Había algo en la resistencia de Cecilia que encendía mis venas de una manera que pocas cosas lo habían hecho antes. Cada mirada esquiva, cada intento de mantenerme a raya, solo lograba profundizar mi deseo. No era solo atracción física. Era mucho más. Era la necesidad de tenerla, controlarla, de ser la única constante en su vida, el único al que pudiera recurrir.Alejandro seguía merodeando cerca, como un maldito insecto que no podía aplastar. Lo veía, siempre observando a Cecilia desde la distancia. Incluso cuando hablaban brevemente, algo en sus gestos me molestaba. Él no tenía derecho a mirarla de esa forma. No mientras yo estuviera en el panorama.
Decidí que era hora de actuar. No podía permitir que su mundo fuera completamente suyo.
"Cecilia" había llegado tarde a nuestra cena, su excusa era el trabajo. Sabía que no era del todo cierto, pero no la confronté directamente. No aún. Mientras la observaba, sentada frente a mí en la mesa, la manera en que mordía su labio inferior, los ojos evitándome, sentí cómo se acumulaba la tensión en mi interior.
“¿Por qué tan silenciosa esta noche, Cecilia?” le pregunté, inclinándome hacia ella con una sonrisa que sabía que le inquietaba.
Ella me miró brevemente, con ese aire de independencia que me volvía loco. “Estoy cansada, Eddie. Esta cena... no creo que debí haber aceptado.”
Solté una risa suave. “Tú siempre aceptas mis invitaciones, Ceci. No es una cuestión de deber, es... inevitable.”
Sus ojos se entrecerraron, y su voz sonó más firme. “Nada es inevitable, Eddie. Y no puedes controlarlo todo.”
Me recosté en mi asiento, contemplándola. El juego apenas comenzaba, pero ella ya estaba atrapada. “Esa es una afirmación interesante, considerando que ya lo hago.”
Su mirada fue directa a la mía. Sentí el calor del desafío en su rostro, pero antes de que pudiera replicar, hice una seña al camarero para que trajera la cuenta. No quería más palabras vacías en ese restaurante. Ya había planeado algo mucho mejor.
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Esa misma noche, la llevé a la terraza de mi penthouse. La vista de la ciudad a nuestros pies, las luces iluminando el cielo, daban la ilusión de que estábamos en un mundo aparte, uno que controlaba completamente.
“¿Te gusta lo que ves?” le pregunté en voz baja, mientras me paraba detrás de ella. Mis manos se posaron en sus hombros, firmes pero sin forzar.
Cecilia respiró hondo, su cuerpo estaba tenso bajo mi toque. “Eddie... no deberíamos estar aquí.”
“¿Y dónde deberíamos estar?” Mi voz era un susurro, justo en su oído. “Te traje aquí para que veas lo que podría ser tuyo, Ceci. Todo esto, todo lo que tocas... podría ser tuyo.”
Ella se giró bruscamente, apartándose de mis manos, sus ojos brillando de ira contenida. “¡No quiero nada de esto! No quiero tus regalos, tus lujos. No puedes comprarme.”
Mi risa resonó en la noche. “¿Comprarte? Cecilia, te equivocas. No estoy intentando comprarte. Estoy mostrándote lo que mereces. Lo que solo yo puedo darte.”
“Eddie... esto no está bien. Todo esto, todo lo que haces... es demasiado.”
Me acerqué, más de lo que ella quería, lo podía sentir. Pero no retrocedió. “No, Ceci. Esto es justo lo que está bien. Lo que nosotros somos. Yo soy el hombre que puede protegerte, el que puede asegurarse de que nadie más te toque. Ni siquiera Alejandro.”
Vi la chispa en sus ojos al mencionar su nombre. Sabía que la golpeaba donde dolía, pero esa era la intención.
“No me metas en tus juegos, Eddie,” dijo con una voz entrecortada. “Alejandro no es lo que tú piensas.”
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Destino Entre Lazos
RandomEn el vasto tapiz del destino, dos almas aparentemente distantes se encontraban en caminos que inevitablemente los llevarían el uno hacia el otro. Eddie siempre había sido un hombre de pocas palabras, un enigma envuelto en poder y riqueza, su vida u...