—No puedo dejarlo solo —le digo a Sophia después de explicarle rápidamente la situación.
—Ve con él, yo comprendo —responde mientras toma mi mano, disimuladamente. La miro extrañado, y continúa—: Este no es el momento para exponer lo nuestro, y menos para que se enteren de nuestro bebé.
Miro a Noah, quien sigue sentado donde lo dejé, y aunque me cuesta aceptarlo, es evidente que no es el momento adecuado.
—Está bien, pero al menos debo contárselo a mamá —respondo, convencido de que no me perdonaría si se entera por otro medio que va a ser abuela.
Sophia me regala una sonrisa fugaz y vuelve a apretar mi mano antes de acercarse a Noah para hablarle. La observo a lo lejos mientras tomo a Elizabeth en brazos. No llora, pero quiero tenerla cerca. Pronto perderá a su madre sin haber llegado a conocerla, y no es justo. No imagino lo que sería de mí si no hubiese tenido a mi madre.
Sophia toma las manos de Noah y le habla hasta que, de pronto, él se levanta y la abraza. Si no fuera Noah y esta situación no fuera tan terrible, sin duda estaría celoso; pero sé que Sophia está usando su magia para tranquilizarlo. De repente, la bebé vomita en mi hombro, y busco rápidamente algo para limpiarnos.
"¿Por qué se habrá vomitado? ¿Estará enferma?", me pregunto. Este sería el peor momento para que eso ocurriera. Por suerte, Sophia vuelve en ese instante, y, sin darle importancia, toma a la bebé y la limpia con calma.
—No deberías moverla tanto, menos justo después de comer —dice como si leyera mis pensamientos—. Ve con él; te necesita.
Aprovecho que Noah no está mirando y le doy un beso rápido antes de ir a buscarlo. Sophia regresa al hotel con la bebé, escoltada por el personal de seguridad que ahora tenemos como sombra, cortesía de Richard. Al llegar al apartamento, Noah ha servido un par de tragos, y me permito tomar unos sorbos con él.
—El abuelo quiere venir a acompañarte —le digo, buscando tender un puente entre ellos—. Te aseguro que está muy cambiado.
—¿Cambiado? No me lo creo. Es demasiado calculador para eso —responde mientras apura su trago.
—Ya no es ni la sombra del hombre que era antes —digo, cruzando una pierna mientras me acomodo en el sillón—. No tienes idea de cuánto lo cambió tu partida. —Noah sonríe, pero con sarcasmo, y no responde—. Nunca imaginó que precisamente tú, el más centrado de los tres, te marcharías. Supongo que comprendió que no somos como nuestros padres y que si te perdió a ti, podía perder al resto.
—Eso no es cierto. Fue capaz de retenerte a ti, usándome como excusa —dice, con una mirada triste—. No sabes lo mal que me sentí al darme cuenta de la verdad.
—Es cierto que nunca me alejé de la familia, pero eso no significa que el abuelo me tenga como a un soldado ciego, y él lo sabe. Tengo criterio, y actúo solo cuando es necesario para el bien de la familia. Fui capaz de abrir los ojos poco antes de tu partida —le digo, recordando lo duro que fue ese tiempo—. Gracias a ti.
Intercambiamos recuerdos, y veo cómo Noah se aferra a la idea de que el abuelo no pudo haber cambiado.
—El hombre que tienes en la memoria no es el mismo que conoce Alexander —digo, algo melancólico—. Él, siendo el menor, solo conoce la faceta buena del viejo. Alexander lo ve como abuelo; para nosotros, hace unos años, solo era un jefe.
Noah me mira como si hubiera dicho algo absurdo.
—¿Estás diciendo que el viejo se ha ablandado? —Termino de un trago lo que queda en mi vaso antes de responder.
—Tienes que verlo tú mismo para creerlo. —Noah duda un instante, y aprovecho el momento—. Él realmente quiere apoyarte; sabes cuánto amaba a la abuela, y tu situación lo afecta de verdad.
Una hora después, consigo que Noah acceda a descansar, prometiéndome que le dará una oportunidad al abuelo. Su sueño es intranquilo; se queja y balbucea, mostrando que el sufrimiento sigue presente. Lamentablemente, en ese terreno, no puedo ayudarlo. No sé qué será de su vida cuando Mía se vaya, solo espero que nos permita a todos estar cerca. Noah no lo sabe, pero sus decisiones cambiaron al abuelo... y también a mí.
—Hola, abuelo.
El hombre me escucha atentamente y me dice que simplemente llegará, que no le importa si Noah lo rechaza; sabe que va a necesitarlo y quiere estar a su lado. Le creo. A pesar de que quiere a Alexander y lo ha criado, Noah ha sido siempre su nieto favorito.
—Noah está listo para recibirte, no pierdas esta oportunidad. Quizá no tengas otra —al colgar, sé que es momento de hablar con Alexander.
Esa noche acompaño a Noah a la clínica, donde encuentro a sus padres y hermana junto a Mía en la habitación. Las reglas del lugar permiten que, en sus últimas noches, todos permanezcan con ella. A la mañana siguiente, llamo a Alexander para saber cómo siguen las cosas y, claro, ponerlo al tanto.
—Ya hablé con el abuelo; vendrá en el jet de Richard. Mañana desconectarán a Mía.
—¿Eso significa que aceptaste el trato con Richard? —pregunta con cautela.
—¿Qué opción tenía? El acuerdo es bueno para la familia, y si los planes de Richard se concretan, no habrá preocupaciones mientras él esté en el poder. Tengo su palabra.
—Ya hallaremos otra solución —dice con firmeza—. Básicamente, le estamos vendiendo el alma al diablo.
—Prefiero vendérsela temporalmente a Richard, y saber con quién trato, antes que estar a merced de los Williams, sabiéndonos sus perros —respondo con el rencor acumulado en mis palabras.
—¿Y qué quiere Richard de ti? —Sé que lo sabrá tarde o temprano, pero no quiero más problemas ahora.
—Eso no es asunto tuyo.
Puede que mi respuesta suene más hosca de lo que quisiera, pero era necesaria. Esta es mi decisión; ni el abuelo ni Alexander asumirán las consecuencias de lo que decida.
—Te enterarás después. Lo que sí puedo decirte es que prefiero un demonio conocido.
—Maldita sea —murmura.
La bebé comienza a llorar al fondo, y trato de calmarla.
—¿Estás con la bebé? —pregunta, sorprendido—. ¿Qué pasó?
—Me vomitó.
—¿Por qué tienes tú a la bebé? ¿Dónde está Sophia?
—Noah salió temprano para la clínica, y Sophia me pidió que cuidara a la bebé mientras se arreglaba. Es preciosa, pero tiene un genio que creo que ni ella misma soporta.
—No sé si hablas de la bebé o de Sophia.
Escucho su risa contenida antes de responder.
—Supongo que aplica para ambas, pero hablaba de la bebé. Estaba tranquila en mi hombro, traté de cambiarla de posición para acostarla y no le gustó. La mecí un poco y... me vomitó. Ahora los dos estamos sucios, y seguro Sophia me va a regañar. Siempre que la deja conmigo, vomita; como si yo supiera cargar bebés.
—Envíame videos, así podré mostrárselos a Isabella. Estoy harto de que siempre sea ella quien me envíe fotos de la niña y de que presuma que su hermana sí le comparte.
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EL CALOR DE SU PIEL
RomanceSebastián Pizano, el mayor de los tres nietos del legendario Juan Alberto Pizano, fundador del poderoso conglomerado Picazza, ha asumido un papel fundamental dentro de su familia: ser el protector que mantiene a sus primos alejados de situaciones co...