Capítulo 4

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El Anillo y la Posesión

La mañana llegó silenciosa en la mansión de Stefano. Los primeros rayos de luz entraron tímidamente por las cortinas gruesas, iluminando apenas el cuarto donde Aurora despertó. Estaba sola en la cama, el lado de Stefano ya vacío y frío, lo que le dio un breve y extraño alivio. Estiró su mano, sintiendo el satén de las sábanas, y por un instante, se permitió soñar que todo lo que había sucedido la noche anterior no era más que una pesadilla.

Pero no podía engañarse a sí misma.

Se levantó lentamente, con el cuerpo aún cansado y la mente embotada. Se movía con cautela, temiendo encontrarse de nuevo con Stefano. Sabía que eventualmente tendría que enfrentarlo, pero en ese momento, deseaba nada más que desaparecer, escapar de la realidad que se le imponía. Sin embargo, escapar no era una opción.

Salió de la habitación y comenzó a caminar por el largo pasillo. Cada rincón de la mansión estaba cubierto de lujo: mármol, oro y antigüedades caras, pero para ella, no eran más que adornos en una jaula dorada. Al llegar a la planta baja, el sonido de pasos la hizo detenerse. Giró la cabeza justo a tiempo para ver a Stefano entrar en la sala principal. Su presencia llenaba el espacio, y Aurora sintió cómo el miedo se reavivaba en su interior.

—Buenos días, mariposa —dijo Stefano, con una sonrisa que no alcanzaba a suavizar la intensidad en su mirada. Se acercó a ella con pasos lentos y calculados, como un depredador acechando a su presa.

Aurora no respondió, simplemente asintió y bajó la mirada, esperando que él continuara sin detenerse. Pero Stefano tenía otros planes.

—Tengo algo para ti —anunció, sacando una pequeña caja de terciopelo negro del bolsillo de su chaqueta.

El corazón de Aurora dio un vuelco al ver la caja. No necesitaba abrirla para saber lo que contenía. Sus peores temores se hicieron realidad cuando Stefano se arrodilló frente a ella, abriendo la caja para revelar un anillo de compromiso, adornado con un diamante grande y brillante.

Aurora sintió un nudo en la garganta. La joya frente a ella, que en otras circunstancias sería símbolo de felicidad y amor, ahora parecía un objeto de opresión, una promesa de su encarcelamiento.

—Aurora —dijo Stefano, su voz baja y firme—. Nos casaremos la próxima semana. Este anillo es una promesa de que serás mía para siempre.

Ella se quedó paralizada, incapaz de articular una respuesta. La cabeza le daba vueltas, y sus manos temblaban ligeramente mientras él tomaba su mano y deslizaba el anillo en su dedo sin esperar su aprobación. Era como si no tuviera elección, como si su destino ya estuviera sellado.

—Dime que entiendes, Aurora —insistió Stefano, levantándose para mirarla directamente a los ojos—. Este anillo significa que ya no eres solo tú. Eres mía. Mi prometida , mi posesión.

Las lágrimas comenzaron a llenar los ojos de Aurora. No podía evitarlo. No había nada en ese momento que pudiera hacer para detener lo que estaba sucediendo. Sentía que se hundía en un mar de desesperación, atrapada sin salvación a la vista.

Stefano la observó durante unos segundos, esperando alguna reacción, alguna palabra de agradecimiento o aceptación. Pero lo único que recibió fue el sonido de los sollozos de Aurora, pequeños y débiles, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.

Frunció el ceño, su paciencia empezando a agotarse. En un movimiento brusco, la tomó por la cintura y la atrajo hacia él, sus labios encontrando los de ella en un beso forzado, demandante. Era un gesto de posesión más que de amor, una afirmación de su dominio sobre ella.

Aurora no respondió al beso. Sus lágrimas siguieron cayendo, mezclándose con el contacto de sus labios, y su cuerpo permaneció rígido en los brazos de Stefano. Era como si estuviera siendo consumida por la oscuridad que él traía consigo.

Finalmente, Stefano se apartó, mirándola con una mezcla de frustración y enojo.

—Eres mía, Aurora —repitió, su voz más baja pero cargada de peligro—. ¿Lo entiendes? Tienes que entenderlo. No puedes seguir resistiéndote a esto.

Aurora lo miró a los ojos, sus lágrimas aún cayendo, pero no pudo encontrar la fuerza para responderle. Había un abismo entre lo que él quería y lo que ella sentía, y ese abismo parecía insalvable.

Stefano soltó un suspiro de exasperación, pero suavizó su expresión. Acarició el cabello de Aurora, bajando la mano hasta su mejilla.

—Lo entenderás con el tiempo —dijo en un tono más calmado, aunque la intensidad en sus ojos no disminuyó—. Sé que esto es difícil para ti ahora, pero pronto verás que todo lo que hago es por nosotros. Por ti.

Aurora cerró los ojos, sintiendo la desesperanza apoderarse de ella. Estaba atrapada, y aunque intentara luchar, sabía que no tenía poder frente a Stefano. Él era su mundo ahora, su cárcel y su única realidad.

ENREDADOS EN LA OSCURIDAD Donde viven las historias. Descúbrelo ahora