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Gulf

La noche del lunes es otra de sueño agitado. Me despierto el lunes por la mañana con los ojos secos y el fuerte golpeteo de la lluvia contra la ventana. Preparo el desayuno y el almuerzo antes de despertar a Leo, luego me pongo mi uniforme de trabajo, pantalones y camiseta mientras come sus huevos.

Lo obligo a ponerse una chaqueta y lo meto en el ascensor. El trayecto hasta el colegio de Leo suele durar unos diez minutos. Hoy hay más tráfico, así que el trayecto dura quince.

Lo dejo justo antes de las ocho y sigo conduciendo.

Suelo ir directamente a la oficina. A veces, paro a tomar un café. Hoy, acabo en el estacionamiento del Philadelphia General.

Dentro del hospital, me dirijo directamente al puesto de enfermeras.

―Vengo a ver al Dr. Ivanov.

La enfermera me mira.

―¿Tiene cita?

―No.

―¿Hay algún tipo de emergencia?

Trago saliva.

―No.

―Entonces, no puedo ayudarte.

―Por favor. ―Me inclino hacia delante―. Me atendió ayer. Sólo vine a darle las gracias.

La enfermera tararea, escribiendo en el teclado. ―Sí. Muchas de los pacientes del Dr. Ivanov vuelven para pedir seguimiento.

Me ruborizo.

―No es así. Somos... viejos amigos.

―¿En serio? ―Se echa hacia atrás y mira hacia arriba―. ¿De qué se trata? ¿Eres un paciente o un viejo amigo?

―Ambos ―insisto―. Por favor, sólo hazle saber que estoy aquí. Si no quiere hablar conmigo, no tiene por qué hacerlo.

La enfermera suspira, pero toma el teléfono y marca.

―¿Dr. Ivanov? Sí. No, tenemos todo el personal aquí abajo. ―Hace una pausa―. Hay un hombre aquí que insiste en verlo. ―Hay una pausa mientras Alex responde. La enfermera me mira―. ¿Nombre?

―Gulf Kanawut.

―Gulf Kanawut ―dice. Su expresión pasa de la molestia a la curiosidad mientras escucha lo que Alex está diciendo―. De acuerdo. ―Cuelga el teléfono―. Bajará enseguida.

Por su tono, le sorprende tanto como a mí. Una gran parte de mí esperaba que no me viera. Aparecer como paciente a tratar es una cosa. Esto yo buscándolo en el trabajo debido a nuestra antigua asociación- es otra. Él tiene que saber que la única razón por la que vine aquí es por respuestas.

Respuestas que no puedo decidir que realmente quiero, pero que parece que no puedo alejarme de la posibilidad de recibir.

Me aclaro la garganta, con los nervios subiendo por el esófago y llenándolo de ansiedad.

―Gracias.

La enfermera asiente, aún estudiándome como a un rompecabezas.

Me doy la vuelta y tomo asiento en una de las rígidas sillas. Mi rodilla rebota mientras juego con un hilo suelto en el dobladillo de mi camisa. Cada vez que levanto la vista, la enfermera me observa. Me siento aliviado cuando suena el teléfono y ella se vuelve para contestarlo.

Cuanto más tiempo estoy sentado, más se extienden mis nervios. Esto es una alondra. Una tontería. Probablemente también un error. Mi pasado no es un lugar agradable para volver a visitar.

SECRETOS PELIGROSOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora