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Tras el caótico viaje en su auto de alquiler, Alessia, Alana, Ricardo y Agustín estaban decididos a llegar a Mónaco sin más incidentes

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Tras el caótico viaje en su auto de alquiler, Alessia, Alana, Ricardo y Agustín estaban decididos a llegar a Mónaco sin más incidentes. Sin embargo, el destino tenía otros planes para ellos. Mientras seguían su camino por una carretera secundaria, intentando evitar otra ruta peligrosa, notaron que un coche patrulla los seguía de cerca. Ricardo, todavía tenso por su experiencia anterior al volante, comenzó a sudar nuevamente.

—¿Creen que nos están siguiendo? —preguntó Agustín, mirando por el espejo retrovisor con preocupación.

—No puede ser tan malo, ¿verdad? —intentó tranquilizar Alana, aunque su voz denotaba cierta inquietud.

El ambiente en el coche cambió drásticamente, de ser una mezcla de risas nerviosas y alivio por haber salido ilesos de las curvas peligrosas, a una tensión palpable. Las luces del coche patrulla parpadearon de repente, y un sonido agudo de sirena cortó el aire. Ricardo, pálido como un fantasma, hizo lo único que podía hacer: estacionó a un lado de la carretera, casi rozando un seto.

—¡Oh, no, no, no! ¿Qué hacemos? —exclamó Alessia, abriendo su bolso desesperadamente en busca de su pasaporte, como si eso fuera a ayudar de alguna manera.

—Mantén la calma, tal vez solo quieren advertirnos sobre algo —dijo Ricardo, aunque su voz sonaba menos convincente con cada palabra.

Dos oficiales de policía se acercaron al coche con expresión seria. Uno de ellos golpeó suavemente la ventana de Ricardo, que la bajó con manos temblorosas.

—Bonjour, messieurs-dames. Vos papiers, s'il vous plaît (Buenos días, señoras y señores. Sus papeles, por favor) —dijo el oficial, señalando que mostraran sus documentos.

—Sí, claro… papeles, eh… papeles —Ricardo tartamudeó mientras intentaba recordar dónde había guardado los documentos del coche. Alessia, siempre la más organizada, le entregó su pasaporte al oficial con una sonrisa forzada.

—Eh, bonjour! Eh… Nous… touristes (¡Hola, hola! Eh... Nosotros... Turistas) —intentó Alessia con su francés escolar, sonriendo nerviosamente. Sabía que su acento y gramática no eran los mejores, pero cualquier cosa parecía mejor que dejar a Ricardo al mando de la conversación.

El oficial arqueó una ceja, claramente confundido por el intento de Alessia de explicarse. Alana, notando la tensión y el visible nerviosismo en su amiga, decidió intervenir antes de que la situación se volviera más incómoda.

—Mire, solo estamos aquí de vacaciones. Tal vez él manejó un poco mal, pero es porque no está acostumbrado a estas carreteras. No somos delincuentes ni nada, solo despistados.

El otro oficial, que parecía ser el más relajado del dúo, les sonrió ligeramente, aunque trataba de mantener la compostura profesional.

—Vous avez conduit de manière imprudente. Est-ce que tout va bien? (Conduciste de manera imprudente. ¿Está todo bien?) —preguntó, suavizando un poco su tono, mirando a Ricardo que seguía aferrado al volante como si fuera su salvavidas.

—Oui, oui! —dijo Ricardo, aunque claramente no había entendido la pregunta—. Tout va bien, merci. Eh… Nous… allons… eh… Mónaco! (Todo está bien, gracias. Eh... Nosotros... Será... Eh... Mónaco!)

Los oficiales intercambiaron miradas rápidas, evaluando la situación. No parecía que estuvieran ante un grupo de delincuentes peligrosos, sino más bien de turistas desorientados. Aun así, decidieron ser cautelosos y pidieron al grupo que saliera del coche. El corazón de Ricardo latía más rápido mientras abría la puerta, deseando no hacer nada que pareciera sospechoso. Los cuatro obedecieron, sintiéndose como si estuvieran en una escena sacada directamente de una serie de televisión policial.

Los oficiales comenzaron a revisar los documentos del coche y hacer preguntas rutinarias sobre su destino y motivos de viaje. Alessia, tratando de calmarse, comenzó a imaginar todas las formas en que esto podría salir mal.

—Esto se está poniendo serio… —murmuró Agustín a su lado, notando que el oficial revisaba con más atención los papeles.

—No creo que nos vayan a arrestar, ¿verdad? —preguntó Alana, con un tono que revelaba una mezcla de incredulidad y temor.

El oficial más relajado, notando la ansiedad en los rostros de los cuatro, decidió no alargar más el malentendido.

—Il semble qu'il y ait eu un malentendu. Vous avez besoin de conduire plus prudemment. Ce n'est pas une route de course, d'accord? (Parece que hubo un malentendido. Necesitas conducir de forma más segura. No es una carretera de carreras, ¿de acuerdo?) —dijo con un tono más amable, mientras les hacía un gesto para que volvieran al coche.

—D'accord! Conduire prudemment! (¡Muy bien! ¡Conduzca con seguridad!) —respondió Alessia, asintiendo vigorosamente, aunque no estaba segura de haber entendido todo, solo quería volver a sentarse y alejarse lo más rápido posible de esa escena.

El grupo regresó al coche, cada uno soltando suspiros de alivio. Ricardo arrancó el motor, pero esta vez mucho más despacio, y comenzó a conducir como si una pequeña piedra en el camino pudiera provocar otro encuentro con la policía.

—Creo que acabamos de protagonizar nuestro propio episodio de "Ley y Orden" —bromeó Agustín, finalmente relajándose un poco y riendo.

—Sí, pero con un final feliz, por suerte —añadió Alana, mirando por la ventana para asegurarse de que las luces azules del coche patrulla ya se habían desvanecido.

Mientras el coche patrulla desaparecía en la distancia, la risa nerviosa del grupo comenzó a llenar el coche. Aunque el encuentro con la policía había sido una experiencia aterradora, pronto se convirtió en una historia más que contar de su viaje, uno de esos momentos absurdos que nadie se esperaba pero que haría de este viaje algo inolvidable.

—Bueno, creo que aprendimos la lección. A partir de ahora, Ricardo, nada de maniobras arriesgadas. No quiero volver a ser interrogada en francés nunca más —bromeó Alessia, aunque detrás de la broma había una genuina sensación de alivio.

Ricardo sonrió, aunque aún un poco pálido, y respondió:

—Trato hecho. Seré el conductor más cuidadoso del mundo, aunque me lleve toda la eternidad llegar a Mónaco.

Las siguientes horas del viaje fueron mucho más tranquilas, con Ricardo concentrado en la carretera y el resto del grupo haciendo planes para lo que harían al llegar a Mónaco. Sin embargo, no pudieron evitar seguir bromeando sobre su pequeño encontronazo con la ley francesa, imitando las frases de los oficiales o dramatizando cómo podría haber terminado todo en una persecución cinematográfica.

Finalmente, después de muchas horas en la carretera, llegaron a Mónaco. Exhaustos, sí, pero también llenos de emoción. Las luces de la ciudad brillaban frente a ellos, y el mar Mediterráneo reflejaba los colores del atardecer.

—Lo logramos —dijo Agustín, estirando los brazos—. Estamos en Mónaco y, lo mejor de todo, seguimos fuera de prisión.

—Eso sí es todo un logro —añadió Alana, soltando una carcajada.

Mientras aparcaban y salían del coche, todos compartían una mirada de complicidad. Sabían que, aunque el viaje había sido un caos, las aventuras y recuerdos que habían acumulado juntos valían cada momento de tensión.

—Creo que este ha sido el viaje más loco de nuestras vidas —dijo Alessia, sonriendo—. Pero de alguna manera, no lo cambiaría por nada.

Ricardo, quien finalmente parecía relajado, asintió.

—Ahora, lo único que quiero es una ducha y un buen descanso. Y tal vez nunca volver a conducir en Europa.

Con el destino finalmente alcanzado, los cuatro amigos estaban listos para disfrutar de Mónaco, sabiendo que las mejores aventuras eran las que no planeaban… y que lo peor del viaje, con suerte, ya había pasado.

24/7 ▬▬ Charles Leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora