The Book of Love

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Las cuerdas de mi bandurria comienzan a tocar unos acordes desconocidos en el Caldero y de inmediato se hace el silencio. Sé que les he dejado a todos con los ánimos por los suelos con la pieza anterior, de modo que en esta me voy a esforzar por transmitir todo el amor y la esperanza que siento cuando pienso en Ernie Macmillan: una sensación cálida de profundo afecto hogareño, para que ellos mismos la vean reflejada en sus respectivas parejas y se sientan reconfortados:

The book of love is long and boring
No one can lift the damn thing
It's full of charts and facts and figures
And instructions for dancing

But I,
I love it when you read to me
And you,
You can read me anything

(El libro del amor es largo y aburrido, nadie puede levantar ese tocho. Está lleno de gráficas, datos factuales e ilustraciones. Y de instrucciones para bailar. Pero a mí, a mí me encanta que me leas, y tú, tú puedes leerme cualquier cosa.)

Veo cómo me escuchan en trance y se van acercando unos a otros con los ojos vidriosos por la intensidad de sus emociones. Si la magia ha surtido su efecto, cado uno estará pensando en aquel cuya mano sostiene, en cuyo hombro se apoya. Incluso los bardos solitarios infiltrados como sujetavelas me miran con ternura, pensando sin duda en sus parejas en casa. Yo pienso en Ernie, solo en Ernie, mi compañero pomposo y empollón del que nunca me canso; y lo miro a los ojos con ardiente determinación al cantarle la estrofa final, la decisiva, pues es el momento que llevo aguardando toda la velada:

And I,
I love it when you give me things
And you,
You ought to give me wedding rings
(Y a mí, a mí me encanta que me des cosas, y tú, tú deberías darme anillos de boda.)

Al tiempo que pronuncio wedding rings (anillos de boda), murmuro un conjuro celta aprendido oportunamente para la ocasión. Al instante, un hilo mágico rojo sale de la palma de mi mano y atraviesa con fluidez los dos metros que nos separan, hasta enroscarse en el dedo anular de la mano derecha de un sorprendido Ernie, donde queda girando en suspenso, ante el estupor general, mientras yo repito lentamente la línea final con cara de expectación y un toque de picardía:

You ought to give me wedding rings
(Tú deberías darme anillos de boda.)

Ernie asiente, muy emocionado, y en ese mismo momento la marca tatuada de un anillo formado por runas se materializa en su dedo, mientras el hilo rojo serpentea de vuelta hacia mi propio anular, donde se transforma en otro anillo idéntico. Mis compinches hacen estallar en ese momento fuegos artificiales por toda la sala, y todos los presentes se ponen en pie para aplaudir y vitorear, entusiasmados.

"¡Qué pasada!" exclama Seamus.

Sin poder aguantarme más, suelto la bandurria y bajo del escenario de un salto para arrojarme a los brazos de Ernie. Ernie me levanta en volandas, pletórico, y sellamos nuestro matrimonio mágico con un beso (el matrimonio oficial lo haremos con nuestras familias nada más, lo tengo todo planeado).

"Me has hecho el hombre más feliz del mundo," solloza mientras me besa.

"Eso es porque te lo mereces, mi amado ballenato," lo beso una y otra vez. "Necesitaba que supieras lo mucho que te quiero."

Ernie no puede hablar, se limita a estrujarme entre sus brazos, mientras llora. 

Los amigos se acercan a darnos la enhorabuena, nos abrazan a los dos a la vez por turnos, porque Ernie ahora es parte de mí, se niega a separarse. Cuando por fin alza la cabeza, le sonrío y le empujo ligeramente hacia atrás, hasta que cae de nuevo a su silla; y entonces grito hacia mis secuaces: "HIT IT!" (¡Adelante!), para que toquen desde sus distintas posiciones, para mayor efecto, la traca final que sella mi declaración. La música inunda de nuevo la sala, más potente que nunca, mientras mi voz envuelve en exclusiva a mi flamante marido:

¡Hufflepuff resiste!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora