A las siete en punto, guardo mi bandurria en la funda y salgo del aula de ensayo. Paso por delante de las otras aulas y me asomo por el ventanuco redondo a ver los progresos de los estudiantes. Uno de los profesores, compañero bardo de mis días en Hogwarts, levanta la vista justo a tiempo, y me despido con la mano. Él hace el gesto de "nos vemos luego", y sigue con su clase. En recepción, el secretario y encargado del mostrador de alquiler y venta de instrumentos está absorto escuchando las noticias sobre quidditch de la radio:
"¡Ya falta muy poco para el Mundial de la Patagonia 2014! Confirmados los equipos clasificados, sólo nos queda desear que la selección de Gales haga un buen papel, en esta edición. Los Caerphilly Catapults y las Holyhead Harpies han dejado de lado un tiempo su rivalidad para fundirse en un equipo de ensueño dirigido por la ex estrella Gwenog Jones. Los ojos de Gran Bretaña están puestos en ellos."
"¡A por la victoria, Gales!" exclamo con pasión, sobresaltándolo.
"¡Eh, justin! Tú conocías a uno de los jugadores, ¿no?"
"A dos, en realidad. Vendrán esta noche, así que ven preparado si quieres un autógrafo," le guiño un ojo.
"¡Ostras, qué emoción! ¡Me llevaré la revista especial del mundial que acaba de salir!"
"Recuérdales a todos que el recital es a las ocho, ¡no me falléis!"
"Tranquilo, Justin, que allí estaremos toda la banda apoyándote. ¡Ánimo!"
En la entrada, me pongo la chaqueta rosa y la cinta blanca en el pelo mientras me miro al espejo de cuerpo entero que hay sobre la puerta con un cartel y una flecha que señala a la próxima estrella del rock, y luego respiro hondo.
"Puedes hacerlo, Justin," me digo, intentando deshacer mi manojo de nervios. "Mark Knopfler estaría orgulloso de ti."
Armándome de valor, me cuelgo la bandurria al hombro y salgo a la calle. El Caldero Chorreante está a dos manzanas, así que no me molesto en aparecerme. Los magos abusan de la aparición y no hacen nada de ejercicio. Yo prefiero caminar siempre que puedo. Me ayuda a pensar.
Y lo que pienso mientras camino por el London muggle, lleno de bullicio este viernes de primavera, es en el ritmo tan desigual al que transcurre el tiempo en las diferentes etapas de tu vida. En cómo esta última década se me ha pasado volando, mientras que aquel año que pasé exiliado en Canadá se me hizo una eternidad, como varias vidas en una, con poca magia, pero mucha música.
Aquel curso del 97-98, mis padres me matricularon en una escuela de rock muggle con alojamiento incluido: habitación individual y todo, ¡como en las películas! Mi vida en Toronto no estuvo nada mal. Trabajé a tiempo parcial en una tienda de discos y en otra de instrumentos musicales. Aprendí muchísimo junto a gente que compartía mi entusiasmo y mis gustos retro.
Me mantuve alejado del mundo mágico todo lo que pude, temeroso de que, por alguna razón, la oscuridad británica se extendiera. Sólo contacté con los colegas de Herbert Fleet, quienes me ayudaron a moverme por redes seguras entre los nativos canadienses, y a contactar con Dumnadrochit, nuestra oficina postal de confianza en el Lago Ness, para enviar cartas contadas y, en un arrebato desesperado, hacerle llegar a la radio rebelde un mensaje "para Hannibal de Murdock". No sabía si mi mensaje llegaría o cómo sería recibido, pero sentía que tenía que hacer algo, cualquier cosa, para demostrarle a Ernie que estaba a salvo. Y pensando en él.
Siempre en él.
Es curioso cómo, cuando quieres a alguien de verdad, todos los demás, por muy atractivos que sean te dan igual. En su momento dudé si me habría mantenido fiel a Cedric de seguir él vivo y yo en Hogwarts junto a Ernie. Pero esa duda jamás me asaltó durante todo el tiempo que pasé lejos de Ernie.
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¡Hufflepuff resiste!
FanfictionEn 1998, algunos de los mejores soldados del ejército de Dumbledore fueron separados por un delito de sangre que no habían cometido. Unos pocos no tardarían en rebelarse de la prisión en la que estudiaban recluidos; otros, buscados todavía por el go...