7. LLEGADA A LA CLÍNICA

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Le devuelvo el celular a la preocupada chica que no me quita los ojos de encima y me sigue con la mirada mientras tomo mi teléfono para llamar a Arturo.

—Necesito confirmar ya dónde está Alexander. Prende los rastreadores; voy bajando.

Ignoro a la chica al pasar por su lado, pero la muy osada me intercepta y habla.

—¿Qué le digo a Isabella? Ella está desesperada, ¿qué hago? No puedo simplemente imaginar que nada pasó.

—Trata de calmarla —le digo, y luego la aparto para proseguir.

—¿De verdad piensa ir a buscarlo? ¿No llamará a las autoridades? ¿Se cree Superman o qué?

No sé qué le acabo de decir con la mirada, pero, por la expresión que pone, parece que no fue nada bueno. Retrocede un poco y agacha la cabeza antes de volver a hablar.

—Perdón, estoy nerviosa y preocupada por mi amiga. No fue mi intención faltarle al respeto.

Parece que la preocupación por su amiga es real y, aunque es inteligente, es tan poco sensata que seguramente sería capaz de seguirme y sermonearme hasta que suba al vehículo y desaparezca de su vista.

—Ve con Isabella, cuídala, y dile que me estoy encargando de la situación. Que tenga por seguro que lo encontraré. Toda esa energía suya, úsela para evitar que ella salga de la casa y agrande los problemas.

Se queda congelada por unos segundos y, de pronto, sale de mi oficina de la misma forma en que ingresó: como un ventarrón.

—Está en movimiento —grita Arturo desde la puerta, posiblemente extrañado por mi demora y casi chocando con Chloe.

—Vámonos —digo, saliendo por fin.

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Los tres rastreadores apuntan al mismo lugar, así que nos movemos con certeza tan rápido como podemos. El punto es poco transitado, pero supongo que Roberto se dio cuenta a tiempo, pues el vehículo alcanzó a frenar antes de ingresar al deprimido; allí habrían sido un blanco fácil para acabar todo rápido. Las motos llegaron primero, ya que es más fácil adelantarse en zonas concurridas, lo cual agradezco, pues llegaron justo a tiempo. No quiero ni imaginar lo que habría pasado si nos hubiéramos demorado solo tres minutos más.

A mi llegada, la escena es espantosa. Casi toda la escolta de Alexander está muerta, Roberto está herido en una pierna, y mi primo ha recibido varios impactos de bala en el pecho, pero sigue con vida. Llegamos a tiempo antes de que lo remataran. Estoy preocupado, así que corro directamente hasta Alexander y constato que sigue respirando, pues temí lo peor cuando lo vi.

¡Fallé! ¡Fallé! Eso es lo que grita mi mente al observar la escena y la sangre de Alexander ahora en mis manos y ropa. Llamo a una ambulancia para recoger a los pocos heridos y, obviamente, a mi primo, que se encuentra inconsciente. Tengo rabia conmigo mismo. Se supone que yo debía cuidarlo; no debí confiar en su esquema de seguridad. La preocupación es desplazada por la rabia al ver a uno de los atacantes, aún con vida, en el suelo, así que llamo a Arturo.

—Arturo, llévalo a mi lugar especial. Yo mismo me encargaré de interrogarlo —le digo, señalando al desgraciado que está herido sobre el asfalto—. Lo necesito vivo, así que no lo toquen.

—Limpien la escena, dejen solo un cuerpo del enemigo. Necesito que las autoridades investiguen un atentado fallido contra mi primo —le digo a Fausto, quien sabe perfectamente qué hacer.

Miro hacia Roberto, cuya mirada escapa extrañamente de la mía.

—Vamos a decir que eras tú quien iba en ese vehículo, que Alexander está de viaje con su esposa. No sobrevivió ninguno de los atacantes, así que nadie fuera de nosotros sabe qué fue de Alexander, y necesito que por un tiempo así se quede todo. ¿Quedó claro?

EL CALOR DE SU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora