Quiero pelear.
Fue lo primero que le dije a Jay, mi ahora nueva persona de un solo ojo favorita —La única que conocía en realidad, pero ya me entienden—, y él, sin pedir demasiadas explicaciones y con una sonrisa que pude imaginar desde la cabina de teléfono donde me había refugiado para hablar fuera del ojo analítico y certeramente juicioso de Jin, me dijo que acudiera al gimnasio donde me había llevado la primera y única vez que nos vimos.
Me dijo que le alegraba que haya tomado la decisión correcta, y fuera cierto o no, yo le creí. Recuerdo ahora aquel día de escuela donde la profesora nos comentó que algunos sentidos se desarrollan a gran escala cuando uno de los otros falla; el oído y el olfato para las personas ciegas, por ejemplo. Y por muy estúpido que suene, admitiré que quizá Jay tenía una especie de desarrollo super mutante-heroe, quizá la habilidad que los jefes matones tienen para seleccionar a sus perros de caza, pues algo me decía que su insistencia para que yo me convirtiera en peleador era porque veía en mí al animal miserable que necesitaba ayuda, o simplemente obedecía a la ley que dictaba que los que no tienen nada que perder, son los peores.
Como fuere, me aceptó sin hacer demasiadas preguntas y yo lo agradecí en silencio, porque dar las respuestas habría pisoteado aún más mi agonizante orgullo, teniendo que admitir que la última vez que había sentido satisfecho mi estómago fue esa vez en que él me pagó una hamburguesa, y que antes de eso, no recordaba ni una sola vez en mis veintitantos años de vida, en que mi estómago conociera la sensación de saciedad. Y que eso no era lo peor, sino que el puchero hambriento y lastimero de mi hermana me atormentaba en las noches, que odiaba ser una carga para mi único amigo de enorme corazón, y que tenía tantos golpes que repartirle a la escoria de mi padrastro, que me salían sobrando para ganar unas cuantas peleas y de paso unos cuantos wones.
Al llegar al gimnasio él me estaba esperando en su oficina, con una sonrisa satisfecha que no me incomodó en lo absoluto. No me pidió explicaciones, cosa que agradecí mientras me daba un nuevo tour a detalle por el extenso gimnasio. Me dio la llave de un casillero y un par de shorts y playeras para entrenar, el muy cabrón, era como si nada más hubiese estado esperando mi decisión. ¿Tan predecible era?
No ahondaré en detalles, no me gusta andar con tantos rollos. Solo diré que me asignó un entrenador corpulento y de barba descuidada, el clásico tipo salido de las alcantarillas, sí, escúchenme, este soy yo juzgando a una rata de la misma calaña como yo. Y después de varias horas de entrenamiento que mis músculos recordarían con dolor al día siguiente, me marché a casa con una suma de dinero considerable, pues ya que estábamos en esas, aproveché para pedirle un adelanto a Jay, necesitaba unos tenis nuevos, dinero para alimentar a mi pequeño ángel y de paso, darle un poco más a Jin para la semana.
Los días pasaron, pelear se me daba bien. Cada que subía al ring a entrenar o golpeaba el costal con mis puños al límite, imaginaba la cara de Scott, el maldito entrenador que devoraba críos como yo en el desayuno, el perfecto aliciente para mí, pues descubrí que además de ser un tipo duro y estricto, también era un sujeto asqueroso al que sorprendía de vez en cuando relamiéndose los labios o mordiéndose el inferior, todo esto mientras masajeaba sin descaro su entrepierna.
¿Quería vomitar? por supuesto, si era en su cara mucho mejor.
No sólo me acosaba con la mirada, sino que parecía tener un repertorio de ofensas e insultos dignos de ligas mayores designados únicamente para mi y mis errores.
Debilucho.
Escoria.
Patético.
Crío de mierda.
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HARDER ✛ Taekook
أدب الهواةEl único talento y maldición de Kim Taehyung es uno: pelear. En un mundo que solo conoce de violencia, se ve obligado a participar en peleas callejeras que le den lo suficiente para comer. Todo parece una tarea sencilla, hasta que sus prejuicios y p...