Confianza

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—Mi Aziraphale, mi precioso Aziraphale.

La cándida voz entibió el cuerpo del ángel y motivó a sus párpados a abrirse. Una intensa luz dorada brillaba frente a él, pero no le molestaba, no le ardía en la retina; pudo abrir sus ojos por completo y deleitarse con la inconmensurable belleza que emanaba.

Miró a su alrededor y vio que no había nada, no estaban los muebles, no estaban las plantas, ni siquiera las paredes ni el techo; la sala completa había desaparecido, sólo el enorme vacío que lo rodeaba y la dorada luz frente a él.

"Qué hago aquí..."

Intentó moverse, pero la falta de gravedad se lo impedía, la ausencia de un punto de apoyo lo aturdió y tuvo miedo, la conciencia de verse flotando en la nada lo llenó de vértigo y creyó que caería.

De pronto, sintió algo bajo su cuerpo, suave como una pluma, cálida y amorosa como la mano que acaricia, algo que lo sostuvo en el aire y al instante, se sintió seguro.

—Tranquilo mi niño, te tengo.

Esa voz, una que no había escuchado hacía eones, de un momento a otro se hizo familiar.

—¿Madre?

La dorada luz tomó la forma de Dios, la forma de lo primero que vio cuando fue creado, aquello que lo acogió entre sus brazos, quien lo meció y acunó en sus primeros minutos de existencia, pero también, Su Superior, aquel a quien debía obedecer sin cuestionar, quien le provocaba admiración, aquel a quien temía.

—Lo...lo siento...Su Altísima— se corrigió e intentó, con mucho esfuerzo, hacer una reverencia.

Ella sonrió y lo miró con ternura, una sonrisa que el ángel no pudo ver entre el inmenso fulgor. Disminuyó su tamaño hasta quedar sólo unos pocos metros más alta que Aziraphale, sus rasgos se definieron, se hicieron más "humanos", sin embargo, había algo extraño; una especie de valle inquietante que remeció al ángel remarcando la distancia que siempre había sentido entre los dos, esa distancia evidente entre maestro y pupilo, noble y vasallo, incluso...entre amo y mascota.

—Supe que te castigaron, mi Aziraphale.
—Yo-yo puedo explicarlo...No es lo que parece.
—Tranquilo, no estoy enojada, es más, estoy feliz de verte de vuelta...te extrañé.

"¿Ella...me extrañó?"

—Eres muy importante para mí, Aziraphale.

"¿Soy... importante?"

Una extraña sensación estaba invadiendo la mente del ángel, helando el icor en sus venas, apretando las fibras de su ser, martillándole las sienes...

Incredulidad...Inseguridad.

—No creo...yo sólo...soy como cualquier otro ángel...no soy importante...
—Te equivocas, no te hubiese encargado dar inicio al Armagedón si no supiera que eras diferente.
—¿Co-cómo?

El aura, brillante como el oro, envolvió a Aziraphale, se sintió abrumado. El respeto se confundía con el miedo, el amor con la devoción, el anhelo con la necesidad.

—Sé que no ha sido fácil para ti, que los demás ángeles han sido crueles contigo y han mermado tu esencia con prejuicios y falta de confianza— el ángel desvío la mirada, acarició sus propios brazos dándose consuelo, porque de pronto... se sintió pequeño— Pero yo creo en ti, eres un ángel muy fuerte y bondadoso. Fuiste el único, luego de la Gran Guerra, afligido por el bienestar de uno de tus compañeros...

"Crowley" el nombre de su mejor amigo vino a su mente "¿Cómo estará ahora? Me preocupa"

—Eres valiente, resiliente, entregado y con uno de los corazones más puros que hay en toda mi Creación— el ángel la escuchaba con ese muro que se suelen colocar los seres de baja autoestima cuando reciben algún halago, y con más razón él, que lo único que siempre escuchaba eran quejas y reproches— Te confié mi espada flameante, porque sabía que serías el único con tal generosidad y benevolencia, que no dudarías en entregarla.

Pet meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora