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¿Peleas callejeras? ¿Quién se creía ese maldito tuerto? ¿Brad Pitt?

Con mi estómago lleno de una exquisita hamburguesa, papas fritas y refresco, me dediqué a masticar la pregunta que comenzó a echar raíces en mi cabeza. Estábamos de vuelta en su auto; me dolían partes del cuerpo que no sabía que existían; el sabor a sangre seguía en mi boca, pero al menos el mal humor se había disipado después de la comida. Me pidió que lo acompañara a cierto lugar y yo no tuve otra opción que aceptar. En primera, porque sin más diarios que entregar, tenía tiempo libre hasta mi siguiente jornada, y en segunda, ¿Mencioné antes que el tipo me daba un poco de miedo y le había roto su ventana?

¡Navaja oxidada! ¡Mi cabeza tirada en las calles!

No, gracias, podría ser cabezota pero estúpido ¡jamás!

Nos detuvimos en un edificio de fuerte estructura color gris opaco, tenía una gran cortina corrida en la parte superior con un negro tan desgastado que podría apostar que, si sacudía el metal, fragmentos de la pintura vieja me cubrirían el cuerpo como confetti. Tan pronto puse un pie sobre el cemento liso, pude percatarme que la pinta de bodega vieja y de mala muerte, no era más que eso: una fachada que probablemente invitaba al cliché y mandaba las señales correctas a cualquier incauto con dos dedos de frente que quisiera pasarse de listo; la fachada le daba un aire abandonado y peligroso, mientras que el interior, pese a que no ser lo más limpio que haya pisado en mi vida —mi casa, por ejemplo, que no lucía mejor que un basurero—, estaba lo suficientemente equipado para saber que había una fuerte inversión de por medio.

Un gran ring al centro de plataforma beige —que probablemente algún día fue blanco y el sudor lo arruinó —, y cuatro postes con protecciones que cercaban el cuadrilátero, constituía el corazón del lugar; a su alrededor, docenas de pesas de distintas formas, máquinas para ejercitarse y costales de tamaños que jamás había visto, todos utilizados por hombres sudados y gestos que podría definir como concentración o mucho enojo. En ese momento entendí por qué mi cuerpo dolía tanto: el hombre de gabardina a mi lado tenía un gimnasio dedicado a crear más matones cazadores de pobres diablos como yo.

—Así que aquí es donde fabricas a tus matones. —Me crucé de brazos con la tranquilidad de quien no tiene nada que perder. Si es que tenía que sentirme intimidado y la hamburguesa había sido mi última cena, no tenía caso huir más. Pero algo en el fondo me decía que estaba muy lejos de comprender los motivos para estar parado en ese lugar.

—Fábrica de matones eh -resopló a mi lado el hombre del parche, sí, si, se llamaba Jay, ¿y qué? Decirle tuerto o resaltar su parche se había convertido en mi pequeño y secreto placer —. Podría llamarlo así, pero hay algo en lo que te equivocas.

—Ah, ¿son oficinistas entonces? ¿Profesores de educación física?

—¿Cuántas palizas te ha costado ese sarcasmo que te cargas? —Sentí su juicio perforándome la cabeza, pero a mi todavía me quedaban un par de sonrisas socarronas, ¿mencioné que me gustaba jugarle al tonto con la parca?

—Las suficientes, pero ninguna tan dura como la que me han puesto hoy. ¿Me dirás entonces por qué carajos estoy aquí?

—Acompáñame, Tae.

A continuación, fue testigo de un zoológico por demás extraño. Hombres peleando a las orillas del ring, haciendo abdominales, golpeando el costal con tanta fuerza que podía ver sus venas marcarse; había otro más bebiendo agua con tanto desespero que se derramaba por sus comisuras, joder, como me alegraba no tener a Jin a mi lado y que dijera una de sus guarradas, como las que solstaba cuando veía a un hombre apuesto en televisión. ¡Era el jodido Disneylandia para maricones!

—¿Me puedo ir ya? Apesta aquí. —Detuve el paso en seco, Jay se giró para verme a ceja alzada —. Ya, en serio, te pagaré la ventana, solo dime a dónde puedo depositarte el dinero.

HARDER ✛ TaekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora