61. SEBASTIAN COQUETO

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Nunca me había sentido tan vulnerable ante alguien. La fuerza abrumadora de Sebastián y la imposibilidad de moverme me dejaban completamente a su merced. Y sin embargo, a pesar de mi resistencia, mi cuerpo me traiciona. El placer en sus ojos al verme indefensa es suficiente para encender mi deseo, aunque lo odie. Me mantiene al borde, jugando con lo que mi sexo anhela, torturándome con la deliciosa promesa de más. Se está divitiendo. Pero en algún momento encontraré la manera de desquitarme. De eso, no tengo duda.

Jamás pensé que podría disfrutar este papel de debilidad, pero él lo hace sentir tan seguro, tan tentador, que al final me pierdo en su fantasía. Termino pidiéndole más, entregándome de maneras que me asustan. Cuando todo acaba, estamos exhaustos, uno junto al otro, y aunque por primera vez me llama su mujer y deja claro que me quiere a su lado, algo dentro de mí se resiste. No puedo decirle que sí a todo. No quiero.

Sebastián es fuerte, acostumbrado a tener el control, a que lo sigan sin cuestionar. Y ahora, ese control está chocando con mi orgullo. Me niego a dejarme anular otra vez. Me niego a que mi vida vuelva a girar solo en torno a un hombre. Su mano acaricia mi rostro, y me mira con tal devoción que una parte de mí casi quiere creer que esta vez será diferente. Pero ya he estado aquí antes. Temo que, si me dejo llevar, perderé nuevamente mi independencia y tranquilidad.

Temo arriesgarme, así que a fin de romper el momento mágico que se ha creado, lo invito a que iniciemos nuestra jornada.  Aún no amanece, pero ambos estamos despiertos, alertas. Su ducha es rápida comparada con la mía, así que pronto tengo el baño solo para mí. Me tomo mi tiempo, lavando mi cabello, secando mi cuerpo y masajeando crema sobre las marcas. Sé que no le gusta que toque sus "huellas", pero esto es parte de mi pequeña rebeldía.

Al salir, lo encuentro ya vestido, impecable, y maldita sea, se ve increíble. Lo miro con una mezcla de orgullo y aprensión. Por ahora es mío, y yo suya. Qué pensamiento tan romántico... pero peligroso. No quiero ser un ave enjaulada, tengo alas y también quiero volar.

— ¿Vamos a la clínica? —pregunto mientras termino mi maquillaje.

—Sí, será un día largo. —Su tono es distraído, pero noto que sigue mis movimientos—. Irémos por Noah para desayunar. Después, cueste lo que cueste, quiero ver a la bebé.

Algo en su voz cambia, y lo veo reflejado en el espejo. Me acerco, inclinándome para besar suavemente sus labios.

—Déjame a mí manejar la situación —susurro, tomando su rostro entre mis manos—. Noah solo necesita una pequeña guía. Todo estará bien.

—Eso espero —murmura contra mi pecho, abrazando mi cintura. Su cabeza descansa sobre mí, como si buscara consuelo—. Pero si se pone muy terco, no garantiza que lo trate con suavidad.

Ese comentario debería hacerme sonreír, pero siento un nudo en el estómago. No es solo Noah lo que me preocupa. Mi cuerpo ha estado reaccionando de manera extraña estos días: mareos, agrieras... Estoy escondiendo estos síntomas de Sebastián porque no quiero alarmarlo, pero no puedo evitar pensar que algo más grande está pasando.

Atravesamos el hotel y llegamos al estacionamiento, donde me abre la puerta de un auto que no había visto antes.

—¿De quién es este coche?

—Es de Noah. Le he dicho que no es seguro que conduzca por unos días, así que me lo prestó. Mejor que tomar un taxi... o aceptar la oferta de Richard —añade con un tono que deja claro que esa última opción sería la peor de todas.

Richard.  Definitivamente, tengo que hablar con él. No puedo permitirme coqueteos o confusiones ahora que las cosas con Sebastián han llegado a este punto. Un mal paso y todo podría explotar.

—No me has contado cómo te fue con él ayer —pregunta de repente, su tono mordaz mientras acelera más de lo que me gustaría.

—Bien, es divertido —respondo, evitando entrar en detalles—. Fuimos a varios lugares. Fue... intenso.

Le cuento lo que pasó con aquel hombre terminando nuestro recorrido y creo detectar una sonrisa de alivio al finalizar mi anécdota.

—No entiendo por qué te alegras, pudo haber muerto —digo, desconcertada.

—Ese imbécil eligió bien sus palabras —murmura, ignorando mi comentario.

Es de día cuando llegamos a la clínica.  Sebastián me pide que lo espere cerca de la entrada, algo que me parece extraño. Curiosa, lo sigo a escondidas, y lo veo comprando una bebida en la máquina expendedora antes de acercarse al mostrador de enfermería. Mis ojos se abren con incredulidad al ver cómo interactúa con la enfermera. ¿Estás coqueteando con ella? ¿En serio?

El ardor en mi pecho es inmediato, como un golpe. Apenas hace unas horas me decía que soy su mujer, que me quiere a su lado. ¿Pero eso solo aplica para mí? ¿Cree que puede tenerme atada mientras él sigue jugando? El enfado me sube por la garganta. Esto no va a quedar así.

No está ni tibio.

—Sigue sin cambios —dice la mujer con una sonrisa coqueta, sosteniendo entre sus manos el vaso que acaba de entregarle a Sebastián. Sus ojos brillan de manera que me resulta insoportable—. Afortunadamente, tiene una familia que la apoya y no la han dejado sola ni un instante.

—Tiene razón, una gran familia —respondo, apareciendo detrás de Sebastián antes de que pueda darse cuenta. La sorpresa en la cara de la mujer es evidente cuando me ve. Su pequeña sonrisa vacila—. ¿Quieres que te acompañe a hablar con tu primo? —añado, dirigiéndome a Sebastián, pero sin apartar los ojos de ella. Quiero que sepa quién soy.

Sebastián parece desconcertado, sus ojos se cruzan con los míos y por un segundo se queda inmóvil, sin saber cómo reaccionar.

—Si usted no es familia, no puedo permitirle pasar —interviene la enfermera, casi con un toque de suficiencia en su tono.

—No te preocupes, puedo esperar aquí por mi marido —respondo con una sonrisa calculada, acercándome lo suficiente a Sebastián para besarle los labios.

Por suerte, él fue lo suficientemente rápido como para agacharse y corresponder. Si no lo hubiera hecho, no quiero imaginar el escándalo que podría haber montado. Me doy media vuelta, caminando despacio, sabiendo que ambos me observan mientras regreso al banco donde me dejó esperando.

Mi mente no deja de dar vueltas. No tenía idea de lo coqueto que podía ser. ¿Acaso he sido ciega todo este tiempo? La idea de que este comportamiento haya estado frente a mí, y yo sin notarlo, me invade con un sabor amargo. Por un momento, ese pensamiento me consume, haciéndome olvidar incluso el malestar físico que me ha estado atormentando estos días.

Una punzada de celos atraviesa mi pecho, y la duda me corroe.  Lo más hiriente no es que coquetee con otra mujer. Lo peor es que, después de llamarme su mujer y reclamarme como suya, siga jugando con las mismas reglas de siempre. Como si nada hubiera cambiado. Como si mi presencia no fuera suficiente para detener ese impulso en él.

¿Acaso espera que la única que haga modificaciones en su vida sea yo?




EL CALOR DE SU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora