Capítulo 2: Enigmas

65 9 57
                                    

La cabeza le zumbaba y tenía la garganta seca cuando escuchó gritos, quiso levantarse para saber de qué se trataba, pero algo sobre ella lo impedía y no era capaz de apartar el calor satisfactorio del chico dormido sobre ella, sentía que eso le aliviaba un dolor enorme al que no le hallaba sentido.

¿Por qué algo le dolía?, y, pensándolo bien, ¿realmente qué le dolía?

Leigh-Anne entreabrió los ojos por un corto segundo y la luz hizo que el dolor de cabeza aumentara sintiéndose más aturdida por el ruido que momentáneamente cesó, así que soltó un suspiro removiéndose sobre el sofá de cuero intentando volver a reconciliar el sueño, hasta que un grito ahogado la hizo despertarse por completo.

Ella se sintió asustada por cortos segundos y esta vez no tuvo más remedio que buscar la voz que la llamaba, porque, aunque ya el silencio llenaba la estancia, aun sentía que alguien requería su ayuda y ella sabía que no debía dudar en ir a su auxilio, así que tratando de ignorar la resaca y la terrible molestia en los ojos por culpa de la luz, ella empujó con un poco de esfuerzo a su novio al otro lado del sofá y se sentó observando todo a su alrededor con una jaqueca del carajo dejando caer la mirada en la entrada de la casa.

La cabeza le daba vueltas cuando quiso entender qué era lo que sobresalía del borde debajo de la puerta, y que era lo que se había derramado en su porche porque el líquido comenzaba a entrar a su casa y eso le desagradaba, ella había hecho limpieza profunda ayer por la tarde. Gruño por lo bajo al darse cuenta de que tendría que limpiar en un día que no era de limpieza y luego sonrió ligeramente pensando que mejor podía decirle a Javier que lo limpiara, pero, dejó ir el pensamiento volviendo a centrarse en lo que parecía importante.

Leigh-Anne sintió que algo no cuadraba, que algo le decía que corriera hacia la puerta, que cuidara a la niña, que era cuestión de tiempo para que algo malo ocurriera, y ella odiaba esa sensación de mal augurio que llevaba años sin sentir, eso la puso tan nerviosa que se le erizó el vello de la piel y se estremeció mientras que, por un instante creyó que lo que sobresalía del borde debajo de la puerta eran dedos diminutos, luego se dijo que probablemente no eran dedos, sin embargo, eso la hizo pensar en los gritos que había escuchado antes, y de repente, ella supo a quien le recordaba esa voz.

Todo hizo clic como si pudiera ser capaz de leer la mente de la gente sin querer hacerlo, era como si escuchara el pensamiento, nada más, aunque, a diferencia de otros casos, aquí no escuchaba las palabras realmente, solo tenía la sensación de que alguien le decía: "ayúdame".

Leigh-Anne sentía una presión en el pecho que la obligaba a levantarse para intentar aliviar la tensión y sentir que no se quedaba sin aire, sin embargo, al levantarse todo empeoró y el cuerpo comenzó a dolerle, los brazos le pesaban y las piernas le temblaban. El nombre de su novio se le escapó de los labios cuando dio un paso lejos de él, y respiró hondo cerrando los ojos antes de prestarle más atención al malestar que comenzaba a despertarse cuando la calidez del cuerpo de su novio ya no estuvo sobre ella.

"Javier"

Volvió a llamarlo, y al hacerlo un sabor amargo apareció en su lengua, Leigh-Anne hizo una mueca pensando que decir aquel nombre que le encantaba era el causante del desagradable sabor, ella frunció las cejas dando dos pasos más al frente y antes salir corriendo hacia quien la llamaba con urgencia, miró a Javier de reojo observándolo respirar lentamente, notando como movió el brazo hasta ponerlo sobre su cabello café ocasionando una sombra en su parpados morenos, sus abundantes pestañas se movieron un corto segundo y antes de que ella se quedara más tiempo observándolo, sintió un pinchazo en la cadera y como la empujaban con molestia hacia adelante, pero, realmente nadie la estaba empujando.

Leigh-Anne sacudió la cabeza con desconcierto y salió corriendo hacia la puerta e intentó abrirla con fuerza, aunque, la fuerza desapareció de sus brazos y notó como aquel pedazo enorme de madera gruesa se quedaba en su sitio. Ella tragó hondo con un dolor agudo en el costado y respiró de manera superficial mientras asomaba la cabeza por la ventana esperando hallar a la pequeña niña que buscaba, cuando la vio, el corazón le dio un vuelco doloroso en el pecho y sintió que se mareaba, tuvo que sostenerse del marco de la ventana para no caerse hacia adelante e intentó mantenerse serena cuanto la vio inmóvil y llena de sangre, apartó la mirada por un segundo mientras la llamaba.

Mil ochenta horas [Parte Uno Y Dos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora