Capítulo 5

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Obsesión y Deseo

El sol se deslizaba lentamente sobre el horizonte, bañando la ciudad con una luz dorada. La mansión Moretti estaba envuelta en un silencio casi sobrenatural, roto solo por el eco lejano de los pasos de Stefano. Caminaba por el largo pasillo hacia su estudio, perdido en sus pensamientos. Su mente, como de costumbre, estaba dominada por un solo nombre: Aurora.

Todo había comenzado meses atrás. Stefano recordaba con claridad el día en que la vio por primera vez. Fue en una tarde lluviosa en el centro de la ciudad. Ella caminaba por la acera, con un paraguas roto que apenas la protegía del aguacero. Estaba empapada, con el cabello pegado a su rostro y la ropa mojada, pero aun así, había algo en ella que capturó su atención. No era solo su belleza delicada, sino la tristeza en sus ojos, la vulnerabilidad que irradiaba. Algo en su interior despertó al verla.

Desde ese día, no pudo sacarla de su mente. Stefano se había obsesionado con Aurora de una manera que jamás había experimentado antes. Había tenido muchas mujeres a lo largo de su vida, pero ninguna de ellas había logrado penetrar la armadura de su corazón. Ninguna, excepto Aurora.

Comenzó a seguirla, a observarla en silencio, como un cazador acechando a su presa. Cada detalle sobre ella se grabó en su memoria: la manera en que mordía suavemente su labio inferior cuando estaba nerviosa, cómo se apartaba un mechón de cabello detrás de la oreja cuando se concentraba, la suavidad en su voz cuando hablaba con su amiga Nicol. Todos esos detalles se convirtieron en fragmentos de una obsesión que crecía cada día.

Stefano nunca había sentido algo así. No solo era deseo, aunque ese fuego ardía intensamente en su interior. Era más profundo que eso. Era como si necesitara a Aurora para respirar, como si su existencia dependiera de tenerla cerca. Pero más allá de esa obsesión inicial, algo más había comenzado a surgir: un sentimiento que lo desconcertaba y que nunca había experimentado antes. Era amor. Aunque esa palabra le resultaba extraña y difícil de aceptar, no podía negar que la intensidad de sus sentimientos por Aurora iba mucho más allá de la mera posesión.

Con el paso de los días, lo que empezó como una simple curiosidad se transformó en una necesidad imperiosa. Necesitaba tenerla cerca, necesitaba protegerla, controlarla, hacerla suya en cuerpo y alma. La idea de que alguien más pudiera tocarla, mirarla o siquiera hablarle le producía una furia indescriptible. Stefano sabía que estaba cruzando una línea peligrosa, pero no le importaba. Aurora le pertenecía, y haría cualquier cosa para mantenerla a su lado.

La noche que la secuestró fue un punto de no retorno. Había llegado al límite de su paciencia, y aunque sabía que lo que hacía estaba mal, en su mente, lo justificaba. Todo lo hacía por amor. Un amor retorcido y posesivo, pero amor al fin y al cabo. Stefano estaba convencido de que, con el tiempo, Aurora entendería sus motivos. Ella también llegaría a amarlo, tal como él la amaba.

Sin embargo, mientras se adentraba en sus pensamientos, una voz interna le susurraba que tal vez ese amor estaba destinado al fracaso. ¿Cómo podría alguien amar a su captor? Pero Stefano no estaba dispuesto a rendirse. Haría todo lo que estuviera en su poder para que Aurora se enamorara de él. Estaba dispuesto a esperar, a ser paciente, aunque la idea de su rechazo lo quemaba por dentro.

Se detuvo frente a una ventana y miró hacia el exterior. El jardín de la mansión estaba perfectamente cuidado, una imagen de orden y control. Muy diferente a los caóticos sentimientos que se revolvían en su pecho. Cerró los ojos por un momento, permitiéndose sentir el peso de sus emociones. No podía permitirse el lujo de dudar ahora. Aurora sería suya, no solo en el papel, sino en su corazón.

Con esa determinación, Stefano regresó a su estudio, donde un anillo de boda descansaba sobre su escritorio. Lo tomó entre sus dedos, observando el brillo del diamante. Era solo una joya, pero para él, simbolizaba mucho más. Era la promesa de un futuro en el que Aurora estaría a su lado, sin importar las circunstancias.

Pero mientras sus pensamientos giraban en torno a su plan, no podía evitar preguntarse: ¿Sería capaz de ganarse su amor? ¿O estaba condenado a poseerla sin tener nunca su corazón?

Fuera cual fuera la respuesta, Stefano sabía una cosa con certeza: no dejaría que nadie, ni siquiera Aurora, se interpusiera en su camino.

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