por salir de urgencias cuando veo a Sebastián sentado en una de las tantas salas de espera. Es tan serio. Seguramente me está esperando porque le pedí que lo hiciera. Tiene los ojos cerrados, la cabeza hacia atrás y los brazos cruzados en su regazo. Sigue sin cambiarse y parece estar agotado.

No puedo evitar pensar en que Isabella está cuidada por Chloe y que el abuelo ya está con ella, mientras que este hombre parece tener tantas cosas en la cabeza que se olvidó de sí mismo. Seguramente no ha comido nada en horas. Me siento culpable, pues posiblemente, si estuviera con el resto, algo habría comido o le habrían dicho que se fuera a descansar, así que busco una máquina expendedora y compro algo para al menos calmar un poco mi culpabilidad.

—Toma, café con leche y galletas.

Abre los ojos y me mira con un brillo extraño en la mirada. Me encantaría saber en qué estaba pensando justo ahora; quizás eso ahuyentaría los pensamientos que este hombre me genera. Tontamente, pienso en que tal vez necesite el mismo tipo de desfogue que yo para despejar la mente y que todo se vuelva un poco más llevadero.

—Gracias —recibe lo que le ofrezco—. Debería haber sido al contrario, eres tú quien ha estado trabajando todo el día.

—Y aun así, tú tienes peor pinta. Deberías irte a descansar; esta noche tu primo tiene mucha compañía y realmente no dejarán entrar a todos a verlo.

Me siento a dos sillas de él y parece reflexionar un poco sobre mis palabras.

—¿Ya comiste algo? —pregunta tras darle un sorbo a su café.

Su mirada sigue teniendo el mismo desinterés de siempre, así que solo es cordial. Supongo que es todo lo que hay, así que me dispongo a alimentar la vista por un rato.

—¿Un sándwich hace tres horas cuenta?

—Claro que no. Te invito a comer, hablamos y luego te llevo a tu casa.

Se levanta y camina hasta la caneca en que deposita el vaso de papel. Luego destapa las galletas y me ofrece una, pero la rechazo. Cortés, muy cortés, casi protocolario. Qué difícil es mantener mis ojos quietos y no detenerme a detallar ese gran cuerpo.


NOTA DE AUTOR

Casi puedo asegurar que deseaban conocer el punto de vista de Sophia.


EL CALOR DE SU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora