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Lealtad.
¿Qué tan bien conocemos el significado y peso de una sola palabra?

Es decir, yo era leal a Minhee, no importaba los pucheros que me armara, ni esos días de traición donde me despertaba después de una larga siesta y con el cuerpo molido, solo para observar los gestos pícaros y sonrisas contenidas en la boca de mi hermana o Jin, tosiendo a disimulo para no reír en frente de mi, y descubrir que era tan malditamente gracioso hasta que llegaba al baño y me miraba al espejo, con la boca pintada de un rojo intenso o rosa pastel, los párpados más brillantes que los de mi madre en sus momentos de conquista y un sinnúmero de peinados creativos que no terminaba de entender.

Yo le era leal, tanto como a SeokJin, ese maldito sujeto de corazón enorme al que le gustaba bromear para provocarme y hacerme enojar. El mismo que me servía café sin azúcar y caliente a pesar de repetirle que tenía lengua de gato y no me gustaba lo amargo. No importaba lo duro que fuera, o las veces que me tratara como a un zángano y me dijera mis verdades sin ni un poco de filtro o consideración, yo no planeaba cambiarlo por nada de nadie, y agradecía que no me pidiese que me fuera al diablo y no volviera a cruzar su puerta. Porque por mucho que me doliera, lo haría. Así de fuerte era mi lealtad por él.

—¿Cómo perdiste el ojo?

Pregunté de nuevo mientras buscaba con la lengua la pajilla que se escabullía de mi lengua, pues era lo suficientemente flojo para buscarla con la mirada y meterla directo a mi boca.

—Un acto de lealtad.
—¿Uh? —ladeé la cabeza cual perro que mira a su dueño sin entender porque le cuenta sus penas si no le interesan ni un poco. No era la primera vez que le preguntaba lo mismo a Jay, pero sí que era la primera en que él no esquivaba la pregunta o pretendía no escucharme —¿Hacia quién?

—¿Terminaste? se nos agotó el tiempo.

Suspiré y asentí repetidas veces, sabía que no me dirá más, y yo me sentí tan satisfecho con mi ligero progreso, tanto como mi estómago después de devorar un enorme plato de arroz y carne asada.

Había llegado el momento. Aquel día en que volví al camerino con furia en mis venas en lugar de sangre, Jay no se tomó a mal mi exigencia de peleas más serias; por el contrario, con esa sonrisa ladina a la que yo asociaba una buena acción de mi parte o respuesta agradable para él, me dijo que arreglaría un encuentro con su jefe. Era lo máximo que podía hacer, pues convencer a la suprema cabeza que permitía pagar la comida de Minhee, no dependía de nadie más que de mi.

Poca cosa, claro.
Aún no lo conocía, pero ya su nombre por si solo me inspiraba algo de miedo.

La primera parada fue para llenar nuestros estómagos, y tan pronto subimos al auto en la parte trasera, intenté no distraerme con la visión de las calles transformándose del barrio corriente y pobre, en un desfile de casas lujosas y la opulencia materializada. No pueden culparme por actuar como un perro que saca la lengua por la ventana mientras recorre la gran ciudad ¡no todos los días podía presumir de tener un chofer!

—¿Y cómo es él? ese tal jefe tuyo. ¿Crees que le agrade?
—Siempre y cuando mantengas tu boca cerrada —respondió con gracia, como si yo me estuviera perdiendo el mejor puto chiste del mundo. Él debió notar mi molestia, ya que después de reír, me dió un par de palmadas en el hombro —. Puede parecer atemorizante, pero te puedo garantizar que no es una bestia irracional. Escuchalo, responde lo que te pregunte con honestidad, y si no es mucho pedir, sin hacer gala de ese precioso lenguaje de barrio que te cargas, y todo estará bien.

No mentiría, la respuesta me dejó poco menos que satisfecho; era fácil imaginar al jefe como un monstruo de dientes grandes y mirada inyectada de rojo, de esos que desayunan criaturas inocentes en el desayuno y se limpian los dientes con los huesos viejos. ¿Sería alto? ¿Le faltaría otro ojo como a Jay?
Decidí apegarme a la cantaleta de mi único amigo, quien solía repetirme que yo tenía un extraño encanto difícil de descifrar. Ese mismo encanto que le llevó a confiar en mí lo suficiente para abrirme las puertas de su casa; o el que me hizo caer en medio de la calle, molido a palos por unos matones, haciéndome merecedor de un festín gratuito que me convirtió en lo que era actualmente.

HARDER ✛ TaekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora