Mientras Alexander se recupera, estoy a la cabeza de todo. La cantidad de reuniones y datos que hay que analizar me agobia, además de que eso hace que todo mi equipo esté sobrecargado de trabajo, sobre todo Lissa y Arturo. Sigo sin entender por qué Alexander peleó tanto por este cargo; es un fastidio total.
A las diez de la mañana, llega a mi correo el informe completo de los estudios de seguridad. Hice revisar a todo el personal, incluyendo a los fallecidos en el atentado. Uno a uno voy descartando traidores y aumentando mi ansiedad, pues estoy dejando de último a mi sospechoso principal. Reviso muchas cosas: cuentas bancarias, propiedades, viajes extraños, su familia y, en algunos casos, sus GPS. Todos están limpios, menos, obviamente, los sicarios del otro bando, cuyas cuentas bancarias me confirman lo que ya sabía...
Falta un solo clic. La carpeta se abre, dejándome ver alertas en todas las áreas posibles. Ingresos mensuales mucho más elevados de lo debido, una propiedad escondida por un lado, y su familia que acaba de salir del país. Eso es alarmante, pero es la mano derecha de Alexander, así que siempre existe la posibilidad de que él le haya asignado misiones especiales o algo así, y todo tenga una explicación. Aunque no lo creo.
Debo encontrar la forma de sembrar la duda en Alexander. Después de saber que el número de Isabella es nuevo, el listado de personas que lo conocen se ha reducido, haciendo que piense que Roberto puede ser quien lo facilitó para las amenazas.
Desde el atentado, Roberto casi no se siente. Es verdad que necesita reposo, pero tanto silencio no está en su naturaleza; es raro, casi como si quisiera mantenerse oculto. Eso ayuda a formar mi teoría de que esto pudo ser una traición hacia él, disfrazada de atentado a Alexander. No me atrevo a hablar con Alexander hasta no tener más evidencias, así que, mientras tanto, aquel hombre estará fuertemente custodiado y sus comunicaciones intervenidas.
—Jefe, ¿puedo pasar? —Miro hacia la puerta y Cloe está ahí. Le debe caer ahora muy bien a Lissa para que la haya dejado llegar tan fácil hasta aquí.
—Sigue, Cloe —digo, sorprendiéndome al darme cuenta de que ya no le digo "señorita Sullivan" como al inicio. Ella sonríe y entra.
Debo admitir que el uniforme se le ve bien. No lo usa especialmente corto ni ajustado, así que se ve bonita y elegante. Además, me agrada la forma en que se maquilla; sabe resaltar sus atributos sin que se note un esfuerzo desmedido en ello.
—Perdón, pero mamá insistió en que le entregara esto —me extiende una bolsa de papel con algo que, a todas luces, preparó su madre.
—Dale mis agradecimientos a tu madre. —Nuestra última conversación vuelve a mi mente y me planteo la posibilidad de tantear ese terreno. Puede que no sea tan terrible ese pecado, ¿o sí?
La mujer sale de mi oficina y me regala una mirada que logra entusiasmarme, aumentando mi curiosidad por ella.
Lissa aparece en la puerta y, tras escuchar su carraspeo, y observar su sonrisa contenida, vuelvo a centrarme en el trabajo.
***
—Tengo una sorpresa esperando por ti —le escribo a Ekaterina—. ¿Nos vemos esta noche?
—Hoy no puedo —responde de inmediato—. ¿Mañana?
—¿No estás en la ciudad? —indago.
—No, pero promete que en nuestra cita de mañana estarán presentes tus nuevos juguetes. Los de la vez pasada.
Pobre, no sabe que la sorpresa será negativa para ella, aunque me agrada confirmar que le di una despedida que seguro recuerda como el mejor sexo de su vida.
—Cambiemos de escenario. ¿Qué te parece si eliges un hotel? —No creo que se niegue a eso, menos si sabe que puedo pagar el que ella elija.
—Bien, entonces así será.
Una sonrisa de satisfacción se filtra en mis labios.
Estoy ansioso por ese encuentro. Una hora después, me envía el nombre del hotel, así que, muy diligentemente, hago la reserva. Me cercioro de que tenga una pantalla muy grande en la cual proyectar las fotos que, al ser tomadas desde ángulos especiales, muestran a una mujer enamorada en lugares públicos haciendo cosas sanas y otras simplemente más excitantes.
Tomo el celular desechable y repaso el historial de nuestras "conversaciones íntimas", y debo admitir que estoy más que satisfecho con su contenido. Todo está listo.
El tiempo avanza lento, pero tras mucho trabajo y mi llamada de todas las noches a Noah para saber como sigue todo, por fin llega el momento de la cita. The Peninsula New York es el lugar elegido por Ekaterina; es un hotel de lujo icónico ubicado en el corazón de Manhattan, en la prestigiosa Quinta Avenida. Es uno de esos lugares que combina la elegancia clásica con el lujo moderno. Sin duda, el mal rato que le haré pasar eclipsará su estancia allí.
—Nos vemos en la habitación 2003 —le envío.
Estoy seguro de que ella esperaba que el asunto fuera más como nuestro último encuentro y que la esperara en el bar o en el restaurante. Acepté que fuera en este lugar por el impacto que causará la última foto cruzando el lobby de este hotel, pero no pienso invertir un peso más en ella.
Puedo imaginar la escena: Ekaterina entra al lobby con una elegancia que roba miradas. El sonido de sus tacones de aguja resuena sobre el mármol pulido, marcando un ritmo lento pero seguro. Su presencia lo transforma todo; las conversaciones disminuyen, y los ojos de los curiosos siguen cada uno de sus movimientos. Ella causa ese efecto. Es una obra de arte viviente: piernas largas y perfectas que parecen no terminar nunca, piel ligeramente bronceada que brilla bajo la luz cálida del vestíbulo, y una melena de cabello oscuro que cae en ondas suaves sobre sus hombros, reflejando un brillo sutil con cada paso.
Un suave toque en la puerta me saca de mis pensamientos. Sé que es ella. Exhalo profundamente antes de cruzar la habitación y abrir. Ekaterina está allí, recargada contra el marco de la puerta, con una leve sonrisa en sus labios perfectamente pintados de rojo. Me mira con esos ojos que antes me hacían desearla.
—Hola —dice, su voz suave como terciopelo, con ese acento exótico que solía resonar en mi mente.
—Hola, Ekaterina —respondo, con calma. Abro la puerta por completo y la invito a pasar.
Ella camina lentamente hacia el interior, cada paso una declaración de intención. Se mueve por la suite como si siempre hubiera sido suya, sin perder ese aire seductor que parece ser su segunda piel. Lo interesante es que yo solo puedo observarla como quien contempla una obra maestra en un museo: apreciando la perfección, pero sin el deseo de poseerla.
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EL CALOR DE SU PIEL
RomanceSebastián Pizano, el mayor de los tres nietos del legendario Juan Alberto Pizano, fundador del poderoso conglomerado Picazza, ha asumido un papel fundamental dentro de su familia: ser el protector que mantiene a sus primos alejados de situaciones co...