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Gulf

Nunca pensé que me atraería la oscuridad como una polilla busca una llama. Nunca pensé que la excitación olería a humo y parecería pecado. Pero puedo sentirla apretándose y tirando de mi vientre, mi cuerpo reaccionando a la sensación de esos ojos oscuros en mí.

Un chorro de humo sale de sus labios mientras hace rodar el palo de punta anaranjada entre sus dedos, perezoso y despreocupado.

Me paso la lengua por la mejilla. Ambos sabemos por qué estoy aquí. Ambos sabemos que es una mala idea. Ambos sabemos que ocurrirá de todos modos.

Mew me ha cautivado tanto como cuando me folló en el baño de la fiesta de anoche. Todo el mundo se me quedó mirando el resto de la noche después de que volviera con el cabello revuelto y los labios hinchados, con una combinación de juicio y asombro en sus caras. Simplemente he aceptado que es una telaraña de la que no podré salir hasta que haya miles de kilómetros entre nosotros.

Mew apaga el cigarrillo y abre la ventana, dejando que una ráfaga de aire frío se lleve el humo persistente.

Me estremezco, y él abre más la ventanilla, agitando el líquido transparente antes de tragar un gran sorbo. Sus ojos no dejan de mirarme, ven demasiado y demasiado poco.

Mis pezones se fruncen contra el viento mientras el frío recorre mi piel. Estoy helado y caliente a la vez, como si me hubiera metido en un jacuzzi después de estar tumbado en un banco de nieve. Sólo lo sé porque una vez fui a esquiar con Kennedy al chalet de su familia, durante las vacaciones de invierno, justo antes de aquella fatídica noche en la que conocí al tipo que ahora me estudia como si fuera un experimento científico. Como si no estuviera seguro de qué hacer conmigo aquí de pie.

Lloré dos veces la pérdida del chico alegre y despreocupado que conocí en mi primer año. Una vez, cuando se fue.

Y de nuevo cuando descubrí su verdadera identidad hace unas semanas.

Pero ahora me pregunto si lo que me atraía era su ligereza. Veía atisbos de su mal humor entonces -cuando señalaba con el dedo el mechero plateado, cuando aparecía su familia- y encajaba bien con mi melancolía. Me hacía sentir visto y menos solo.

Cualquier consuelo de eso es fugaz y agridulce ahora. Puede que seamos las mismas dos personas en algunos aspectos, pero todo lo demás ha cambiado.

Debería volver a mi habitación y enfrentarme a las inevitables horas de dar vueltas en la cama. Pero sé que no lo haré.

Cuando está dentro de mí, es el único momento en que puedo fingir. El único momento en que me admito a mí mismo que también me atrae la oscuridad.

―Estuviste fuera un tiempo.

Como era de esperar, soy yo quien habla primero. La única respuesta de Mew es alzar una ceja y cerrar la ventana. El aire que queda entre nosotros es frío, en más de un sentido. Desapareció después de cenar y no ha vuelto hasta hace unos minutos. El crujido de la escalera de arriba se ha convertido en una señal pavloviana para mí.

Me acerco un par de pasos, acortando lo que parece una distancia enorme pero que en realidad es de menos de tres metros.

―¿Estuviste en el almacén? ―Lo intento de nuevo con una pregunta directa.

―No. ―Da otro sorbo a su bebida.

Huelo el fuerte ardor del vodka, seguido de un aroma floral y caro que no emana del vaso.

Mew huele a perfume, algo embriagador y caro.

La traición me acuchilla el pecho antes de deslizarse dentro de mí, oscura, fea y consumidora.

SECRETOS PELIGROSOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora