Una cita forzada

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-Cecilia-

Nunca pensé que mi propia madre sería la que me forzaría a pasar tiempo con Eddie. Sabía muy bien que él le estaba dando dinero, un hecho que no me sorprendió tanto como me dolió. Para ella, la ayuda económica de Eddie era la solución a nuestros problemas financieros. Pero para mí, era una cadena invisible que me ataba a alguien que no podía soportar.

Cuando mi madre me dijo que debía pasar el día con Eddie, intenté resistirme, pero sus palabras me dejaron claro que no tenía otra opción. La situación en casa no estaba bien, y por mucho que me doliera, sabía que no podíamos darnos el lujo de rechazar la ayuda.

Así que aquí estaba, en el auto de Eddie, recorriendo Asunción mientras él hablaba sobre sus negocios y sus logros. Escuchaba su voz, pero no realmente sus palabras. Mi mente estaba en otro lugar, lejos de él, lejos de la situación en la que me encontraba.

—Primero, quiero mostrarte mi última adquisición aquí en Paraguay —dijo Eddie con un tono de orgullo que me hizo fruncir el ceño ligeramente—. Es un complejo de oficinas en el centro de la ciudad, ideal para expandir mis operaciones en Sudamérica.

Llegamos a un edificio alto y moderno en pleno corazón de Asunción. Subimos al último piso, donde se encontraba su oficina. Al entrar, fui recibida por una vista panorámica de la ciudad. La decoración era minimalista pero elegante, con muebles de cuero y vidrio que daban una sensación de lujo discreto.

Eddie comenzó a explicarme sobre sus negocios, desde bienes raíces hasta inversiones en tecnología. Era evidente que sabía lo que hacía, pero no podía evitar sentirme incómoda con toda la situación. Estaba aquí solo porque mi madre había aceptado el dinero de Eddie, y él lo sabía. Me sentía como una prisionera en una jaula dorada.

—Sé que no es fácil para ti estar aquí, Cecilia —dijo de repente, su tono más suave—. Pero quiero que entiendas quién soy y qué puedo ofrecerte.

Lo miré a los ojos, tratando de descifrar sus verdaderas intenciones. Siempre había algo oculto en su mirada, una mezcla de poder y obsesión que me ponía nerviosa.

—Eddie, no tienes que hacer esto —respondí, manteniendo mi tono lo más neutral posible—. Sé por qué estoy aquí, y no tiene nada que ver con tus negocios.

Él esbozó una sonrisa sarcástica, como si mis palabras le divirtieran.

—Tal vez, pero quiero que veas el mundo a través de mis ojos, aunque sea por un día —dijo, volviendo su atención a la vista de la ciudad desde su oficina.

- Eddie-

Sabía que Cecilia no quería estar aquí. Su frialdad era evidente, y no la culpaba. Lo que había hecho al besar a otra mujer frente a ella había sido un error, uno que ahora estaba pagando caro. Pero tenía que hacer algo para recuperar su confianza, para mostrarle que yo no era solo un hombre obsesionado, sino alguien que podría ofrecerle una vida que nunca podría imaginar por sí misma.

Conduje por las calles de Asunción, mostrándole algunos de mis otros negocios. Tenía un par de restaurantes de alta gama y una cadena de tiendas de lujo. Cada lugar era un reflejo de mi ambición y mi éxito, pero cada vez que la miraba, veía la misma expresión distante en su rostro.

La llevé a un hotel boutique que también era de mi propiedad. Subimos a la terraza, donde había una vista impresionante del atardecer sobre la ciudad. Ordené dos copas de vino, tratando de romper la tensión que había entre nosotros.

—¿Sabes, Cecilia? —dije finalmente, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. A veces, me pregunto si todo esto vale la pena.

Ella me miró, su expresión aún cerrada, pero había un destello de curiosidad en sus ojos.

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