Pasó un año y, aunque pareciera que no fuera mucho, en realidad si lo fue. Al menos para Roier.
Debido a sus genes híbridos mezclados con los humanos, el proceso de su crecimiento fue extraordinariamente rápido, tanto que ahora tenía 3 años. Sin embargo, después de este año, su crecimiento pasaría a ser el de alguien normal, pero eso se descubriría luego. Ahora mismo estaban tranquilos, Quackity había hecho un enorme esfuerzo por mantener a su hijo alejado del asunto de la Revolución, de igual manera Rubius mantuvo así a Spreen. Tan solo tuvieron que inventar un par de excusas ante tanto movimiento y ruido por las noches.
— ¡Beno díah, papi! ¡Beno díah, Dubius! —habló o más bien, gritó el pequeño, subiendo encima de su padre y Rubius, quien dormía a su lado. Los despertó a ambos con un par de saltos y movimientos medio bruscos.
— Buen día, Roier. ¿Dónde está Spreen? —se sentó en la cama, estirándose mientras buscaba al mencionado con la mirada, esperando la respuesta del infante.
— Buenos días, escuincle —dijo medio dormido, colocándose la almohada encima del rostro, la cual rápidamente fue retirada y lanzada al suelo por el niño, por lo que acabó por cubrirse con una de sus alas.
— Espeen etá' con mis tíos Beni y Cotih —habló mirando al oso, para después dirigir su mirada a su padre—. Papi, no bides, hoy vamos a visitah a mi manito Missa —recordó a su padre, quien solo afirmó con una queja, mientras abría los ojos.
Era la figura casi exacta de Luzu, exceptuando por algunos detalles faciales y uno que otro lunar, además de que sus ojos se habían tornado de un color similar a los de él. Amaba a su hijo sin importar su apariencia y disfrutaba más que nada de su sonrisa, la cual era exacta copia de la que recibía de su madre cuando era niño antes de dormir o cuando jugaban juntos. También lo llenaba de melancolía, pues fue la última que recibió antes de que ella desapareciera.
— Muy bien, mi niño. Anda con tus tíos mientras nosotros nos arreglamos, ¿sí? —el niño asintió y Quackity le dio un beso en la frente.
Roier bajó de la cama con una gran sonrisa, corriendo hacia afuera de la cabaña. El jefe lo miró irse, sonriendo. Pasó tan poco tiempo, pero lo había disfrutado como nunca y le alegraba que todavía le quedaban más años.
Ambos se levantaron de la cama, dispuestos a empezar el día. Rubius hizo un desayuno sencillo mientras Quackity se metía a bañar. No pasaron más de 30 minutos hasta que el jefe salió ya cambiado, luciendo su nueva ropa.
— ¡Ayyy! ¡Mira nomás! Estoy bien pinche guapo, ¿sí o no, vieja? —presumió modelándole a Rubius, quien lo miró con una sonrisa.
— ¿No te hace falta algo? —preguntó al analizar bien el traje, a lo que Quackity pensó.
— El pinche corsé, ¿dónde está?
Lo buscaron por todos lados, hasta que escucharon unas risitas provenientes de debajo de la mesa. Rubius se acercó a ese lugar, levantando el mantel y sorprendiendo a ambos infantes, los cuales dejaron el corsé en el suelo y salieron corriendo. Ambos padres sonrieron, después el oso le colocó la prenda al pato, quien ahora si modeló con ganas su nuevo atuendo. El color le ayudaba tanto a relucir su belleza y el sombrero le daba un toque especial.
— ¡Papi muy wapo! —halagó Roier a su padre, el cual lo alzó en brazos y lo llenó de besitos, que se hacían más constantes ante las risitas que el pequeño soltaba.
Rubius miró la escena y luego miró a su hijo—. ¿Por qué tú no me dices cosas así? ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh? —dijo empezando a picarle la mejilla.
— Mamá, ya, me da pena... —dijo con las mejillas rojas por la vergüenza, intentando quitarse la mano del oso de encima, lo cual no podía, así que le lanzó una mirada de auxilio a Roier, quien rápidamente acudió por su amigo.
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La Flor que Nació en Guerra - (AU) #1
FanficQuackity y Luzu eran un noviazgo como de cuento, perfecto. Pero nada es perfecto. La alcaldía de Karmaland era el blanco especial de Quackity luego de la tragica perdida del hijo que los dioses le concedieron. Pero no sabía que también era el blanco...