65. ¿PERDERÉ MI LIBERTAD?

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—La puerta ya ha sido reparada, señora —anuncia la recepcionista, mirándome con curiosidad desde el mostrador mientras estaciono el coche. Su mirada se detiene un instante en el bebé, como si intentara recordar si estuvo aquí antes—. ¿Quieres que le reasignemos la habitación?

—Sí, por favor —respondo antes de que Sebastián llegue con el resto de las cosas y decida contestar por mí.

No es que no quiera que esté cerca, pero así es más fácil para mí hacerme la prueba de embarazo con calma mañana por la mañana. Espero a Sebastián en su habitación y dejo a la pequeña sobre la cama, boca abajo, observando su esfuerzo al alzar la cabeza y el pecho apoyándose en sus codos diminutos. No veo razón para llevarla al pediatra de urgencia: se ve bien de tamaño y reflejos para sus casi tres meses, así que concluyo que el problema eran gases mal sacados, lo que le provocaba los cólicos.

La acomodo nuevamente y me recuesto a su lado, pensando en la desgracia que sin saberlo, está atravesando la bebé.  No creo que Noah tenga cabeza para pensar en los controles médicos a que debe llevarla, así que me apersonaré de eso.   Sebastián llega pocos minutos después y se sienta al otro lado de la cama, también observándola.

—Debimos comprar una cuna o traer la que Noah debe tener en el apartamento —dice sin apartar la vista de su manita, que se abre y cierra lentamente—. No podría dormir tranquilo pensando que podría aplastarla en la noche.

—No te preocupes, se quedará conmigo en mi habitación —su rostro se vuelve serio antes de refutar.

—Te dije que no dormirías en otra cama...

El sonido de mi celular lo interrumpe antes de que comience el sermón que adivino. He recomendado mi trabajo a varios conocidos, por si Dylan sigue decidido a dejarme fuera, así que no puedo darme el lujo de ignorar la llamada.

—Ya seguimos —le digo a Sebastián, atendiendo la llamada mientras una parte de mí piensa: "Se ve tan indignado y tan atractivo así..."

Hablo con un asesor del banco con el cual tengo mi crédito y me informa que ya está listo mi paz y salvo por haber cancelado la totalidad de mi deuda hace tres días.   El hombre me informa que por mi buen comportamiento de pago, tengo un crédito disponible mucho más grande que el anterior y se esmera en mostrarme las bondades del mismo.  Lo interrumpo para dejar en claro el error que están cometiendo.

—No es posible, yo no he cancelado esa deuda, por favor verifiqué bien en el sistema —digo convencida de que ese error podría salirme caro después.

—¿Te hablan del Citi Bank? —pregunta Sebastián.

Lo interrogo con la mirada, pues no entiendo como sabe él que yo tengo productos con esa entidad.

—Así es.

—Entonces fuí yo.  Yo cancelé tus deudas con esa entidad.

—¿Qué? —respondo al inicio con incredulidad, pero después esa incredulidad mutó a enojo.

¿Por qué insiste en hacer cosas sin consultarme? ¿Quién le dio el derecho de intervenir en mis asuntos? Aunque sé que para él ese dinero no es mucho y que para mí representa un alivio importante, mi mente se queda clavada en un solo pensamiento: Sebastián no me está tratando como una pareja, sino como una pertenencia.

—No me interesa aceptar un nuevo crédito, gracia.  Puede enviar el documento de paz y salvo a mi correo.

Cuelgo, lo miro, luego a la bebé. Quisiera gritarle, recordarle que merezco respeto, que soy alguien independiente y que no tiene ningún derecho sobre mí, ni siquiera aunque me concediera el título de "su mujer", como suele decir. Pero no puedo. Por un lado, no quiero alterar a la bebé; por otro, no sé si las hormonas me están jugando una mala pasada, y temo que empeore aún más las cosas.

—No tienes derecho a entrometerte en mi vida sin consultarme —digo, dirigiéndome al baño y recogiendo mis cosas para guardarlas en la maleta—. Maldición, estoy tan sensible que ya estoy llorando otra vez.

— ¿Qué hice de malo? ¿Ayudarte? —me pregunta molesto, siguiéndome de cerca.

—Baja la voz, puedes asustarla —le digo, mirando hacia la cama.

Sebastián sigue mi mirada y también la observa, lo que parece suficiente para calmar su tono.

—Voy a pasar mis cosas a mi habitación. Déjame sola esta noche, necesito tiempo para tranquilizarme. Después hablaremos. Ayúdame con la maleta; Yo llevaré a la bebé.

—Dime, ¿cuál es mi pecado ahora? —me pregunta, con una expresión de genuina incomprensión.

—Sebastián, soy tu igual, no un perrito recogido en un refugio al que arreglas la vida empezando por ponerle nombre.


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Estoy de nuevo en mi habitación, y aunque solo una pared me separa de Sebastián, siento que hay un abismo entre nosotros. Ese espacio se me antoja inmenso, más de lo que quiero admitir. Tengo miedo, uno que no puedo controlar, y mientras más me esfuerzo en ocultarlo, más evidente se vuelve para él.

Lo que me atrajo de Sebastián al principio no fue solo su apariencia, aunque admito que fue lo único que noté aquella noche en casa del abuelo. Claro, es un punto a su favor, pero lo que realmente me conquistó fue la profunda preocupación que demuestra por los suyos. Su naturaleza protectora, la intensidad con la que cuida de su familia... eso siempre me ha parecido atractivo, irresistible incluso. Pero ahora siento que esa misma cualidad está volviéndose en mi contra.

¿Quiero que Sebastián resuelva cada aspecto de mi vida? ¿perderé mi libertad si le permito eso?Temo esa respuesta, pero lo que tengo claro es que no pienso retroceder, perder la libertad que tanto me costó ganar. No aceptaré una jaula, así esta sea de oro.

Trato de descansar aprovechando que Elizabeth aún duerme mucho, pero no puedo, así que depués de almorzar con Noah y mirarlo interactuar con su hija, me encierro en la habitación, a esperas de que me encuentre el alba para poder realizarme la prueba.

—Es el momento —me digo antes del alba, tomando las dos pruebas temblorosas entre mis manos y entrando al baño.

EL CALOR DE SU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora