Sombras del Corazón

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-Eddie-

Llegué a Miami con el sol golpeando la ventana de mi coche, la luz reflejando en los rascacielos que bordeaban la avenida principal. El calor de la ciudad me envolvía como un recordatorio de todas las decisiones que había tomado para llegar aquí. Me sentía confuso y, en el fondo, un poco perdido. Cecilia había dejado una marca que no podía ignorar, pero decidí que era hora de olvidarla, de arrancarla de mi mente y de mi corazón, si es que eso era posible.

Conducía por las calles conocidas, esas que siempre me habían dado una sensación de control, de poder. Y, sin embargo, hoy me sentía vulnerable, como si una parte de mí estuviera vacía. Me estacioné frente a un café al que solía ir en mi juventud. Al entrar, la frescura del aire acondicionado me recibió, y también una figura familiar sentada en una de las mesas cerca de la ventana.

Era Clara.

Mi corazón dio un vuelco. Clara había sido mi amor en la juventud, la mujer que más había significado para mí en aquellos años donde la ambición y la sed de poder eran todo lo que conocía. Con ella había compartido mis primeros sueños de grandeza, los primeros pasos hacia el imperio que construí. Al verla, sentí que todos esos años no habían pasado. Seguía igual de hermosa, con esa mirada que siempre me desarmaba.

—Eddie —dijo, levantando la vista y sonriendo, como si me hubiera estado esperando todo este tiempo.

Nos miramos por un instante que pareció eterno. Tomé asiento frente a ella, incapaz de apartar la vista de esos ojos que me habían cautivado tantas veces.

—No esperaba verte aquí —dije, intentando sonar indiferente, aunque sabía que mi voz me traicionaba.

—Yo tampoco. Pero supongo que el destino tiene formas extrañas de reunir a las personas —respondió ella, con una sonrisa enigmática.

Clara y yo siempre habíamos tenido una química intensa, algo casi magnético. Ella sabía cómo tocar todas las fibras de mi ser, cómo desarmar mis defensas con solo una mirada o una palabra. Hablamos por horas, recordando el pasado, riéndonos de lo que fuimos y de lo que nunca llegamos a ser. Cada palabra suya era un recordatorio de la comodidad que había sentido a su lado, de la facilidad con la que ella entendía mis pensamientos más oscuros.

La tarde pasó en un abrir y cerrar de ojos. Clara me invitó a su apartamento, y no lo dudé. Al entrar, el aroma familiar de su perfume llenó mis sentidos. Era como si hubiera regresado a un tiempo en el que las cosas eran más simples, donde las complicaciones de la vida adulta no habían contaminado nuestra relación.

Nos sentamos en el sofá y el silencio se instaló entre nosotros, uno cargado de preguntas y deseos no expresados.

—Siempre supe que volverías —dijo ella finalmente, rompiendo el silencio, acercándose más a mí, su voz un susurro que acariciaba mis oídos.

—¿De verdad lo crees? —respondí, mi voz baja, casi inaudible.

—Sí. Eddie, tú y yo siempre hemos tenido algo que nadie puede entender. Algo que va más allá del tiempo y la distancia.

Sentí un impulso irracional, una necesidad de cerrar esa brecha entre nosotros, de sentirla una vez más. Pero algo me detuvo. Quizás era el recuerdo de Cecilia, de su mirada inocente y sincera. Me di cuenta de que en este momento, al menos, quería alejarme de esa confusión. Quería perderme en algo familiar, algo que no me hiciera cuestionar cada decisión que había tomado.

Clara se inclinó hacia mí, y por un momento, el mundo dejó de existir. Nuestros labios se encontraron en un beso lento y calculado, uno que me hizo recordar todo lo que había intentado olvidar. Su sabor, su tacto, eran como un narcótico para mi alma perdida. Pero algo en mi interior gritaba que me detuviera, que no repitiera los errores del pasado.

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