Capítulo 10: ¿Ahora quién los devuelve a mi mente?

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"Abre los ojos, te lo digo muy en serio". Musitó despacio. "¡Despierta y búscame!, no seas tonto, Javier".

"¿De qué hablas?". Le preguntó con confusión.

"¿Acaso escuchaste lo que dije?

Javier frunció el ceño con desconcierto.

"¿Dónde estás, preciosa?, no puedo verte".

La voz de Leigh-Anne se contorsionó cuando gritó con fastidio el nombre de su novio, ahora era un tono grave, parecía la voz de un hombre adulto. Javier arrugó la nariz, luego abrió los ojos observando el techo e instintivamente se aferró a ella, pero, realmente se aferraba a un cuerpo frio que no olía a mar ni a vainilla, mucho menos a coco, era un cuerpo que no le devolvía el abrazo ni le decía cuanto lo quería.

¿Por qué Leigh-Anne dejó de hablar de repente?

Ella parecía más fría de lo usual, como en su sueño...

Javier se quedó inmóvil, la respiración se le detuvo al mismo tiempo que sintió que la habitación giraba y él se hundía en la cama.

No estaba en el barrio chino, ni en la basura, ni lejos de ella...estaba en su habitación y la tenía en sus brazos, pero, realmente no la tenía.

Aquello no podía ser verdad, ¡no era cierto!, pero, no había más explicaciones, no había nada que le dijera lo contrario ni que le confirmara que aquello no era más que una pesadilla. Era verdad y no tenía respuestas que solucionaran ese problema.

Su mente estaba nublada porque, todo se veía como si alguien hubiera materializado la habitación sin salidas ni ventanas que estaba en su cabeza, pero, la decoraron para hacerla ver como la que compartía con Leigh-Anne.

Joder, tenía que ser mentira, porque eso le daba más peso a la verdad, eso le decía que ella ya no estaba a ahí, y por mucho que susurrara su nombre, no la haría volver. Mierda, era casi lo mismo, porque en esa habitación blanca él siempre la llamaba, y él nunca lograba que ella respondiera.

Como deseó haber llegado antes, como deseó no haberse ido jamás de su lado, como deseó retroceder el tiempo.

"Es mi culpa, es mi culpa, es mi culpa"

Se bajó de la cama con ella en brazos y luego se dejó caer al suelo, la sentó frente a él y la recostó de la cama mientras él apoyaba la frente del piso y soltaba un grito gutural que retumbó en la estancia, luego golpeó el suelo con los puños y las ventanas de la habitación temblaron.

Había un problema, un problema muy grande porque aquel infierno que estaba día y noche en su cabeza y que solo Leigh-Anne era capaz de contener, se había materializado y quería arrasarlo todo. No había nadie que los detuviera, no había nadie que calmara sus demonios que estaban sueltos y sedientos de venganza, y él no sería quien les dijera que podían o que no podían hacer, porque la luz desapareció, el ángel ascendió dejándolo en las sombras, condenándolo a vagar en una tierra que, sin ella, no era más que una caja llena de cosas insignificantes que no valía la pena conservar.

Volvió a golpear el suelo, pero, esta vez con su frente, no le importaba si se lastimaba, porque no dejaba de pensar en ella, en sus ojos, en su piel, en su mente, en sus besos...en ese último beso que ahora que lo pensaba, sabía a despedida, y en ese abrazo que fue tan fascinante que quiso echarse a llorar.

No más besos.

No más bromas sobre solo pensar en sexo.

No más sábados de fiesta.

Mil ochenta horas [Parte Uno Y Dos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora