Capítulo 2 Todos somos raros

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Era un viernes a mediados del año escolar para nuestros héroes. Estaban en clase de matemáticas, impartida por la señorita Olivia, una mujer de mediana edad cuya mirada fría y actitud severa aterraban profundamente a Sarah. Ese día, la señorita Olivia estaba enseñando un tema importante que sería parte de la próxima prueba de matemáticas.

Isaac y Sarah estaban sentados en la primera fila, la fila más cercana al pizarrón y a la puerta. Isaac leía en voz baja la página 120 a Sarah. Como en todas las clases, estaban muy juntos, pues a pesar de tener ya ocho años, Sarah aún no sabía leer del todo bien. Le costaba mucho, y por eso, Isaac o Jazmín siempre le leían el contenido de los libros o el texto de las pruebas. Aunque Sarah se esforzaba, sufría al ver la frustración que generaba en sus padres y amigos al ser tan dependiente de los demás. Pero para ella, de verdad era difícil; sentía que mientras más lo intentaba, más complicado se volvía aprender el significado de cada letra o vocal. Al menos, Isaac siempre la apoyaba y motivaba a seguir esforzándose.

Isaac le ayudaba a leer sus pruebas de cualquier materia, aunque eso significara que debía esforzarse el doble que sus compañeros cuando se trataba de estudiar. A pesar de las burlas de otros que decían que era "el empleado de Sarah", Isaac no le daba importancia. Él siempre la apoyaría, sin importar lo que dijeran, y Sarah lo sabía. Por eso, siempre se esforzaba en ser amable con él. Aunque Isaac solo era unos meses mayor que ella, sin duda lo veía como un hermano mayor.

Mientras Isaac le explicaba a Sarah cómo hacer algunos ejercicios de la página, una voz conocida interrumpió desde atrás.

—Así no se hace ese ejercicio de matemáticas —dijo Jazmín con firmeza.

Isaac suspiró discretamente. Jazmín era la mejor amiga de Sarah, y aunque él nunca lo admitiría, la consideraba una sabelotodo presumida. Era la cerebrito de la clase, obsesionada con el orden, incluso más que Isaac, a quien ya consideraban perfeccionista. Pero lo de Jazmín era exagerado. No paraba de soltar datos científicos aunque nadie estuviera interesado. Isaac intentaba comprenderla; sabía que, al igual que Sarah, Jazmín tenía sus propias dificultades sociales y que, a pesar de todo, se esforzaba por ser agradable, aunque no siempre lo lograra.

Jazmín era la típica niña que prefería estudiar antes que jugar afuera. Pasaba su tiempo libre entre libros y ejercicios matemáticos, y rara vez sonreía, lo que le había ganado el apodo de "La calculadora sin corazón" entre sus compañeros. Estaba tan obsesionada con parecer perfecta que se lavaba el cabello mínimo una vez al día con champú de aroma a fresa, ocultando el olor a pasta y boloñesa que emanaba de su casa. Era todo lo opuesto a Sarah, quien sería considerada por muchos un desastre: cabello crespo y desordenado, útiles esparcidos en su mochila. La amistad entre ella y Jazmín podría parecer improbable, pero quizá fue su mutua dificultad para adaptarse socialmente lo que las unió, o tal vez fueron los sándwiches de queso, jamón y tomate que Jazmín compartía con Sarah. Lo importante es que eran mejores amigas, y su relación era tan fuerte que incluso llegaba a poner celoso a Isaac.

Mientras Isaac le estaba explicando a Sarah cómo hacer una fracción, volvió a escuchar esa voz.

—Isaac —dijo, y él la reconoció de inmediato. Era la misma voz que había escuchado noches atrás, la voz del Espíritu Santo... o al menos eso pensaba.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó Isaac en un susurro casi imperceptible para el resto de la clase.

—Ve al baño y reza tres avemarías. Luego, reza cinco padrenuestros. Toma tu plumón negro y escribe en la pared tres veces: "Dios es bueno, Dios es justo, Dios te ama". Luego, cierra y abre la puerta del baño tres veces. Finalmente, vuelve al aula y escribe tu nombre en la última página de tu cuaderno tres veces.

Desde muy pequeño, Isaac había aprendido que no se debía desobedecer los mandatos divinos. Su mamá y su abuela le habían contado muchas veces sobre el Espíritu Santo, esa parte de Dios que vive en todos y cada uno de los cristianos. Isaac estaba feliz de ser digno de que el Espíritu Santo le hablara, así que no podía desobedecer esa voz en su cabeza... ¡nunca lo haría!

Isaac pidió permiso para ir al baño, y la señorita Olivia lo dejó. Antes de salir del aula, le dijo a Sarah que volvería pronto y se dirigió rápidamente al baño. Sabía que si no hacía lo que el Espíritu Santo le pedía, algo malo podría suceder. No tenía claro qué tipo de cosa mala, pero sabía que no debía desobedecer bajo ningún concepto.

Al llegar al baño, Isaac se encerró en un cubículo para completar la lista de tareas que el Espíritu Santo le había encargado. Pero cuando estaba en medio de su tercera oración, algo pasó. Escuchó a un grupo de chicos entrar al baño. Intentó ignorarlos y seguir con su ritual, pero no pudo evitar escuchar la discusión.

—¿Qué haces aquí, rarito? —dijo una voz burlona, seguida de risas.

Isaac sintió miedo, pero sabía que no podía detener el ritual que el Espíritu Santo le había pedido. Mientras cerraba y abría la puerta del cubículo, miró a través de una rendija y vio el rostro del chico que era el objetivo de las burlas. Se sorprendió al reconocerlo: era Yael, un chico de su curso que casi nunca iba a clase. Él y su prima Camila eran parte de una de las familias más ricas de la escuela, lo que les daba cierta libertad para hacer lo que querían, como faltar a clases o teñirse el cabello de colores. Yael era todo un rebelde.

Isaac se quedó paralizado, observando el rostro de Yael por primera vez en meses.

—¿Qué estás mirando? —dijo Yael con fastidio al notar la mirada fija de Isaac.

Rápidamente, Isaac cerró la puerta de nuevo y la abrió y cerró dos veces más, tal como le habían ordenado. El chico que estaba insultando a Yael era Benjamín, acompañado de sus amigos, los bravucones del curso. Yael, a diferencia de otros, no parecía intimidado por ellos. De hecho, Isaac pudo escuchar a Yael riéndose de los chicos que antes se habían reído de él.

Isaac se escondió en el cubículo hasta sentir que ya estaba solo en el baño. Finalmente, cuando salió, se encontró con una chica rubia que salía del baño de maestros, justo al lado del de los niños.

La chica llevaba una mascarilla que solo dejaba ver sus ojos grises azulados. Isaac la reconoció fácilmente como Fé, la estudiante de intercambio de España, una chica conocida en la escuela por ser "excéntrica".

—¿Por qué entraste al baño de maestros? —preguntó Isaac, curioso.

La chica no hizo ninguna expresión visible debajo de su mascarilla y simplemente respondió:

—Ese baño está más limpio —dijo antes de alejarse por el pasillo hacia su salón.

Isaac decidió hacer lo mismo y volvió al aula, intentando procesar todo lo que había ocurrido.

Si quieres puedes Volar ( Sarah , Isaac,  Yael  ) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora