ᴠᴇɴɢᴀɴᴢᴀ

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Revisando por segunda vez el reloj colgado en su cocina, que marcaba las doce del día en punto, Sanji supo que debía de apresurarse para tener todo listo antes de que Zoro llegase de trabajar.

Cómo últimamente se les había hecho costumbre pedir comida a domicilio o simplemente salir algún puesto de comida local, la cocina era un lugar al que solo se acercaban para guardar cosas en la alacena y refrigerador, por lo qué hacía mucho qué no cocinaba algo de comida casera y algo en él ya extrañaba un poco de su sazón.

Cocinar era mucho más que un simple pasatiempo para él, pues desde pequeño era una de sus más grandes pasiones; terminando por desarrollar un enfermizo gusto por comer y cocinar; era cómo si fuese un círculo vicioso que se asemejaba a su gusto por el tabaco. 

La satisfacción de comer algo hecho por él mismo; para después darse cuenta de que había aumentado otras dos tallas de pantalón.

En eso se había vuelto su rutina diaria; y a pesar de tener un fuerte gusto por toda la grasa que se formaba a los costados de su barriga; nada de eso hubiera pasado en gran parte, si Zoro no hubiese contribuido a su aumento de peso.

Desde incentivarlo a seguir comiendo porciones cada vez más grandes, hasta chantajearlo con alimentos azucarados; era todo un manipulador y en sus adentros sabía que todas esas acciones eran parte de un pequeño plan; nadie debería obligarte a comer si tú no quieres hacerlo; y no era tan estupido cómo para no saber, qué lo que estaban haciendo, estaba mal; pero, joder; si que a Zoro le encantaba llevarlo al límite de su capacidad; una tarde de comida, podía convertirse en una noche erótica, con donas glaseadas a su alrededor; y vaya que Sanji no se opondría a eso.

Había caído en su estupido juego, y las tallas que había aumentado son prueba de todo ello.

Y claro que eso lo había indignado un poco; pues no se suponía que sólo él aumentará de peso, era injusto ver que Zoro se contenía al momento de comer para no agrandar su barriga, pero si le gustaba juguetear con los michelines que brotaban por su espalda; era totalmente injusto ver que toda la diversión la tuviera sólo para él, mientras que Sanji se dedicaba a ser el puerquito en engorda.

Así que no tuvo más remedio que idear un plan de venganza contra él; era algo simple pero efectivo.

Hoy, al llegar del trabajo, tendría la mesa lista, con demasiada comida para que Zoro la degustase sin problema alguno; le daría de comer si fuera necesario y lo haría pasar por los rellenos que tanto le gustaba ver en Sanji; le haría tragarse su propio fetiche y le daría una cucharada de su propia medicina.

Él me ha engordado, ahora me toca a mi hacerlo pasar por lo mismo, pensó.

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Recogiéndose el cabello en una mini coleta, en su mente comenzaba a idear todo tipo de recetas que podría preparar para el día de hoy, claro que tenía contemplado los onigiris como su primera opción, pues sabía que Zoro no se resistiría a ellos y eran fáciles de preparar, así qué tal vez podría cocinar una docena de ellos.

Asegurándose de tener a la mano todos los utensilios que fuera a necesitar; fue a colocarse un delantal de color rosado que hacía mucho no se ponía, y aún que esté se veía mucho más chico que hacía unos meses, de igual manera tuvo que ponérselo encima, pues no quería terminar ensuciando su camiseta con restos de aceite.

Tratando de hacer un pequeño nudo con los cordones en la parte trasera de su espalda, pudo notar cómo la tela se adhería fuertemente a su barriga haciéndola lucir aún más gorda y redonda, con sus michelines brotando de la parte trasera de su espalda, era algo incómodo tener que trabajar con algo tan ajustado, pero no tenía más opción que usarlo, así que puso manos a la obra.

𝐈𝐧𝐝𝐮𝐥𝐠𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora