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El sol brillaba intensamente sobre Mónaco, reflejando su luz en las aguas cristalinas del Mediterráneo y en los rostros emocionados de los aficionados que, como Alessia y sus amigos, se dirigían con pasos apresurados al icónico circuito callejero

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El sol brillaba intensamente sobre Mónaco, reflejando su luz en las aguas cristalinas del Mediterráneo y en los rostros emocionados de los aficionados que, como Alessia y sus amigos, se dirigían con pasos apresurados al icónico circuito callejero. El rugido lejano de los motores ya resonaba por los estrechos callejones de la ciudad, elevando la anticipación en el ambiente, y, para ellos, este era el momento que habían estado esperando durante meses: el Gran Premio de Mónaco, el evento más glamuroso y desafiante del calendario de la Fórmula 1. El grupo estaba decidido a vivir cada segundo de esta experiencia, a pesar de la fiesta que la noche anterior había terminado bien entrada la madrugada.

—¡Este es el día, chicos! —exclamó Alessia con entusiasmo, ajustándose la gorra de Ferrari que lucía con orgullo y revisando por enésima vez su entrada, como si temiera que, en un acto de magia, se le fuera a desaparecer de las manos.

Alana, Ricardo y Agustín compartían su entusiasmo. Con una mezcla de risas, gestos de impaciencia y comentarios sobre la carrera, caminaron juntos, preparándose mentalmente para lo que sin duda sería una jornada inolvidable. Cada uno llevaba una camiseta distinta: Alessia con el número 16 de Charles Leclerc, su piloto favorito; Alana ondeando una bandera de Red Bull; Ricardo con la gorra de Red Bull igual y Agustín con la clásica gorra de Mercedes. Eran un grupo diverso de fanáticos, cada uno con su propio piloto y escudería en el corazón, pero todos compartiendo la emoción del momento.

Mientras avanzaban hacia las gradas, cada uno comenzó su ritual personal de preparación. Alana distribuyó las bebidas que habían traído, asegurándose de que todos tuvieran algo refrescante para soportar el sol ardiente de Mónaco. Ricardo, con sus gafas de sol ajustadas y su teléfono en mano, estaba más que listo para capturar cada momento, mientras que Agustín revisaba obsesivamente su batería, consciente de que no podía arriesgarse a perderse ni un segundo de la carrera por quedarse sin carga.

Después de una pequeña discusión sobre cuál sería el mejor lugar, encontraron asientos que les ofrecían una vista panorámica de la pista, con un ángulo perfecto para observar cada curva y recta, y, lo mejor de todo, lo suficientemente cerca del paddock para sentir el vibrante ambiente de la Fórmula 1. Alessia, con los ojos brillantes y una sonrisa de oreja a oreja, no podía ocultar la emoción de estar tan cerca de ver a Charles Leclerc en su propia ciudad, compitiendo con todo el corazón.

—¡Tenemos los mejores asientos! —gritó Alana mientras desplegaba una enorme bandera de Ferrari que había traído exclusivamente para esta ocasión—. Esto va a ser épico.

El ruido de la multitud a su alrededor crecía con cada minuto que pasaba, y mientras se acomodaban en sus asientos, notaron que junto a ellos se había sentado un hombre alto y entusiasta con una gorra de McLaren y una camiseta con el nombre de Lando Norris. Apenas se instaló, comenzó a hablar sin parar sobre sus teorías de la carrera y sus expectativas para su piloto favorito, lanzando predicciones como si estuviera narrando una profecía.

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