Rastros

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Crowley, conducía su Bentley de vuelta a su departamento luego de otra misión exitosa. Mientras manejaba, se preguntaba cómo le habría ido a Aziraphale en su tarea, dónde lo habrían enviado, cuál habría sido su misión. Hacía días que no sabía nada de él, ni siquiera lo había llamado por teléfono para decirle cómo estaba. No era la primera vez que no sabía del ángel o viceversa, pero... Por qué se sentía tan preocupado. Lo bueno era que podía sentirlo, muy lejano, casi imperceptible, pero lo sentía.

Por si acaso, decidió tomar la calle The Mall que pasa justo en frente del parque St. James y echar un vistazo, tal vez el ángel andaba por ahí dando un paseo o sentado en la banca de siempre, tal vez...no tenía de qué preocuparse. Disminuyó la velocidad, incluso se quitó sus lentes oscuros y condujo atento, pero no vio nada. Siguió por la rotonda hacia la A3212, y por alguna razón que no se pudo explicar, sintió la necesidad de cambiar de ruta e irse a su apartamento por un camino poco habitual para él. Dobló a la derecha por la Broad Sanctury y cuando pasaba justo por el frente de la Abadía de Westminster, volvió a sentir esa extraña fluctuación en el éter, tan intensa como hace algunos días en la exhibición de gatos.

De un momento a otro, el motor del Bentley empezó a ahogarse.

—¿Oye qué te pasa? ¿Todo bien? No me vayas a fallar aquí en medio del tráfico.

Trataba de tranquilizar a su auto cuando alzó la mirada y ahí estaban, Gabriel, Miguel y Sandalphon reunidos a un costado del portal de la abadía. Estaban a una distancia considerable, para los ojos de cualquier mortal habría sido imposible siquiera distinguir sus siluetas, pero para Crowley no fue difícil ver sus auras celestiales, enormes subiendo hasta el cielo como el humo de una fogata.

—¿Qué estarán haciendo por acá estos tres?... Seguramente es otra...este...cosa aburrida del Cielo, no tienes de qué preocuparte— deslizó su mano por la guantera del vehículo, como el jinete que calma a su corcel— Aunque si debo decir que son muy poco originales para elegir sus lugares de reunión, la Abadía de Westminster ¿En serio?— soltó una risotada que dejó escapar un ronquido— Es como si los demonios eligiéramos un concierto de ese tal Elvis Presley...Por cierto, vi su presentación en el programa de Milton Berle...Cuánto escándalo por un par de movimientos de cadera...¡Movimientos del Diablo!— exclamó con sorna y volvió a reír.

El demonio se distrajo con su propia historia y siguió de largo, sin percatarse que Aziraphale estaba ahí, aunque, si somos estrictos, habría sido imposible que notara su diminuta aura. Siguió su camino a su apartamento sin darle más importancia a su alrededor, sólo quería llegar pronto y beber una deliciosa copa de vino.

Pronto las luces de los faroles se encendieron, cuando las calles se tiñeron de tonos rojizos y naranjos, dándole la bienvenida al atardecer. La lluvia era copiosa y la temperatura bajó considerablemente.

"Es hora de volver"

Se concentró, para teletransportarse al apartamento de Crowley, pero no logró ni siquiera mover una hoja. No le quedaba ni una pizca de energía milagrosa, la había usado toda acudiendo a la reunión y en reforzar el escudo protector en el apartamento de Crowley.

El esponjoso Aziraphale, ahora se veía como un gato escuálido, con su pelaje empapado pegado a su cuerpo, temblaba de frío y de miedo al verse de pronto tan expuesto y solo. Intentó llamar la atención de la gente con maullidos lastimeros, mas nadie hizo caso a sus ruegos, nadie lo escuchó entre tanto ruido, todos corrían huyendo de la lluvia, sin cuidado del gato que estaba ahí pidiendo ayuda. No tenía más opción, debía buscar un lugar para protegerse. Corrió zigzagueando entre las piernas de los transeúntes, en dirección al Parque St. James, sin pensar que ahora, entre la oscuridad de la noche, la densa lluvia y su pequeño tamaño en comparación con los entes que abundaban en las calles a esa hora; era mucho más difícil de notar y mucho más fácil de lastimar.

Pet meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora