Paulina está enamorada del amigo de su cuñado,un hombre que le lleva 15 años llamado Pedro Balmaceda Pascal. Se conocen el 2010 y cada verano su amor crece más y más. El vive en Nueva York y ella en Santiago de Chile.El nació en Santiago y ella en P...
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Esa noche, luego de llorar en silencio, porque Pedro no vive en Chile, soñé con él. Pero no en esta era. Sino, a principios de siglo XX. Yo yacía enferma en mi cama, afiebrada, rosada, usando camisón almidonado y en un cuarto frío, alumbrado por velas, con muebles con un estilo victoriano, afuera había sol y un aire primaveral. De pronto, se abría la puerta.
--¿Pedro?...-mi voz apenas salía y tosí.
--Guarde reposo, señora...
--Pedro...¿Dónde estoy?
--En su cuarto, señora, ¿No me recuerda?
--No...
--Me llamo Alejandro Balmaceda, soy su médico, le recuerdo, usted tiene tuberculosis...es normal que pierda la consciencia por la fiebre.
Vestía traje, un reloj de cadena, su cabello peinado hacia atrás, con bigote prominente y me sonreí. Cogió mi mano y la sentí helada, con su pulgar presionó levemente mi muñeca y sacó el reloj.
--¿Doctor Balmaceda?.-pregunté suavemente y mirándolo fijo.-¿Me voy a morir?...
--No, señora, no se va a morir, por eso vengo cada día a verla, a cuidarla, le bajaré la fiebre.
Entró una mujer con un envase con agua y trapos, me miró y dijo.
--Tiene mejor cara, señora.
--Gracias.-respondí sonriendo.-es que parece que el doctor me ha cuidado bien.
--Ay señora, que bueno verla así.
Pedro (osea Alejandro), empapó los trapos y comenzó a aplicarlos en mi frente, cuello, y en mi pecho, atisbó por el camisón, sus dedos gruesos se sintieron bien, me estremecí y jadee.
--Le bajará pronto la calentura y podrá beber agua y comer algo.-agregó.
--Siento calor, más abajo...-murmuré sin pensar y le hablé a la mujer que observaba desde la puerta.-me ayudaría por favor.
--Señora, recuerde, antes de enfermar de tuberculosis, la traté por histeria.-le hizo un ademán a la mujer y ella salió.—la conozco muy bien.
--¿Y cómo me curó la histeria?
Él se sonrío ladino y respondió.
--Con un método de Francia, ¿Su marido está de viaje aún?
--Supongo, doctor...
Hizo a un lado las sábanas color damasco y levantó mi falda, se desabrochó la chaqueta, quedando en camisa, la cual estaba remangada hasta los codos. Sus ojos brillaban, me recorrío la entrepierna con la boca carnosa que tiene, creí que moriría, gemí con suavidad y estiré mis manos hasta su cabello.
--Así le curé la histeria...y es la única forma en la que la puedo besar sin contagiarme de tuberculosis.
Hundió su nariz perfecta en mi humedad y volví a gemir, cada beso me hacía suspirar y sin querer, lo inundé de mis fluídos, quise jalarle fuerte el cabello, pero sólo me mordí el índice y apreté la almohada. Y desperté.