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Gulf

Estiro el brazo hacia el lado frío de la cama, odiando el frío que siento. La temperatura del aire no es tan fría. Escucho el siseo del radiador que calienta la enorme casa. Y hay un grueso edredón sobre la cama, cubriéndome de plumón.

El número de mañanas que me he despertado con Mew frente al número de mañanas que me he despertado solo es cómicamente desigual. Sin embargo, de alguna manera, despertar sin él se siente frío y vacío cuando en realidad sólo debería ser familiar.

No es el calor lo que echo de menos.

Lo echo de menos, y eso es peligroso.

Por mi corazón. Por mi futuro. Por mi hijo. Por mi seguridad.

Me cubro los ojos con un brazo y me muerdo el labio inferior, deseando que desaparezca la sensación.

En vez de eso, te veré mañana resuena en mi cabeza.

Me rindo y me levanto, me ducho y me visto antes de bajar las escaleras. El desayuno ya está servido en la larga mesa. Leo está en su sitio. Hoy no lee nada. Se limita a mirar al vacío mientras come sus cereales.

Le doy un beso en la cabeza mientras paso a buscar café. Se sobresalta.

―¡Papi!

―Buenos días, cariño. ¿Has dormido bien?

―Sí. ―Leo juega con su cuchara.

Bebo un poco de café y me sirvo un plato.

Una vez sentado frente a Leo, me hace la pregunta que tanto temía.

―¿Tenemos que volver a Filadelfia?

Lleva una semana haciéndome alguna pregunta parecida, desde que se enteró de que Mew es su padre. Pero esta es la versión descarada, el quiero quedarme. El comienzo del resentimiento. Leo nunca ha luchado realmente conmigo en una decisión antes. Pero puedo ver que esta será la batalla que elija, y cada día que pasa me da más miedo.

―Filadelfia es donde vivimos, Leo.

―Está muy lejos ―me dice, como si yo hubiera olvidado las horas que pasamos en un avión para llegar hasta aquí. Y eso que volábamos en avión privado, sin tener que lidiar con los retrasos e inconvenientes de los vuelos comerciales.

Me como mi yogur en vez de responder, como un cobarde.

―Mis amigos de aquí se olvidarán todos de mí.

―Nadie aquí se olvidará de ti, Leo. Especialmente tu padre.

No le digo a Leo que Mew podría volver hoy. Una parte de mí no está seguro de creerlo. Ha volado hasta aquí para pasar unas horas.

―Algunos niños se burlaban de mí por no tener padre.

―No deberían haber hecho eso. Pero, Leo, eso no tuvo nada que ver contigo. Estaban molestos o enfadados por otra cosa y decidieron ser malos en lugar de afrontarlo. Puedo hablar con la escuela cuando volvamos y...

Leo resopla, molesto.

―No digas nada. Sólo voy a la enfermería cuando no tengo ganas de lidiar con eso.

Pienso en su último día de colegio, nuestro último día en Filadelfia. Por eso fue a la enfermería, me doy cuenta, y de repente me cuesta tragar saliva.

―Aquí todo el mundo quiere ser mi amigo en cuanto se enteran de que Mew es mi padre ―añade Leo―. Pero papá me dijo que sólo confiara en la gente que quiere ser mi amiga, pase lo que pase.

Además de todo lo demás, Mew me ha eclipsado a la hora de dar consejos, supongo. Es mejor que lo que se me hubiera ocurrido en respuesta a Leo diciéndome que los niños querían ser sus amigos por mí.

―Filadelfia es tu casa, Leo ―le digo suavemente―. ¿Y AJ? Es tu mejor amigo.

―Podría visitar a AJ. Él querría que estuviera con mi padre. Echa de menos al suyo.

No sé qué decir a eso. Sé lo que Leo quiere decir. AJ no tuvo voz en la pérdida de su padre. Y Leo siente que estoy forzando el mismo resultado en él.

Estoy distraído durante el resto del desayuno y el trayecto al colegio, preocupado por cómo llevará Leo nuestra marcha y preguntándome si Mew volverá realmente hoy. No salgo de mi asombro hasta que entro en la mansión después de dejar a Leo y veo una figura junto a las escaleras. El corazón se me para un segundo, hasta que me doy cuenta de que no es quien yo creía.

Vera Suppasit es exactamente tan alta e intimidante como la recuerdo. Pasa por delante de mí y se dirige hacia la puerta por la que acabo de entrar sin más que ladrar―: ¡Ven!

Echo un vistazo a Valentin, que ha conducido esta mañana. No parece preocupado por la presencia de la madre de Mew, lo que considero una señal alentadora. Al menos no es motivo de pánico.

Me apresuro a seguirla, de vuelta al frío. El convoy de autos de la carrera escolar sigue aparcado fuera.

―¿Está todo bien? ¿Está bien Mew?

Vera no parece preocupada, sólo impaciente, pero tampoco me parece el tipo de madre propensa a preocuparse en exceso.

―Mew. ―En su fuerte acento, la palabra suena extraña―. Mew está bien. Sólo estúpido.

―¿Estúpido? ―Hago eco.

Vera agita una mano cubierta de guantes hacia la hilera de autos negros.

―¿Con cuántos hombres viajas? Estúpido.

¿Cree que yo los pedí?

―Yo no pedí tantos hombres. Mew simplemente hizo que los enviaran conmigo, y no estaba seguro... quiero decir, estaba feliz de que Leo tuviera tanta protección como fuera posible.

Vera hace ademán de mirar a su alrededor.

―No veo a Leo. ―Luego, sube al primer auto, dejándome aquí de pie. Unos segundos más tarde, su puerta se abre de nuevo―. ¡Date prisa!

Me acerco al auto y subo por el lado opuesto. Vera y el conductor se hablan en ruso y luego nos ponemos en marcha por el largo y sinuoso camino de entrada. Cada vez que miro a Vera, me observa con los ojos entrecerrados, así que mantengo la mirada fuera del coche.

―¿Adónde vamos? ―Acabo preguntando.

Ella es la madre de Mew, y estos son los hombres de Mew. No estoy preocupado por mi seguridad, pero estoy definitivamente aprensivo acerca de lo que está por venir.

―Refugio de mujeres.

―¿En serio?

Mew no ha mencionado su oferta de organizar un voluntariado desde aquella noche en su despacho, así que yo tampoco he sacado el tema. Me alegra saber que no lo olvidó, aunque no estoy seguro de que Vera esté involucrada.

La dura expresión de Vera se suaviza ligeramente al percibir la emoción en mi voz.

Me estudia sin el ceño irritado, lo que resulta más inquietante.

―Quizá sólo sea tonto ―decide.

Está lejos de ser un elogio o una aprobación. Pero es un poco de alguien que parece acostumbrado a no dar nada, lo que de alguna manera parece mucho. 

SECRETOS PELIGROSOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora