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No tenía idea de por qué había terminado frente a esa puerta.

Lo único que recordaba era haber abandonado el gimnasio a pasos apresurados, con la capucha de mi hoodie cubriéndome el rostro y el bolsillo donde debería estar mi teléfono, completamente vacío. Obligué a mis piernas a avanzar, corrí hasta que mis pulmones ardieron y mis pantorrillas se sintieron tan tensas que creí que mis músculos se convertirían en hilos apretados que se reventarían en cualquier momento.

Correr se me daba bien.

Pensándolo bien y por muy detestable que sonara, se me daba de lujo.

Había huido de mis responsabilidades como estudiante tan pronto terminé la secundaria, una vida como profesionista no podía importarme una mierda cuando el dinero faltaba en casa y mi madre no ganaba lo suficiente para mantener a flote sus vicios, un hombre que se aprovechaba de ella y dos hijos que, por muy difícil de creer que fuera, no vivían de aire.

Mis piernas me habían llevado lejos de aquella casa cuyas ventanas rompí, huyendo despavorido y asustado hasta que esos matones me alcanzaron.

Apresuraba mis pasos lejos de SeokJin tan pronto su ceño se apretaba y comenzaba a cuestionarme o reprenderme por los temas que me parecían incómodos.

Corría lejos de mi realidad.

Huía de los problemas, de los matones, de la mirada de decepción de Jay.

Y huía de él.

De la memoría insistente que enfocaba su maldita boca estirada con un punto plateado y resplandeciente en la comisura derecha.

Corría lejos, tan lejos como pudiera de la tensión que se apoderaba de mí al recordar las riñas, sus burlas y mirada profunda.

Me veía ahí, acorralado contra la mesa, condenado por mi propia lengua a pagar el precio de la curiosidad, y entonces aceleraba el paso.

Apretaba los párpados en un intento de alejar el recuerdo de su aliento dulce y caliente rozando la superficie de mi boca y entonces corría más rápido.

Recordaba su lengua colándose en mi boca y obligaba mis pies a dar pasos agigantados.

Sentía un dolor naciente desde mis costillas, presionando mis pulmones y a sus jadeos contra mi boca y entonces decidía que no importaba cuánto doliera, podía acelerar más, que mis pulmones eran capaces de soportarlo, que mis piernas se recuperarían.

Pues yo no era como él.

Yo no era la clase de personas que buscaban refugio en los excesos.

Yo no era un maldito maricón.

Pero sin importar cuánto corriera, sin importar cuántas calles dejara atrás, cubiertas de árboles, de duro pavimento torturando los dedos de mis pies y con gente transitando ajenas a la tormenta, ajena a mis pensamientos; la tortura no cesaba.

Cuando mis pasos disminuyeron y de a poco se convirtieron en zancadas agotadas rozando el piso, me retiré la capucha y miré la fachada frente a mí. Me ardían los pulmones y las piernas y juraría que el dolor en mi costado herido meses atrás, y el frío que se había colado como agujas en mi nueva colección de rasguños, se quedaría conmigo por las siguientes semanas.

Era una casa pequeña en los suburbios, tenía un jardín de pasto reluciente y apenas tres plantas cuyo nombre no podía importarme más que mi cena de ayer. La puerta de color blanco estaba cerrada y por la única ventana de cortinas sumamente finas y cerradas, se colaba la luz proveniente del comedor.

Jin estaba despierto y probablemente Minhee también.

No estuvo en mis planes terminar allí, quizá mis pies solo buscaban un lugar seguro a dónde llevarme. Puede que la calma de Jin fuera lo que necesitaba; beber una taza de té con mi hermana y dejar que sus películas extrañas secuestraran mi mente; que peinar su cabello me ayudara a encontrar el camino a casa, a ese rincón en mi cabeza que aún recordaba cómo ser yo.

HARDER ✛ TaekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora