Cacería

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—¡¿Ángel qué tienes?!

Azotó la puerta del baño cuando la abrió de golpe.

—Ayúdame por favor Crowley— suplicó mientras intentaba inútilmente abrir el frasco de espuma de baño.

Afirmado del dintel de la puerta, el demonio se llevó una mano al pecho porque sintió que en cualquier segundo, su corazón rompía su esternón y se lanzaba en picada directo al inodoro.

—¿Me llamaste...porque querías...un baño de burbujas?— siseó entre dientes.
—Manitas de gato— y mostró sus manos con las rosadas almohadillas a la vista, ya las había limpiado muy bien.

Crowley gruñó, pero como siempre, fue al rescate de su angelito y le ayudó con la espuma.

—Muchas gracias querido.
—Está bien tú sólo, termina tu baño— y salió cerrando la puerta.

Se dirigió a su dormitorio y se dejó caer en su cama, se perdió en el gris del techo recordando todo lo ocurrido estos días, se preguntaba lo extraño del hecho que le hubiesen dado una corporación de gato y no la habitual. Cambiar de corporación es un trámite tan engorroso que está prohibido en el Cielo, en el Infierno es diferente, allí puedes tomar la corporación que desees, es más, se motiva a hacerlo pues ayuda en el proceso del engaño, es por esto que Crowley había tenido durante todos estos siglos diferentes presentaciones, al contrario de Aziraphale. Para el demonio era tentador cambiar de apariencia, cómo no aprovechar de hacerlo si es tan divertido y te lo ponen tan fácil, pero el ángel... Sabía que Aziraphale gusta de una buena estética, la apariencia es muy importante para él, entonces no tenía sentido que eligiese un gato como nuevo cuerpo, por muy hermoso que éste sea, iba totalmente en contra de los principios del ángel. No le era útil para su trabajo como Principado, físicamente tenía muchas limitaciones, por ejemplo, no se podía comunicar. Además, ese día en la exhibición parecía tan...aterrado ¡Estaba histérico! Oh y cómo olvidar el incidente con el plato con agua. Si Aziraphale hubiese elegido ser un gato por su propia voluntad, lo habría hecho aceptando todo lo que ello implicaba, el ángel está demasiado comprometido con su labor y sus deberes, no haría su trabajo a medias.

Estaba en esto, absorto en sus conjeturas, cuando vio entrar en su habitación a un Aziraphale aún con su pelaje húmedo, no tuvo necesidad de pedírselo, chasqueó los dedos y el ángel quedó seco en un parpadeo. El demonio sacó la punta de la lengua entre sus labios y sonrío, el olor dulce de Aziraphale había vuelto, mezclado con el aroma a lavanda en el fondo, como ese Petit Gateau de miel y lavanda que una vez vio al ángel degustar. Él conocía muy bien el aroma de su amigo, es sólo que no había podido distinguirlo antes ¿Por qué? Quizás había algo más detrás de esta nueva corporación felina, quizás sus dudas no estaban tan fuera de lugar, así que no vaciló en preguntar.

—Ángel...
—Dime querido— se subió a la cama con un salto ligero y aterrizó con elegancia sobre el acolchado cubrecamas color marengo.
—¿Por qué elegiste la corporación de un gato?

El brillante zafiro de sus ojos se ensombreció, como la oscura noche nublada de Londres.

—Yo no la elegí, Crowley— su voz melancólica acompañó su mirada oscurecida y bajó la cabeza con pesar.
—¿Qué pasó entonces?

Contar historias era algo que al ángel le gustaba, historias llenas de fantasía, de aventuras, le encantaban, quizás por eso (y por otras razones más) es que amaba tanto los libros, porque lo llevaban por viajes entre párrafos, prosa, figuras narrativas, personajes y metáforas. Pero contar una historia propia, y más aún, una donde se contaban sus fallas, esas fallas que nunca podía saber cuáles eran, pero que ahí estaban, pues...le desagradaba, le lastimaba.

Pet meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora