El comienzo

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Las semanas han pasado desde que la vi por primera vez en esa parada de autobús en San Lorenzo. Mi vida, que solía estar llena de reuniones, negocios y transacciones importantes, ha comenzado a girar en torno a ella, Cecilia. Cada día me acerco un poco más, cada día busco alguna excusa para verla, para estar cerca.

La primera vez que me acerqué a ella, lo hice con el respeto y la sutileza que rara vez empleo en mis negocios. Le ofrecí llevarla a casa, al ver que esperaba sola en la parada de autobús al final de la tarde. Mi propuesta fue simple, amable. Pero su reacción fue distante, casi fría. Ella declinó con una educación que solo incrementó mi interés. En sus ojos había algo más que simple rechazo; había una mezcla de precaución y desconfianza que no entendía.

Pero no podía dejarlo así. Algo en mí se negaba a aceptar un simple "no" como respuesta. La seguí observando de lejos durante los días siguientes, buscando una oportunidad, una forma de mostrarle que mis intenciones eran sinceras. Sin embargo, cada intento de acercamiento era recibido con la misma frialdad. No se trataba de orgullo; se trataba de una necesidad, un deseo incontrolable de conocerla, de saber más sobre ella.

Y así, un día, después de verla subirse al autobús habitual, impulsivamente decidí seguirlo. "Síguele," le ordené a mi chófer, con la voz más firme que pude reunir. El chófer, acostumbrado a mis caprichos, no hizo preguntas y aceleró para seguir al autobús por las estrechas calles de San Lorenzo. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, y un pensamiento me golpeó con claridad: *necesito saber dónde vive, necesito saber más de ella*.

El trayecto no fue largo, pero cada segundo que pasaba me parecía una eternidad. Mientras seguimos al autobús, mis ojos no se apartaban de ella a través de la ventanilla. Cecilia estaba sentada cerca de una de las ventanas, con la mirada perdida en el paisaje que pasaba rápidamente. Me preguntaba en qué pensaba, si alguna vez había notado mi presencia tan cerca. Finalmente, el autobús se detuvo en un barrio modesto, lleno de casas pequeñas y árboles viejos. La observé bajar, su figura menuda caminando con rapidez hacia una de las casas.

Ese fue el momento en que algo en mí se quebró. Ya no era solo curiosidad o atracción. Había una necesidad más profunda, una que no podía ignorar. Me propuse que encontraría una manera de acercarme a ella, de estar en su vida de alguna forma.

*Unos días después, una tormenta se desató sobre San Lorenzo.*

La lluvia caía con una fuerza implacable, oscureciendo el cielo y encharcando las calles. Era tarde, y yo sabía que Cecilia estaría en la parada del autobús, esperando, como siempre. Esta vez, no la dejaría ir. Ordené a mi chófer que nos acercara a la parada. Cuando llegamos, la vi, empapada y temblando bajo el refugio. Mis manos se apretaron en puños, no por la frialdad del clima, sino por la intensidad de mi deseo de protegerla, de cuidarla.

Bajé la ventanilla y, con una voz que intenté mantener calmada, le ofrecí refugio en mi auto. "Cecilia," llamé, su nombre escapando de mis labios con una familiaridad que me sorprendió. "Por favor, entra. No puedes quedarte aquí bajo esta lluvia."

Ella me miró, sus ojos grandes llenos de duda y un toque de temor. "No lo conozco," replicó con firmeza, pero había una vacilación en su voz, como si estuviera sopesando sus opciones.

La tormenta parecía empeorar con cada segundo que pasaba, y finalmente, con una mezcla de resignación y necesidad, subió al auto. Cerré la puerta detrás de ella, y el silencio que llenó el espacio entre nosotros era espeso, cargado de tensión.

"Mis intenciones no son malas," le dije, tratando de romper el hielo. "Solo quiero conocerte, saber quién eres. Hay algo en ti que no puedo ignorar, algo que me llama de una manera que no entiendo."

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