Capitulo 7|Maldita mujer.

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𝔓𝔞𝔲𝔩 𝔚𝔢𝔰𝔨𝔢𝔯

Iba ingresando a la cabaña detrás de la Comandante algo molesto al ver que no hacía más que ponerse en peligro, y no porque me preocupara por ella, sino porque la muerte de una agente de la CIA durante mi operativo solo me traería más problemas con ese departamento.

Ella fue la primera en avanzar y, ni bien su cuerpo ingresó al establecimiento, un gran brazo rodeó su cuello y el cañón de un arma fue dirigido a su cabeza.

Fui el primero en alzar mi arma, mis agentes imitaron mi acción al momento de percatarse de la situación.

—Bajen sus armas —habló el hombre que la tenía de rehén, con un acento italiano.

—Lombardi, ¿qué tal estás? —respondió Dipierro— Veo que te encantan los finales dramáticos.

¿De verdad estaba provocando a un mafioso italiano que sostenía una pistola contra su cabeza?

Podría verse como una persuasión de su parte para que Lombardi no disparara, pero la sonrisa que tenía en su rostro no dejaba rastro de eso, más bien parecía que se estaba divirtiendo.

Sin duda mi primera impresión de ella fue la correcta; esta mujer era estúpidamente suicida y estaba completamente loca.

—Este no es el final —volvió a hablar el italiano—. Te tengo de rehén, ellos negociarán por ti o presionaré el gatillo.

El hecho de que las personas hagan conjeturas sobre otras me fastidia. Esa mujer ha sido un fastidio desde que llegó, aunque admitiendolo yo también lo había sido.

—¿De verdad? —habló la morena y sonrió aún más.

Eso era exactamente lo que yo estaba pensando.

¿De verdad la liberaría tan rápido?

Claro que permitir que la mate no era una opción, pero fastidiar un poco las negociaciones sí que lo era. Sabía que no la lastimaría ya que era su única forma de salir de aquí, pero podría borrarle la sonrisa del rostro a la Comandante.

Al menos por un rato. 

Aún con mi arma en alto abrí la boca para hablar pero, en un movimiento rápido, Dipierro se liberó del agarre y desarmó a Leonardo, dejándole como cortesía un codazo en el abdomen.

—Creo que eso no sucederá  —habló jactándose.

Miré incrédulo al italiano, quien llevó rápidamente sus manos a su abdomen mientras murmuraba lo que, según yo, era un insulto hacia ella.

La Comandante se había liberado de su agarre como si fuese un fino hilo alrededor de su cuello, algo sorprendente para todos teniendo en cuenta que Lombardi la superaba en fuerza, tamaño y peso.

Lo hizo ver tan facil, hasta pareció que Leonardo pesaba lo mismo que una hoja de papel.

Aunque no fue tan sorprendente para mí, yo ya había experimentado la agilidad de esa mujer en carne propia cuando peleamos en la central y me hizo dar la vuelta en un abrir y cerrar de ojos.

Y ni hablemos de sus golpes, pobre hombre.

Me acerque y le coloqué las esposas a Lombardi, asegurándome de que estuvieran bien ajustadas. Su mirada era de una total furia, pero no tenía otra opción más que rendirse.

Me fui a organizar la salida del lugar, revisando cada detalle para asegurarme de que no hubiera sorpresas desagradables.

Cuando regresé junto a él, noté que tenía una mirada de pánico.

Conocerse (Domisker)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora