EPÍLOGO

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Mew

En cuanto escucho que llaman a la puerta, me levanto y me dirijo a ella. Alex aún tiene la mano levantada cuando giro el pomo y abro la puerta.

―¿Es la hora?

―Sí. Están en camino.

La respuesta de Alex es la que espero. Pero mi cuerpo reacciona como si fuera una sorpresa, mi corazón late con fuerza y mi mente se acelera.

―De acuerdo. Necesito... necesito... ―Echo un vistazo a mi despacho, registrando en blanco pilas de papeles, intentando pensar qué necesito.

―Las llaves ayudarían a conducir ―sugiere Alex.

Desde que regresó hace tres meses, ha disfrutado mucho viéndome abordar la paternidad por segunda vez con una fuerte mezcla de emoción e inquietud. Estoy emocionado. También estoy aterrorizado.

Lo fulmino con la mirada para dejarle claro lo que pienso de su sonrisa socarrona y vuelvo a mi mesa. Apago el ordenador y tomo la chaqueta de cuero de la silla. Una vez que me la pongo, palpo el bolsillo y me aseguro de sentir las formas metálicas en su interior antes de salir al pasillo.

Alex sigue.

―El parto es un proceso largo. No hay mucha prisa.

―Si dan a luz a un lado de la carretera porque no llegan a tiempo al hospital ―digo, acelerando mis pasos al ritmo más rápido posible.

Hoy debería haber trabajado desde casa. Lo habría hecho, si Gulf no me hubiera dicho que lo estaba volviendo loco con mis vueltas.

He sido sobreprotector durante todo su embarazo, y ha empeorado cuanto más se acerca la fecha del parto. No puedo evitarlo. La primera vez, me lo perdí todo. Nunca pude ver a Gulf embarazado de Leo ni tenerlo en brazos cuando era un bebé. Esto se siente como un regalo que nunca esperé recibir además de todo lo que Gulf me ha dado.

―Estadísticamente, eso es muy poco probable ―me dice Alex, todavía rezagado.

―Me importan una mierda las estadísticas. ―Abro de un empujón la puerta metálica que da directamente al estacionamiento.

El aire invernal me golpea en la cara, el viento frío me revuelve el cabello y corta la tela de la ropa.

Apenas noto el frío, corriendo hacia mi auto. Y entonces me paralizo. Me giro hacia Alex, que ha visto lo mismo que yo y ahora parece más preocupado que divertido.

Mi chico está de parto, y el Aurus que he conducido hoy tiene una rueda pinchada. Caro, irritable, inútil trozo de metal. Tal vez esto es el karma para todos los neumáticos que he disparado.

No hay ninguna marca visible en la goma. Probablemente recogí un clavo, conduciendo por la zona industrial donde se encuentra el almacén.

El cómo ya no importa. La única pregunta es, ¿qué hacer ahora?

―¿Has conducido?

―No ―responde Alex―. Viktor condujo después de que termináramos con el envío de Babanin. Puedo llamar...

Ya estoy dando zancadas hacia el almacén.

―Has escuchado lo que he dicho sobre no tener prisa, ¿verdad? ―pregunta Alex, trotando detrás de mí.

No contesto.

―¿Qué voy a saber yo de todos modos, ¿verdad? Sólo soy médico.

Ignoro el fuerte sarcasmo de Alex para concentrarme en teclear el código en la puerta. El almacén está más vacío de lo habitual. Anoche recibimos un gran cargamento, así que la mayoría de los hombres están en casa, durmiendo.

SECRETOS PELIGROSOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora