— PINCHE LUZU PENDEJO A LA VERGA —gritó con absoluto enojo, aventando su bolillo a la pared.
— ¡Cállate, Quackity! Vas a despertar al niño —regañó Rubius dándole un golpe en la cabeza.
Los demás se reían en un rincón y Cochi recogía el bolillo. Quackity inhaló profundo y soltó más maldiciones en voz baja mirando por la ventana. Rubius rodó los ojos y se sentó a la orilla de la cama, haciéndole caricias en la cabeza tratando de contener una risa.
Recién hace algunas horas Roier finalmente había nacido, lo cual emocionó a todos, especialmente al nuevo padre. Sin embargo, al momento de verlo, se percató de un detalle bastante esperado por varios, menos por él.
Sus escasos cabellos eran de un color café oscuro, casi como el de Luzu. Esto tenía en tensión a Quackity, pues temía que se pareciera en su totalidad a él. Pasó un rato hasta que el bebé abrió los ojos y al jefe casi le da algo cuando vio que, efectivamente, tenía los ojos rojos al igual que Luzu, con un toque de café, que también había sido del alcalde (pero no sabía). Estaba que se desmayaba ahí mismo. Esperaba que al menos tuviera algo de parecido a él, lo cual no era el caso y le rompía el corazón
No significaba que no lo quería o no lo deseaba ver, pero le molestaba que Luzu también le haya ganado eso, aunque esta vez sin trampa. Estuvo un rato renegando de eso, después de cargar a su hijo, claro. Hasta que el bebé quedó dormido, lo acostaron en la cuna improvisada (una cama con una pared de almohadas, cortesía de Cochi), mientras los demás platicaban y se burlaban de Quackity.
— La neta yo pensaba que ibas a parir un huevo, primo —habló Cochi, lo que ocasionó las risas de los demás, aparte de ganarse un golpe con otro bolillo.
— No se hagan los graciositos, culeros —se volvió a quejar, pero al sentir dolor dejó de moverse.
— Si soy honesto, yo ni siquiera podía hacerme una idea de cómo es que ibas a tener a tu bebé —habló Damián, mirando el estómago de Quackity.
— Ni yo tampoco, no me imaginaba tener que pujar para que el chamaco saliera...
— Gracias a Sapo Peta que no, no me apetecía cumplir el rol de ser quien tome tu mano.
— Como que no, vieja, si tú eres mi primer damo —comentó ofendido y haciendo una mueca triste.
— Si, pero no soy tu esposo, Quackity.
— Pero podrías...
Cochi estaba que se moría de la risa al verlos "coquetearse", pero ya era normal. Beni, por su lado, cuidaba de los niños para que no despertaran. Estaba siendo una madrugada "agradable", de no ser porque a los lejos se escuchaban explosiones. Sabían perfectamente de que se trataba, pero no podían arriesgarse a salir. Sapo Peta les había dicho que Quackity debía mantenerse en total reposo o podría tener consecuencias en su cuerpo y no debía arriesgarse a que eso le impidiera cuidar de su hijo.
La pareja de novios y Beni salieron a buscar comida, usualmente esa hora era la ideal para ir con un poco más de seguridad a comprar a lugares que recién abrían y, aunque había uno que otro secuaz por ahí, cuidaban el no ser vistos. Por su lado, Rubius se quedaba cuidando al recién padre.
— Espérame aquí, Pato, voy por algo.
Asintió sin mirarlo, pues estaba concentrado en su torta de tamal recién hecha. Sin embargo, antes de que pudiera darle una mordida, Rubius entró nuevamente a la habitación con las manos en la espalda.
— ¿Qué traes?
— Primero límpiate las manos, Quackity.
Lo hizo, por lo que Rubius sacó una pequeña caja, la cual le entregó y Quackity tomó con curiosidad. Al abrirla, sus ojos se llenaron de lágrimas y no pudo contener sus sollozos. El oso sonrió y se acercó a abrazarlo con cuidado, dándole palmadas en la espalda. Un par de minutos después Quackity dejó de llorar, se limpió las lágrimas y sacó el pequeño atuendo que había en la caja. No se habría puesto a llorar así de no ser porque esa tela era reconocible a la vista. La antigua capucha que Missa solía usar.
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La Flor que Nació en Guerra - (AU) #1
FanficQuackity y Luzu eran un noviazgo como de cuento, perfecto. Pero nada es perfecto. La alcaldía de Karmaland era el blanco especial de Quackity luego de la tragica perdida del hijo que los dioses le concedieron. Pero no sabía que también era el blanco...