Capítulo 7: Llegada al barrio chino

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Un rato después ellos respiraban lento sintiendo el sosiego que no habían sentido en días y, sus corazones parecían agradecidos de aquel momento de tregua en donde latían con normalidad.

No había ni un solo músculo tenso.

No había nada en sus mentes... o, al menos en la mente de Javier.

Se quedaron acurrucados, luego ella lo tapó con las sábanas y se recostó sobre su pecho desnudo con la mejilla sobre la piel caliente hasta que quiso observarlo y estudiar su rostro como si en algún momento alguien le fuera a preguntar cada detalle.

Javier tenía los ojos cerrados, pero, ella sabía que él estaba despierto. Había en él una expresión de pura relajación, aunque, sus cejas gruesas y rectas le endurecían el rostro, sin embargo, su nariz respingada y aquellos labios gruesos hacían que hubiera un balance. Las pestañas cortas provocaban que sus ojos se vieran más pequeños y a ella le encantaba su mirada borde, probablemente porque solo a un grupo de personas, y a ella principalmente, él no los observaba como si quisiera deshacerse de ellos, suponía que fue un hábito del ejercito que Javier nunca pudo cambiar.

Leigh-Anne puso su barbilla contra el pecho de él, sintió los latidos retumbando en sus dientes, eso le hizo sonreír porque al tocarle los labios con el pulgar el latido se aceleró y respiró hondo.

-No sé cómo lo haces-musitó sentándose, pensativa, tenía las manos sobre las costillas de Javier y sus ojos dorados se deleitaron con la vista. -Lo haces como si fuera fácil.

Él abrió los ojos con curiosidad y enarcó una ceja, una sonrisa divina cargada de suficiencia se esparció en su rostro y le acarició la cintura con lentitud, como si estuviera buscando algo en su piel, aunque el toque era distraído.

-¿A qué te refieres? -preguntó con interés, tenía los ojos moteados en un oro líquido y eso hizo que a ella el corazón le diera un vuelco por la emoción.

Se le había cumplido el deseo del día, verle los ojos del mismo color que los suyos, se veía impresionante, más de lo usual.

Se le erizó la piel y soltó un suspiro. De pronto un par de frases salieron de sus labios, no fue consiente del significado hasta casi la última palabra.

-Besarme el alma, hacerlo como si quererme fuera...

"Sencillo".

Ella cerró los ojos con fuerza, le parecía estúpido hablar de eso ahora tomando en cuenta que estaban juntos desde los quince años y ahora ella tenía veinticuatro y el veintiséis, sin embargo, fue un impulso, le salió de repente y no le dio tiempo de cerrar la boca, suponía que era porque estaba demasiado relajada como para pensar en cosas que usualmente no pensaba...

No supo que la hizo remover ese pensamiento, tenía años que no pensaba en ello.

Javier se rascó la ceja, creía que ella sabía la respuesta, creía que había sido claro con ella. Él la miró con ternura y los ojos le brillaron, de hecho, tenía las pupilas dilatadas.

Soltó una ligera risa.

-Es muy fácil amarte, Leigh-Anne, ni siquiera necesito una razón, pero, si las quieres, puedo decirte que eres preciosa, divertida, que tu risa escandalosa suena como música en mis oídos. Que tienes una mente fascinante y el cuerpo de una diosa-le besó las manos y luego las acarició-Te conocí cuando no conocía nada, cuando no sabía lo que era reír ni ser querido. Fue como si hubieras llegado a salvarme, sin embargo, ¿Quién necesita razones si el simple hecho de que existas es como un regalo para este mundo tan cruel? Es como si hubieran querido balancear la oscuridad con tu luz, con tu poder...-él guardó silencio observándola, vio como se le derramaban un par de lágrimas en las mejillas y se deslizaban por la mandíbula-Estoy seguro de que podrías iluminar una ciudad entera, preciosa, capaz no una, sino, muchas.

Mil ochenta horas [Parte Uno Y Dos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora