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Gulf

Leo me mira con cara de preocupación desde el asiento trasero cuando abro la puerta del auto. Veo cómo intenta disipar el miedo de su expresión y siento como si un puño me apretara el corazón.

Intenta ser valiente por mí.

Culpo a Mew por meternos en esta situación. Alex también.

Pero también me culpo a mí mismo. Si hubiera tenido más cuidado al cortar pepinos -si no hubiera vuelto a ese hospital en un patético intento de localizar a un tipo del que debería haberme olvidado hace años-, mi hijo no me estaría mirando así.

―Vamos, cariño ―le digo―. Es hora de salir del auto.

Leo sale del lujoso todoterreno. Mira a Viktor, que está fuera y no intenta ocultar ninguna de las dos pistolas que lleva. Si no me hubiera salvado la vida antes, lo fulminaría con la mirada.

El hecho de que esté pensando eso me dice que me estoy creyendo la historia de Mew, al menos un poco. Por lo que sé, esos hombres en mi apartamento podrían haber sido policías encubiertos, tratando de arrestarlo.

Aceptar la versión de Mew significa reconocer que Leo y yo realmente estamos en peligro. Que la gente quiere matarnos ahora porque Mew se paró en la acera de mi apartamento durante unos minutos.

Es demasiado aterrador para comprenderlo, así que me concentro en el asunto más urgente: presentar a Leo a su padre.

―¿Adónde vamos? ―me susurra Leo mientras caminamos por el asfalto con Viktor siguiéndonos a unos metros.

―No lo sé ―admito mientras nos acercamos a un avión tan elegante y lujoso como el auto en el que hemos venido.

Sea cual sea la actividad ilegal en la que está metido Mew, obviamente es lucrativa.

La gente no arriesga su vida por lo que podría conseguir de otra manera, supongo.

Llegamos a Mew. No me está mirando. Está mirando a Leo como si tratara de memorizar cada detalle sobre él.

Siento una punzada en el pecho que me sacude. Imaginé este momento -lo representé en mi mente- muchas veces después de descubrir que estaba embarazado. Es una fantasía que se ha desvanecido con los años, desgastada como una vieja fotografía doblada demasiadas veces, a medida que Leo se hacía mayor y mis recuerdos de Mew se hacían menos vívidos.

Las similitudes que veo en mí con Leo palidecen al verlo junto a su padre.

Tienen el mismo color de cabello. Los mismos ojos. El mismo perfil orgulloso.

Es hipnotizante y emotivo.

Me preocupa que Leo lo vea enseguida. Pero solo mira a Mew con curiosidad, no con reconocimiento.

―Leo, este es mi amigo, Mew.

Los ojos de Mew parpadean hacia los míos, sólo un segundo, antes de volver a Leo. No puedo saber qué está pensando, si se está dando cuenta del parecido entre ellos o si le molesta que no le cuente a Leo la verdad sobre su relación.

Mew se pone en cuclillas para estar a la altura de Leo. Le tiende una mano, que mi hijo estrecha vacilante.

―Hola, Leo. Encantado de conocerte.

―¿Es este tu avión? ―pregunta Leo, mirando al behemoth que ensombrece esta interacción.

Es aún más grande de cerca.

―Sí.

―¿Puedes volarlo?

―Sí.

Miro de reojo a Mew, no sé si está mintiendo. Pero su rostro sigue liso e inexpresivo, imposible de leer.

―¿Van a perseguirnos más hombres?

Aprieto los labios. Al parecer, la sensibilidad de Grigoriy y Viktor sólo se extendía a evitar que Leo viera cadáveres. Pasaron todo el viaje hablando de los hombres que nos atacaron. Y no hay mucho que escape a los agudos oídos de mi hijo.

―Esos hombres nunca volverán a acercarse a ti, Leo. ―No hay emoción en la cara de Mew, pero su tono está inundado de sinceridad mientras se endereza.

Viktor dice algo en ruso detrás de mí, y Mew responde con otra ráfaga de palabras que no entiendo.

―Tenemos que irnos ―me dice, y luego mira a Leo―. ¿Has estado en un avión antes, Leo?

―No.

―Ve a explorar antes de que despeguemos.

Leo me mira y yo asiento con la cabeza. Sube las escaleras y entra al avión.

―¿A dónde vamos, Mew?

―Mi hogar. Rusia.

Rusia.

Es como si el suelo bajo mis pies se hubiera vuelto menos estable.

―¿Rusia? Eso está... lejos.

―No tengo tiempo de explicártelo todo ahora, Gulf. Tenemos que irnos.

Mew se da la vuelta y sube las escaleras.

Y yo lo sigo.

SECRETOS PELIGROSOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora