Capitulo 11|Asesino.

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Abrí los ojos lentamente, sintiendo como una luz blanca me cegaba. Intenté llevar una de mis manos al frente para evitarla, pero me dio un tirón en el brazo al intentarlo.

Miré hacia abajo y vi que estaba sentada en una silla, con las manos atadas a la espalda.

Pude sentir la rugosidad de la cuerda contra mi piel y el dolor en mis muñecas me decía que llevaba un buen rato en esa posición.

Mis ojos se acostumbraron gradualmente a la luz del lugar, revelando un entorno frío y desolado.

Lo que más llamó mi atención fue el quejido de alguien detrás de mí. Intenté girar la cabeza, pero el dolor en mi cuello me lo impidió.

Tenía dolor de cabeza y algo húmedo corría por el lado derecho de mi rostro.

Seguro era mi sangre.

De repente, un hombre musculoso que estaba vestido de negro apareció en mi campo de visión. Me miró con una sonrisa que me heló la sangre y siguió de largo, pasándome por un lado sin decir una palabra. El sonido de una silla siendo arrastrada llegó a mis oídos, hasta que colocó a la persona que estaba a mis espaldas frente a mí.

Por primera vez en mucho tiempo, sentí un miedo paralizante.

Todos mis instintos se encendieron al reconocer el cabello rubio de Théodore.

Él estaba frente a mí.

Tenía un ojo morado con manchas de color amarillo en los bordes. Una de sus orejas estaba sangrando, había sangre que salía de su nariz y se deslizaba hasta llegar a su mentón.

Tenía rasguños y moretones por todos lados, estaba tan pálido que si no fuera por su respiración juraría que estaba muerto. Pero lo que más le preocupaba era ver la parte inferior de su camisa blanca, la cual estaba bañada en sangre, completamente empapada y saturada.

Tan rojo... rojo oscuro, casi marrón, como el óxido.

El hombre le dio un fuerte puñetazo en el estómago, haciendo que Théodore soltara una tos ahogada y que más sangre saliera de su cuerpo.

Contemplé cómo torturaban a mi esposo frente a mí, y quería gritar, pero la tela en mi boca impedía que hablara de manera coherente.

Mis intentos de liberarme solo lograron que la cuerda se clavara más en mi piel, pero ni siquiera sentí el dolor.

Él se acercó a mí y me quitó lo que me impedía hablar.

—¿Qué demonios quieres? —me miró sin responder, los segundos pasaban y la desesperación comenzaba a volverme loca.

—Mataste a la única persona que tenía —dijo de manera tranquila—. Solo te estoy dando una prueba de tu propia medicina.

No respondí porque estaba asustada, asustada y enojada.

Asustada porque no sabía qué hacer, y enojada porque no podía hacer nada. El repentino sonido de unos disparos a la lejanía advirtieron la llegada de intrusos.

El hombre se fue y vi como Théodore levantaba la cabeza para mirarme con una sonrisa.

—Tranquila, na-nadie me manoseó —de alguna manera se las arregló para reírse—. Yo te pertenezco solo a ti, mon amour.

Apreté la mandíbula.

—No es momento para tus malditas bromas, Théodore —especté, de pronto me sentía muy enojada y las lágrimas estaban empañando mi vista—. ¿Eres consciente de tu estado? Si sigues perdiendo sangre a este nivel… —mi voz amenazó con quebrarse, pero me contuve— morirás.

Conocerse (Domisker)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora