1

2.2K 128 6
                                    

PAU CUBARSÍ

—Vamos Pau, no te puedes tirar toda la semana así—. Dijo Héctor mientras Lamine se encargaba de subir la persiana para hacer entrar un poco de luz natural a mi habitación.

—Claro que puedo, ya lo estoy haciendo—. Respondí mientras me tapaba la cara con las sábanas.

—Por favor tío, levántate—suplicó Marc—. Esto no es sano, solo sales de aquí para ir a entrenar. Vamos a cenar o a tomar algo.

—No tengo ganas, gracias—rechazé.

—Te irá bien, así te despejas un rato—volvió a intentarlo Lamine—. Podemos ir a ese restaurante que te gusta tanto.

—Tío, tú eres tonto? Ahí fue donde Ivet lo dejó—le reprochó Hector susurrando, aunque no lo suficiente porque pude escucharlo perfectamente.

—¿Y que opinas de la pizzería donde íbamos siempre cuando éramos más pequeños?—propuso Marc, sabiendo que ese era el sitio donde siempre íbamos a pasar el rato cuando alguno del grupo estaba de bajón.

—Bueno...Pero solo hoy. Mañana que no hay entrenamiento dejaréis que me trague la cama y no saldré hasta dentro de dos días.

—Eso ya se verá— me discutió Lamine—. Ahora dúchate y arréglate un poco que estás hecho un asco. Nos vamos en una hora.

Asentí con la cabeza y los tres salieron de mi habitación para irse a arreglar a sus respectivas habitaciones de La Masía.

Solo llevaba unos calzoncillo puestos así que me los quité y me metí en la ducha.

Lloré durante un rato bajo el agua. Toda esta situación me estaba matando. Yo solo quería volver con ella, que fuera ella con quien iba a salir para después acabar en su casa, en su cama, abrazarla durante horas y besarla todo lo que pudiera. Pero eso no era así.

Después de 20 minutos en la ducha salí y me vestí con lo primero que pillé. Una camiseta básica blanca y un pantalón tejano negro que llevaba sin usar un tiempo porque estaba un poco roto, pero en ese momento me dió igual. Desde que Ivet no estaba conmigo todo me daba igual.

Picaron a la puerta, sabiendo que eran mis amigos ya listos para irnos grité que ya salía. Cogí mi móvil y mis llaves y abrí la puerta.

—Pau, no quiero ser yo quien te lo diga pero esos pantalones dan asco— dijo Héctor mirando las costuras laterales descosidas.

Hice un gesto con la cabeza dando a entender que me daba igual. Ellos no le dieron más importancia y se encaminaron escaleras abajo. En la entrada de La Masía había uno de nuestros choferes esperando en un coche negro, nos subimos los cuatro y nos fuimos dirección a la pizzería.

***

—Ir vosotros a pillar mesa, nosotros vamos a por las pizzas— propuso Lamine, refiriéndose a que nosotras fuéramos a pedir y Héctor y Marc a buscar donde sentarse, aunque en ese sitio nunca había mucha gente. Es esa una de las razones por las que nos gusta tanto.

Lamine y yo nos dirigimos hacia la vitrina. Era un sitio de estos que venden la pizza por porciones y las tenían expuestas en una especie de barra para que se vieran todas las opciones.

—Hola, chicos. En que puedo ayudaros?— preguntó una chica morena al otro lado de la barra, sonriendo por cortesía.

—No es por incomodar ni nada por el estilo, pero donde está Manolo? El hombre que siempre nos atiende aquí— preguntó mi amigo curioso.

—Ah, sí. El es mi tío, hace una semana que lo ayudo aquí. Está en la cocina ahora— explicó amablemente la chica, que debía de tener nuestra edad— ¿Que os pongo?

Pedimos lo que nos habían encargado nuestros amigos y lo que queríamos nosotros. La chica lo iba poniendo todo en unas bandejitas de cartón en forma triangular y lo iba dejando todo sobre la vitrina para que lo cogiéramos.

—Pues serán 16,50. Efectivo o tarjeta?

—A esta invito yo, que estamos aquí por mi culpa—respondí dirigiéndome a Lamine—. Tarjeta, por favor.

—Vale tío, te espero en la mesa— cogió un par de porciones de pizza y se fue a buscar a nuestros amigos.

La chica acercó el datáfono para que yo pudiera pagar. Cogí mi móvil y lo acerqué al aparato. Mientras se cargaba la operación me miró, yo la miré a ella. Nuestras miradas de cruzaron y me pude ver reflejado en ella. Dos ojos tristes, como los míos, sin luz, sin brillo, una mirada que no decía nada pero a la vez gritaba de dolor. Nos quedamos mirándonos unos instantes hasta que sonó un pitido, indicando que el pago había sido efectuado. Le di las gracias y le dediqué una pequeña sonrisa triste, cogí las porciones restantes y me fui a la mesa donde se encontraban los demás.

Al final pase un buen rato con mis amigos, pero no me quité de la cabeza los ojos color miel oscurecidos por la tristeza de la chica del mostrador.

Cuando ya estábamos fuera les dije a mis amigos que tenía que ir al lavabo. Volví a adentrarme en la pequeña pizzería y en vez de encaminarme hacia los servicios me dirigí de nuevo a la vitrina, donde seguía estando la chica morena, mirando hacia ningún sitio con la mirada pedida.

Cuando me situé delante suyo posó sus ojos en mi.

—¿Puedo ayudarte en algo?— preguntó cómo había hecho hacía un rato.

—De hecho, sí. Y creo que yo también puedo ayudarte a ti. Tienes un boli?

Ella me tendió lo que le pedí con una mirada incrédula. Cogí una servilleta de encima del mostrador y me giré a la mesa más cercana para empezar a escribir. En cuanto acabé le tendí el papel con una pequeña sonrisa y me giré en dirección a la puerta sin esperar respuesta por su parte. Mientras salía del local recordaba lo que había escrito en ese cacho de servilleta.

"Dicen que un desconocido que se encuentre igual de mal es la mejor persona para desahogarte. Este es mi número, por si necesitas a alguien con quien hablar del tema, ojos tristes."

——————————————
Hola! Os traigo por aquí un capítulo bastante largo para empezar la historia con fuerza. Intentaré actualizar mínimo 3 veces por semana.

Por cierto, en esta historia nos vamos a imaginar que La Masía está en Barcelona, así será todo más sencillo.

Estaré feliz de leer todos vuestros comentarios y responderlos. Cualquier tipo de sugerencia también es bienvenida.

Me haría muy feliz si pudieses votar! Gracias!

Mírame - Pau CubarsíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora