15. EL PLAN DE SEBASTIÁN CON EKATERINA

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En definitiva, le he perdido el gusto a esta mujer. El hombre que está por recibir una felación por parte de Ekaterina no es el Sebastián Pizano habitual, sino un Sebastián enojado que ha decidido sacarse esta noche el arpón que le clavó esta mujer y devolvérselo. Sus besos, ni la suavidad de su piel, logran generar en mí los resultados que necesito, así que he tenido que recurrir a mi imaginación para que mi amigo se digne a cooperar.

La mujer se arrodilla en el suelo y, sin perder tiempo, sus labios teñidos de rojo me envuelven. Un pequeño resplandor se ve a lo lejos y pasa casi inadvertido para todos. Las nuevas tecnologías son una maravilla. Mi miembro está a media asta y debo poner algo más de imaginación en el asunto, pues hoy no es momento de quedar mal; al contrario, es cuando más debo lucirme. Cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás para ponerle rostro a mi fantasía.

Sé que no debo usar el rostro de Sophía, aunque la tentación me consume, así que sigo buscando reemplazos en mi mente. Tampoco me agrada la idea, pero con ella no trato y me dejó una impresión positiva: bienvenida, señorita Chloe Sullivan, a mi fantasía de esta noche. La chica rubia de gran sonrisa y silueta de reloj de arena debe bastar. Una sonrisa de satisfacción verdadera se dibuja, ahora sí, en mi rostro al imaginar lo vivaz que debe ser esa mujer en la cama. Casi puedo escuchar su risa juguetona, sus jadeos, y ver lo abiertas que deben ser las expresiones de placer en su rostro.

Imagino esa cabecita rubia en mi entrepierna y entonces el verdadero morbo de lo que estamos haciendo y de dónde lo estamos haciendo me alcanza. Retiro uno de mis brazos del espaldar de la silla y enredo mis dedos en su cabello para marcar el ritmo de esa cabecita. Cada vez me entusiasmo más y siento más resistencia de su parte, así que al final, aunque soy consciente de un par de miradas raras a lo lejos, descargo todo lo que tengo en esa boca que traga sin miramientos todo lo que le doy.

Organizo nuevamente mis ropas y la ayudo a levantarse. Mi mirada se cruza con la de un par de sujetos que, desde lejos, identificaron que algo pasaba al observar emerger a Ekaterina. Les hago un saludo con la cabeza y sonrío, confirmándoles la veracidad de sus suposiciones. Sé perfectamente que debo ser un puto héroe para ese par, pero la realidad es que nunca podría considerar esto una victoria, al menos no todavía.

Ekaterina toma afanada lo último que queda de su trago.

—Hoy estás diferente —dice en tono de queja.

—¿Nos vamos? Ya no quiero más gente cerca —la interrumpo.

—Dijiste que querías desahogarte, pero no me has dicho nada.

—En mi apartamento, aquí no. Este no es el lugar para eso —contesto.

—¿Y para sexo oral sí?

Río ante esa pregunta, que evidentemente no requiere respuesta.

—Vámonos —la tomo de la mano, haciendo que me mire con extrañeza nuevamente.

—No te estarás enamorando de mí, ¿verdad, Sebastián? Sabes que no quiero compromisos en este momento de mi vida —hace el intento de soltar mi mano, pero la tomo con más fuerza y le abro la puerta de mi vehículo para que ingrese.

Me mira extraño, pero entra. Bueno, ya se acabaron las fotos en lugares públicos; ahora inicia la mejor parte.

—No te preocupes, esto no es amor, solo muy buen sexo —respondo.

Llegamos al apartamento y no la dejo hablar. Le quito el bolso, lo dejo sobre una silla y luego la lanzo sobre uno de mis hombros para llevarla a mi habitación. Hoy decidí que quería probar con ella un par de juguetes y realmente los disfruté, y aunque al inicio se negó, rato después estaba clamando por más. Maldigo que esta tenga que ser la última vez; realmente disfrutaba el sexo con ella, y pareciera que hoy, que no intenté complacerla en lo más mínimo, ha sido cuando más descontrolada y jadeante la he escuchado.

Si ella supiera que en todo momento debí imaginar otro rostro con ese cuerpo, no estaría contenta. Cada vez que suplicó por más, cada vez que dijo mi nombre, en mi mente era el rostro de la rubiecita el que veía, y fue eso, solo eso, lo que me mantuvo tan motivado todo el tiempo. Sale, como siempre, rumbo al baño y es ahí que la escucho pegar un gran grito.

—¿Estás loco? ¿Por qué lo hiciste? Ya lo habíamos hablado.

Dejé tres marcas en su cuerpo, estratégicamente ubicadas, así que por algunos días deberá usar ropa muy tapada.

—Hoy me dejé llevar, pero ahora, gracias a ti, estoy completamente despejado —digo con una gran sonrisa, a pesar de que la suya se borra.

—Entonces, ¿ya no me vas a contar? —dice, dejando el escándalo por los chupetones en su cuerpo y volviendo a su tono dulce.

—Es que...

Le cuento una historia en la cual, gracias al cielo, Alexander está sin un rasguño y que, aunque Roberto está herido, no es de gravedad. Le digo que no me puedo perdonar esa falla de seguridad; que de no ser porque a última hora mi primo y su esposa debieron salir de la ciudad, en este momento estaría en un velorio. Y que, para mi mala fortuna, todos los atacantes fallecieron; no quedó uno solo con vida para interrogar.

—Pero te aseguro que, de alguna forma, los responsables pagarán. Las afrentas a mi familia las cobro y con intereses; eso es sagrado, Ekaterina, lo sabes, ¿verdad?

La miro con intensidad y ella solo asiente levemente con la cabeza. Aún no sabe que pronto ella iniciará a pagar de verdad. Tal y como siempre, sale de mi apartamento sola y sin hacer el intento de acompañarme en la cama para descansar un poco. Escucho cuando cierra la puerta del apartamento, así que tomo mi celular y le marco a Fausto.

—¿Pudiste? —pregunto, casi seguro de la respuesta.

—Todo como usted lo pidió, señor. Ya le estoy enviando las fotos y tuvimos tiempo más que suficiente para clonar ese celular. Desde ya puede manipularlo sin problema.

Estoy complacido, pues todo salió a pedir de boca esta noche. Las fotos que estoy observando en la pantalla muestran a una hermosa mujer de mirada enamorada, deseosa por complacer a su hombre sin importar el lugar, una mujer cuyo hombre la recibe de pie cuando ingresa a un lugar y le abre la puerta del vehículo cuando salen. Eso es lo que podrían mirar los Williams, eso y los chats comprometedores que intercambiamos en los cuales ella me cuenta cosas sobre ellos. ¡Que viva la tecnología!

Mis ojos se cierran satisfechos, sabiendo que solo debo aguantar unos pocos días más la farsa con esta mujer para que realmente esté en mis manos y haga lo que yo le pida. Ella no es tonta; sabe perfectamente que ante la menor duda que tengan los Williams, ella será reemplazada y su final podría ser definitivo.

Mañana cerraré un asunto que sí puedo solucionar de una sola vez. Le haré una visita de cortesía a Terry y le dejaré muy claro que ella está bajo la protección de mi familia.


EL CALOR DE SU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora