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Nuevamente aquí.

Estacioné mi auto en el mismo lugar donde suelo venir a reflexionar. Abrí las ventanas y dejé entrar la brisa marina. Observé cómo la tarde caía y el sol se ocultaba detrás del horizonte.

—¿En qué lío te has metido, Hana? —digo con total derrota, recordando el momento exacto en que el hermano de Patricia, Noah, me robaba un beso unas horas atrás.

Comprendí que su enojo y hostilidad hacia mí fue porque hicimos cosas mientras estaba en mi celo, algo que es sumamente peligroso para un Omega. Es lógico que me trate así. Yo también estaría enojada si alguien se aprovechara de mí y luego dijera que no recuerda nada. Me llena de pánico pensar si le hice algo que él no quería.

—¡Si tan solo pudiera recordar qué hicimos! —Me agarro la cabeza con frustración, sintiendo mis mejillas arder de vergüenza.

Aunque, si me besara una vez más, tal vez podría ayudarme a recordar. Posiblemente, recordaría el roce de sus suaves labios, su mirada penetrante pero tierna, su delgado cuerpo sobre el mío y sus deliciosas feromonas.

—Definitivamente es mi tipo. Pero, Hana, eres una basura por pensar así —me lamento, llevándome las manos al rostro para ocultar un notorio sonrojo.

Se supone que vine a reflexionar a mi lugar favorito y a calmar al monstruo entre mis piernas.

***

—No, Dios... —digo con total apatía al ver a ese sujeto.

Antes de llegar a casa, pasé por una lujosa pastelería, buscando algo para llevarle a Luca. Cuando de pronto, veo a ese tipejo, ese Alfa hijito de papá.

—Hana Soto, cuánto tiempo —le escucho decirme, con una voz melosa y engreída.

—Mi día ya estaba hecho mierda desde el inicio, así que no te jactes de arruinarlo más —le digo rápidamente, antes de que quiera hacerse el pendejo conmigo.

Theodore Hunt, el niño rico que heredó la gran compañía de su familia. Con su pulcro peinado de lamida de vaca y vistiendo ese ridículo traje italiano. Desde que llegó a la presidencia, utilizó sus influencias para despedir a quienes no le agradaban. Sí, tan sencillo como eso. Porque no había ninguna razón válida para echar a la calle a la gerente de sistemas y todo su equipo, ni tampoco a mi área comercial, junto a mis practicantes y asistentes. Incluso cambió, de un día para otro, al consorcio que nos proveía de alimentos mañana y tarde durante todos los años que existió la compañía. Después de ese desastroso ingreso, me pregunté qué clase de brujería le hizo al presidente (su padre) para dejarlo enfermo y así tomar el poder. Porque sé, desde que trabajo en ese lugar, que el señor Adler Hunt o la señora Rosa Del Toro nunca habrían aceptado los caprichos de su único hijo como para hacer tales cambios en la compañía que tanto lucharon por hacer crecer.

—Tampoco digo que es un encuentro agradable —me dice con un rostro asqueado, como si hubiera pisado mierda.

—¿No tienes nada mejor que hacer? Déjame comprar en paz, ¿quieres? —le digo, ya harta de verle la cara.

—¿No te cansas de ser tan engreída? Desde la universidad siempre creíste ser superior a todos —me dice, frunciendo el ceño mientras me miraba de pies a cabeza—. Si hubieras sido una Beta, habría tenido compasión contigo y no te habría despedido, y lo sabes.

El ambiente se tornó pesado. Algunas personas alrededor nuestro nos escuchaban y se apartaban. Reconocieron de inmediato que había dos Alfas dominantes emitiendo feromonas amenazantes.

—No comiences, Theodore —le digo con voz neutral, mientras pasaba mi tarjeta en el POS de la cajera.

—Ah, pues comencé y lo terminaré, perra engreída.

No debía perder los estribos. Ese insulto estuvo de más, pero considerando de quién provenía, no debía contestarle; si no, me rebajaría a su nivel.

—El hecho de que no te haya aceptado como mi Alfa no significa que puedas emanar feromonas por la calle para demostrar tu superioridad. ¿Ves el alboroto que estás causando?

Se nos acerca el guardia del local junto con el administrador para retirarnos a ambos. Era de esperarse ya que estamos incomodando a los comensales. Yo salí de la pastelería con total tranquilidad, mientras que Theodore regañaba a estas personas, indicando que es el hijo y dueño de la compañía OO.

—Solo esta vez te dejaré ir.

Llega hasta mí y expulsa toda su rabia contenida.

—Y mejor así. Desde hoy no me volverás a ver, Theodore Hunt —le digo, lanzándole una mirada de soslayo mientras me acerco a mi auto.

—¿E-Estás buscando trabajo, no? ¡Pues yo me encargaré de que ninguna compañía respetada de este país te acepte! —exclama mientras yo me voy alejando—. Serás castigada por tus malas acciones, y todos a tu alrededor sufrirán igual que tú.

—Blah blah, adiós.

Entro a mi auto y no logro escuchar qué otros insultos o amenazas me lanza, ya que enciendo rápidamente la música en la radio y coloco mi setlist favorito a todo volúmen. Necesitaba quitarme de la cabeza su indecorosa voz.

Ya en camino y con un ligero dolor de cabeza, mi celular suena; es una llamada de un número desconocido. No le hago caso y dejo que suene hasta que se apague. Luego de un rato, mi celular vibra, indicando que recibí un mensaje. Pero como estaba manejando y no tenía ningún apuro, decidí revisarlo para cuando llegara a casa.

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⏰ Última actualización: Aug 30 ⏰

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