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Después de sobrevivir a la odisea de las visas, Alessia y sus amigos decidieron que había llegado el momento de ponerse en forma

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Después de sobrevivir a la odisea de las visas, Alessia y sus amigos decidieron que había llegado el momento de ponerse en forma. Sabían que Mónaco no era cualquier destino; se enfrentarían a largas caminatas por calles empinadas, eventos llenos de glamour, y probablemente, unas cuantas oportunidades para impresionar a los pilotos de Fórmula 1, especialmente a Charles Leclerc. Así que, en su lógica algo torcida, pensaron que un entrenamiento intensivo era la mejor preparación.

—Si vamos a caminar por Mónaco, mejor que estemos listos para cualquier cosa —dijo Alana, tratando de sonar como una entrenadora personal—. Necesitamos resistencia, fuerza, y flexibilidad.

—¿Y cuándo te volviste la gurú del fitness? —bromeó Agustín, levantando una ceja.

—Desde que decidí que no quiero morir en las escaleras del Casino de Montecarlo —respondió Alana con una sonrisa desafiante.

La determinación estaba ahí, aunque su experiencia en ejercicios físicos fuera prácticamente nula. Aún así, con la idea de "ser dignos de Mónaco" en la cabeza, el grupo se dirigió al gimnasio más cercano. Este era un lugar al que usualmente acudían más por los batidos de proteínas y las conversaciones con el personal que por una real intención de hacer ejercicio.

La primera parada fue la temida cinta de correr. Ricardo, siempre el más competitivo, decidió darlo todo desde el inicio. Subió a una y comenzó a correr como si estuviera en una maratón olímpica. Los primeros segundos fueron un éxito rotundo. Pero, como era de esperarse, no estaba preparado para mantener ese ritmo y, tras menos de dos minutos, sus piernas comenzaron a temblar. Antes de que pudiera reducir la velocidad, tropezó con un pie y salió disparado hacia atrás, cayendo de una manera espectacular que resonó en todo el gimnasio.

—Al menos estás practicando las caídas con estilo —dijo Alessia, secándose las lágrimas de risa mientras ayudaba a Ricardo a levantarse.

—Sí, bueno, siempre es mejor caer con estilo que sin él —respondió Ricardo, fingiendo que no le dolía el trasero mientras trataba de recomponerse.

Al ver la desastrosa experiencia de Ricardo, el grupo decidió que tal vez las cintas de correr no eran lo suyo, así que optaron por intentar con las pesas. Alessia, con la confianza de alguien que nunca había levantado más que su mochila escolar, tomó una pequeña pesa y empezó a hacer flexiones de bíceps. Todo parecía ir bien hasta que decidió, en un arranque de entusiasmo, aumentar el peso a algo más "desafiante." En su intento por levantar la pesa más grande, sus brazos temblaron y, antes de darse cuenta, terminó soltándola directamente sobre su pie.

—¡Ay, mi pie! —gritó Alessia, saltando en un solo pie mientras los demás se apresuraban a ayudarla.

—Tal vez deberíamos empezar con algo más ligero... como caminar en el parque —sugirió Agustín, quien prudentemente había optado por levantar las pesas más pequeñas desde el principio.

Pero el grupo no iba a rendirse tan fácilmente. Alana, quien todavía mantenía su fachada de entrenadora, propuso que intentaran algo más relajante y, según ella, mucho más beneficioso para sus cuerpos: yoga. Después de todo, si iban a caminar por las empinadas calles de Mónaco y sobrevivir a las fiestas lujosas, la flexibilidad y el equilibrio eran clave, ¿no?

La clase de yoga comenzó con estiramientos suaves y respiraciones profundas. Todos, incluso Ricardo, lograron entrar en el ritmo relajante. Sin embargo, el verdadero reto llegó cuando el instructor sugirió intentar algunas posturas más avanzadas. Agustín, siempre dispuesto a intentarlo todo, se lanzó de lleno a la postura de "perro mirando hacia abajo", solo para quedar completamente atascado en una posición extraña y sin poder levantarse. Alessia intentó ayudarlo, pero terminó cayendo sobre él en el proceso, provocando que ambos se desplomaran en la colchoneta, mientras el instructor observaba con una mezcla de preocupación y diversión.

Ricardo y Alana, por su parte, intentaron con gran entusiasmo la postura del "guerrero dos", solo para terminar completamente enredados entre ellos cuando uno perdió el equilibrio. Los dos rodaron por el suelo, provocando risas generalizadas en todo el salón.

—¡Esto no es yoga, es una batalla campal! —gritó Alana, mientras intentaba liberar su pierna del enredo en que se había metido con Ricardo.

El instructor, manteniendo su calma de yogui, intervino con una sonrisa amable. —Quizá deberían volver a lo básico por hoy —sugirió mientras ayudaba a desenredarlos.

Después de una hora llena de tropiezos, caídas y un par de moretones, el grupo decidió que ya era suficiente de su "entrenamiento intensivo".

—Creo que hemos logrado un gran avance... —dijo Ricardo, intentando sonar optimista mientras se masajeaba el hombro adolorido.

—Sí, hemos descubierto que tal vez no sobrevivamos al glamour de Mónaco, pero al menos lo intentamos —agregó Agustín, con una sonrisa.

Cuando finalmente salieron del gimnasio, exhaustos y cojeando, Alessia declaró: —Bueno, lo importante es que estamos más cerca de nuestro objetivo. ¿Quién necesita un cuerpo perfecto cuando tienes un espíritu indomable?

—Exacto —respondió Alana con una risa—. Y si no logramos impresionar a Charles Leclerc, siempre podemos decirle que sobrevivimos a esto, lo cual ya es un logro.

Con el entrenamiento detrás, el grupo se dirigió hacia la cafetería más cercana, listos para premiarse con algo dulce por el esfuerzo. Sabían que ponerse en forma para Mónaco tal vez no era su mayor fortaleza, pero su sentido del humor y la unión entre ellos hacían que todo valiera la pena.

El viaje estaba cada vez más cerca, y aunque el camino para llegar a Mónaco estaba lleno de retos y desastres cómicos, cada paso les recordaba que, al final, lo más importante era disfrutar del proceso juntos.

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